La comedia como liberación
Hay un indicio bastante fiable de la madurez profesional de un cineasta, sobre todo cuando tiene detrás una obra amplia con la que cotejar cada nueva película que hace. Este indicio consiste en que sus trabajos de ahora, aunque estén muy elaborados, no lo parecen. Es esta una pista de la plenitud: como si hubiese adquirido el don del alquimista y todo cuanto toca, por barro que sea, se convierte en sus manos en oro.Woody Allen acomete en Manhattan murder mistery un empeño aparentemente menor, porque menor es su motivación: no tanto entretener a los demás como entretenerse a sí mismo, buscar en el trabajo un escape de las ásperas tensiones en que le ha metido su vida privada. El mismo así lo confesó en una entrevista emitida hace seis o siete meses por la televisión italiana. Que su situación íntima era un avispero se percibía en la casi insostenible tensión dramática que hay detrás de la locuacidad, casi verborrea, de Maridos y mujeres, su obra anterior, realizada en el preludio de la tormenta. Aquel avispero tenía que estallar por algún lado y lo hizo en una grieta del periodismo amarillo. Y para olvidar esa pesadilla Allen imaginó otra, Manhattan murder mistery: el trabajo como terapéutica, como bálsamo y analgésico. Y a la severidad de Maridos y mujeres quiso oponer una comedia indulgente: nada que demostrar con ella, sólo el placer de hacer cine destinado a colmar el placer de verlo.
Misterioso asesinato en Manhattan
Dirección: Woody Allen. Guión:Marshall Brickman y Woody Allen. Fotografía: Carlo di Palma. Música. Bob Hein. Estados Unidos, 1993. Intérpretes: Woody Allen, Diane Keaton, Anjelica Huston, Alan Alda, Jerry Adler. Estados Unidos, 1993. Estreno en Madrid: Multicines la Dehesa, Vaguada, Ideal, Real Cinema, Dúplex, Plaza Aluche.
Pero de esta decisión de ligereza le sale a Allen una película de gran peso, cargada de otro tipo de gravedad, aunque a primera vista parezca lo contrario; porque recupera en ella las fuentes, que parecía últimamente haber perdido, de la risa, y son estas fuentes calas en las raíces ocultas del comportamiento. Un pasarratos es siempre más, mucho más que un simple pasarratos.
Y lo es porque para alcanzarlo es indispensable en quien lo hace solvencia de oficio combinada con despreocupación por la técnica, porque oficio y técnica no son en él mecánicas de filmación ni matemática de elaboración, sino naturaleza: no discurren por caminos de cálculo intelectual, sino de cálculo diluido en el instinto. Cuando un cineasta -es el caso difícilmente alcanzable de Luis Buñuel- tiene fundidos su oficio y su estilo, puede permitirse hacer una cosa y su revés sin que el movimiento de inversión se perciba y el truco se note, porque ha dejado de ser truco y se ha convertido en un signo vivo de su gama natural de expresión, de su verbo visual noble. De ahí que Allen se permita en Manhattan utilizar a su antojo modelos y géneros, pues mientras los adopta les da la vuelta; mientras les obedece los pulveriza.
Y de ahí que le salga una mezcla incatalogable de comedia y thriller y que, con fórmulas de aquella y de este, obtenga un híbrido raro y sin antecedentes, en el que une hilos muy dispares, pero que, pese a esta disparidad, se engarzan cómodamente y dan lugar a escenas perfectas, de entramado ágil y divertidísimo, al mismo tiempo por su precisión y por su espontaneidad, como la escena de la claustrofobia de Woody en un ascensor y la del barullo de la grabación en una llamada telefónica, que entran en cualquier selección de grandes momentos del humor hecho imagen.
Tras su búsqueda de originalidad por la originalidad, que surgió de la brillante pero epidérmica, La rosa púrpura del Cairo, Allen incurrió en repeticiones manieristas e hizo cine inferior a él. Pero, como apuntó en Delitos y faltas, y sobre todo en Maridos y mujeres, el cineasta entra en otro de sus momentos dulces: un acuerdo casi perfecto entre lo que busca y lo que encuentra, una maravillosa capacidad para llevar a su redil personal juegos y esquemas despersonalizados por su uso y abuso en las tradiciones del cine de su país.
Y, al fondo de todo, tras las actuaciones en estado de gracia del propio Allen, Anjelica Huston, Alan Alda, Diane Keaton y Jerry Adler, surge incontenible la verdadera protagonista de esta deliciosa película: Manhattan, la isla universal, más hecha para el cine que nunca.
Babelia
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