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ALARMA EN EL GOLFO

Bagdad se teme lo peor

Tras cuatro años de duro embargo internacional, casi nadie tiene dinero para lo más esencial

J C. G.El héroe y el terror. Pocas cosas como el título de la única película occidental que se exhibe estos días en Bagdad -la típica apología del valor militar occidental con la participación, por supuesto, del parco pero aguerrido Chuck Norris- podían ayer ilustrar mejor el surrealismo que se vive en cada casa de Irak ante el temor a un inminente ataque: norteamericano. En pleno centro de la ciudad, la figura del karateka-comando-salvavidas (norteamericanas, desde luego) en cartón barato trataban de promover el interés de aficionados a epopeyas del celuloide.

"Me gustaría verla" decía un chaval de: 19 años curiosamente vestido con una camiseta que proclamaba credenciales académicas y políticas discutibles: Sobre el emblema de la University of Miami, con águila y todo, había otro aferrado con alfileres que mostraba el rostro sonriente de Sadam Husein, presidente de la República de Irak, Comandante Supremo del Consejo Revolucionario de Irak, maestro de las juventudes y ejemplo a seguir por las generaciones presentes y venideras. El chico confesó involuntariamente la realidad: "No tengo dinero para ir al cine, y necesito distraerme".

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En Irak, tras cuatro años de sanciones, nadie tiene dinero para nada. Lo mas paradójico es que sus habitantes podrían ser tan ricos como cualquier ciudadano de Arabia Saudí, el país cuya mención se conecta automática (y justamente) con los placenteros viajes a Londres, Nueva York o la Costa Brava. Irak tiene tanto potencial económico como Arabia Saudí. Al fin y al cabo, el país se levanta sobre los más importantes depósitos de crudo después de los del reino saudí.

Paralizada como permanece la economía como consecuencia del embargo, los que hace un año podían largarse a París se están viendo en dificultades para conseguir arroz. Otros jamás pensaron en planes tan ambiciosos y van en busca de salsa de tomate o aceite comestible. Ambos se han vuelto vecinos en una esquina del mercado de Bagdad. Un panadero afable y desdentado llamado Abu Husein explica la convergencia de desgracias: "Nadie tiene dinero".

Es éste un país donde un funcionario oficial es decir, la clase que mayores posibilidades de acceso a los privilegios tiene ha de conformarse con un sueldo que equivale mensualmente a menos de 300 pesetas. Por eso, todo resulta un enigma: ¿Se puede vivir con esa suma? La gente en el mercado que averigua la calidad de productos cubiertos por trapos negros de moscas dice tristemente que sí. Y desaparece sin murmurar maldiciones a los culpables de su aflicción. En los mercados de Bagdad no se maldice, pero se culpa abiertamente a los Estados Unidos.

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El carnicero, al igual que el panadero, dan crédito. Deudas que se anotaban a lápiz en cuadernos escolares adornados con la efigie de Saddam Husein. "Hambre ya conocemos", me dice una pálida señora cincuentona y madre de cinco hijos. "Bombardeos también", añade con una sonrisa de tristeza. "Lo que no sabemos es hasta cuando nos van a castigar los que quieren matar a Irak de hambre y los que se aprovechan de nuestra tragedia con fines políticos". Por supuesto, la señora no dió su nombre. En Irak la queja puede ser una traición.

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