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La culpa es de Abraham

El nacionalismo religioso, entre el cielo y la tierra, condiciona el conflicto árabe-israelí

Hay más de un observador extranjero que no comprende el desconcierto que sienten los israelíes cada vez que un líder árabe o palestino evoca la yihad (guerra santa musulmana) para reconquistar Jerusalén. ¿Acaso no han demostrado los israelíes una y otra vez que tienen la superioridad militar? ¿No es ésta la razón principal que ha llevado a los gobiernos árabes y a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) a terminar optando por la negociación para recuperar los territorios ocupados en 1967 a cambio de la paz? Sin duda. Pero los desacuerdos que enfrentan a Israel con los árabes no se refieren sólo a cuestiones territoriales. El conflicto es también existencial, precisamente porque las reivindicaciones territoriales de ambas partes están impregnadas de connotaciones histórico-religiosas.Cuando Arafat habla de y¡had y recuerda la violación de un acuerdo de armisticio firmado entre Mahoma y una tribu judía de entonces (¡hace 1.500 años!) los analistas israelíes se preguntan seriamente si el presidente de la Organización para la Liberación de Palestina tiene todavía la intención de hacer la paz con Israel o sólo pretende un acuerdo de armisticio precario y provisional como el de la época de Mahoma. Así se entremezclan el pasado y el presente, y se cita el Corán o la Biblia para demostrar la buena o mala fe.

Todo empezó con Abraham. "Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y ve a la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo", dice Yahvé a Abraham (Génesis 12, 1). Acompañado por los suyos, Abraham abandona Ur, en Caldea, y emprende camino hacia la tierra de Canaán, el futuro Eretz-Israel, la tierra de Israel. Entonces, Dios promete a Abraham: "Daré esta tierra a tu descendencia" (Génesis 12, 7). Basándose en esta promesa divina, los extremistas judeo-israelíes reivindican esa tierra, Eretz-Israel, es decir, el Estado de Israel más Judea y Samaria (la Cisjordania ocupada por el Ejército israelí). Pero hay una dificultad. Como se sabe, Abraham tuvo dos hijos: primero Ismael, nacido de Agar; después Isaac, nacido de Sara. Según la tradición religiosa, los judíos son los descendientes de Abraham; los árabes, los descendientes de Ismael. Tanto los judíos como los árabes son, pues, la descendencia de Abraham. Los judíos religiosos se consideran los únicos descendientes auténticos de Abraham porque Sara era la esposa legítima del patriarca, mientras que Agar era sólo una sierva egipcia. Los árabes contestan que Ismael era el primogénito, por lo que tiene prioridad sobre Isaac.

Hoy como ayer, unos invocan la promesa de Yahvé y otros la cólera de Alá para amenazar al adversario. Poco después de la matanza de 29 palestinos en Hebrón por uno o varios colonos judíos fanáticos, una delegación de árabes palestinos, ciudadanos israelíes y miembros de un movimiento islamista, quería presentar sus condolencias a las familias de las víctimas. La entrada en Hebrón les fue impedida en un puesto de control del Ejército israelí. El jeque Tamani, líder fundamentalista de Hebrón, salió a su encuentro. Se puso a la cabeza de la delegación y comenzó a salmodiar imprecaciones religiosas, repetidas por la multitud. Un ejemplo: "Oh, Alá, envíanos un nuevo Saladino [en árabe, Salah Addin] para liberar El Kuds [La Santa, nombre árabe de Jerusalén] de los infieles".

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