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"Si hablas, te mueres"

Juan Cruz

Salman Rushdie es el que sale en las noticias, pero hay muchos más condenados a muerte por hablar.Algunos de ellos, muchos, mueren a diario en todo el mundo, pero nadie se da cuenta de que les persigue la bota de la intolerancia porque de su caso no se dice nada. Como, además, vienen, del otro mundo, del Tercer Mundo justamente, ni siquiera se les conmemora. En mayo de 1993 fue asesinado un intelectual argelino que había escrito dos años antes: "Y tú, si hablas, mueres; si callas, mueres. Habla y muere". Era escritor, matemático, periodista y poeta, y representaba, por tanto, lo universal, es decir, lo más insoportable para el emir de los creyentes, el jefe de los fundamentalista islámicos que le condenó a muerte. Se llamaba Tahar Djaout. En marzo de este año,dos estudiantes fundamentalistas mataron, disparándole dos balas en la cabeza, al dramaturgo Abdelkader Alloula, un insigne autor teatral argelino; su crimen había sido, según los fundamentalistas, que su teatro producía placer, y donde está el placer está el diablo, y hay que matar a los aliados del diablo.

La historia es reiterativa en la patria de Albert Camus, aquí al lado. Paul Bowles, echado en su camastro de Tánger, nos dijo precisamente hace dos años que el estallido estaba cerca, e incluso vislumbró a Marruecos en el horizonte de esa intolerancia, pero su predicción, de momento, se abre paso dramáticamente en la zona de Argelia donde ha hallado su caldo de cultivo el fundamentalismo.

Los fundamentalistas asesinan a los extranjeros, y esto es lo que habitualmente aparece en la prensa. Pero su influencia nefasta sobre la libertad de los seres humanos acata en gran medida al mundo de la cultura, cuya presencia parece ser opaca para Occidente, porque esa amenaza, traducida en muertes muchas veces, apenas aparece en la prensa.

Lo contaba esta semana en Adeje (Tenerife), en los cursos de la Universidad del Sur, Khalida Tourní, líder de la asociación Triunfo del Derecho de las Mujeres de Argelia, y lo ha contado en España, sobre todo, Juan Goytisolo, que en este mismo periódico avisó y después ha descrito lo que él llama "el vendaval de Argelia"; pero de ese vendaval vienen a es te país y a Europa pocas ventoleras. Sin embargo, como dice la feminista argelina, "cada vez que asesinan a un escritor o a cualquier ciudadano en Argelia, también están asesinando la libertad en España".,

Los fundamentalistas no cantan, no hablan; se alejan de todo lo que produce placer, y consideran que en el lado opuesto de sus pasiones intransigentes está el mundo de la cultura; saben que la mejor manera de uniformizar las creencias de los otros, el mejor modo de hacerlos callar, es dominando su capacidad para producir placer; por eso han instaurado el odio al intelectual, al artista.

La barbarie procede, decía Khalida Tourni, de otras intolerancias, arbitradas durante 132 años de dominación francesa y de 30 años de poder argelino. El fundamentalismo ha prendido en las zonas de población que perdieron sus señas de identidad y sus raíces como consecuencia finalmente de la política cultural del partido único que dominó en Argelia en las últimas décadas.

Identidad barata

La internacional del islam ofrece identidad a precios baratos, y lo hace enseñando a sus seguidores, como hacía Hitler con los suyos -la comparación es de Khalida Tourni-, que son "los más fuertes, los más inteligentes y los más guapos, el pueblo predilecto de Dios". Con, la fuerza de esa convicción amenazan y matan; a la propia Toumí la condenaron a muerte con estas palabras: "La mano de Dios te atrapará y te encontrará, y pondrá fin a tus días incluso si te agarras a la piedra negra de La Meca" (donde ningún ser vivo puede ser, por la ley del Corán, eliminado).

La cultura argelína no se ha dejado amedrentar: Argelia es el único país árabe donde el debate público sobre el laicismo ha constituido un partido, Reunión por la Cultura y la Democracia; es el único país de su entorno donde las mujeres dicen no en la calle a las leyes del derecho musulmán que afecta a su libertad. Es el único territorio en el que a la represión se le opone una gallardía que Khalida describe como metáfora de una resistencia cultural que recuerda aquellos gritos femeninos que hicieron escalofriante la batalla que Argel libró contra los colonizadores franceses.

Ahora son otros los que tratan de imponer su ley con una verdad única que trata de hacer imposible "la armonía del día, el silencio excepcional de una playa en la que fue feliz", como escribió Arbert Camus. Ahora, el extranjero, el que tiene la pistola, es un fundamentalista con la vista nublada por la certeza de que todo aquello que no se mueva hacia la sumisión y el silencio es el enemigo, el que se atreve a hablar.

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