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El idioma que separa

Juan Cruz

Un día, hace muchos años, Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti estaban sentados frente a frente en los salones de un hotel de Las Palmas. Uno tomaba lentamente una coca-cola llorosa y el otro sorbía en medio de interminables pausas un güisqui húmedo como la palidez de sus personajes. Estuvieron de este modo durante hora y media y quienes les vimos percibíamos que sostenían una conversación larguísima y honda que acaso se prolonga ahora en la otra vida, donde Santa María y Comala se confunden en un solo paraíso inverso.¿Y de qué estarán hablando ahora? Marlo Benedetti, que les conoció bien piensa que a lo mejor están conversando acerca de las ventajas del silencio. Héctor Aguijar Camín, el novelista y ensayista mexicano, cree que quizá estarán diciéndose que nunca estuvieron de veras vivos, sino en un estado que no se podía comunicar. Y Jorge Edwards, el novelista chileno, los ve como siempre fueron, excéntricos y secretos, estableciendo una comunicación subterránea que sólo ellos entienden.

Lo cierto es que uno y otro hablaban el mismo idioma, "el idioma común que nos separa", como dice Edwards. Rulfo y Onetti utilizaron ese idioma común y traspasaron con él las fronteras de sus propios territorios para hacerse universales dentro y fuera del ámbito de nuestra lengua. Pero hay muchísimos escritores de un lado y otro del mismo mundo que son desconocidos y que proceden de la misma imaginación, de igual memoria y de la misma lengua. Es un silencio común, espeso. El editor José Manuel Lara, vicepresidente de Planeta, dijo el otro día en Madrid que desde que se extinguió el interés por el boom, hace de esto casi 20 años, prácticamente ningún escritor menor de 70 años ha conseguido traspasar sus propias fronteras, pero no sólo hacia España, que es un país cuya reticencia ya es legendaria, sino hacia las propias fronteras interiores de América Latina.

Para ilustrar ese largo silencio, el hijo de Lara contó esta conversación entre un escritor mexicano y el editor Díaz Canedo. Le decía el autor: "Me publicas en Alemania, me publicas en Francia e Italia, y me publicas en Inglaterra. ¿Por qué no me publicas en España?"

Y le respondía Díaz Canedo: "Es que allí no tengo quien te traduzca".

Jorge Edwards, que el jueves último habló en Madrid De las palabras y los nombres en la Fundación Areces, en el ciclo que clausurará el lunes Mario Vargas Llosa, es de los pocos escritores que al margen del famoso boom llevan años viajando con su escritura a través de todas las fronteras de esta lengua. Pero tiene claros los perjuicios del silencio. "Claro, te traducen la francés y allí suena francés, pero en países de nuestra lengua antes se divertía la gente descifrando chilenismos o mexicanismos, pero ya hay una gran pereza mental y estas literaturas no traspasan

Augusto Monterroso cree que la comunicación ahora interrumpida se inició mucho antes de que se consolidara el boom, con Rubén Darío y sus contemporáneos. "No había tanta separación entre unas literaturas y otras; era la misma literatura en español". La fragmentación que se produjo en los tiempos más recientes, cree Héctor Aguilar Camín, se ha debido a las crisis políticas y a las dictaduras que han ahondado la incomprensión entre los países latinoamericanos y la impenetrabilidad de las antiguas fronteras del comercio cultural.

Esa crisis de los setenta aceleró el desencuentro; antes, en España y en el resto de los países de América Latina circulaban como propios Borges en México, Rulfo en Argentina, Fuentes en Perú, Cabrera Infante en España, Vargas Llosa en Colombia, García Márquez en Chile; y el silencio de Onetti y de Rulfo eran la niebla del sol de sus pueblos inventados. Eran los tiempos del boom, antes de que se hiciera sólido el concepto de Edwards: "El idioma común que nos separa". Para acabar con el maleficio, Carlos Fuentes ha propuesto que al boom le suceda el boumerang. Mientras tanto, dejemos hablar, pro ejemplo, a Onetti y a Rulfo entre sus nieblas.

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