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"Hice 'El pequeaño buda' pensando en los niños", afirma Bernardo Bertolucci

El director presenta su filme en Barcelona

Ha pasado ya de los 50 años y sobrevive a su raza de director-autor, cuya obra se ha situado siempre bajo el incómodo cielo protector de Freud y de Marx. Hace tiempo que la mirada del cineasta italiano Bernardo Bertolucci se ha detenido en otras culturas, con preferencia por el Extremo Oriente, y ahora afirma estar en deuda eterna con los budistas tibetanos, que le han redescubierto la alegría de vivir y de filmar. Habla con calma y pide que su repaso de la vida del príncipe Siddhartha, Buda, el iluminado, sea visto por la crítica fuera de los esquemas habituales con que se suele juzgar su cine. Porque dice haber hecho la película "pensando en que la vieran los niños, como una historia de niños y para ellos. Por eso elegí ese tono peculiar que tiene".

Bertolucci se declara admirador del budismo, pero desde una cierta periferia agnóstica. Admira que sea antes una filosofía que una religión, y afirma que esa es la razón por la que en El pequeño buda, su último filme que hoy se estrena en España, apenas hay palabras que remitan a una terminología religiosa. "El budista es contrario al proselitismo y ve en la actitud de los cristianos una verdadera agresión cultural. En su tolerancia infinita, concibe sin problemas algo de lo que los cristianos son incapaces: que se pueda ser al mismo tiempo budista y católico. Me seducen en especial que hablen siempre de la inteligencia, no del alma", afirma el director. Y tiene igualmente muy claro que si ha optado por una aproximación al budismo en clave divulgativa, es porque de haber sido más riguroso "tal vez el filme no tendría interlocutor. Hay una gran ignorancia en Occidente de todo lo que se relaciona con el budismo", reconoce.El pequeño buda narra dos tramas íntimamente relacionadas, situadas en dos momentos históricos diferentes. En la primera, un niño que vive en Seattle (EE UU) parece ser el destinatario del alma transmigrante de un lama. El niño recibe la visita de un monje, enviado desde un monasterio del lejano Buthán, que le ilustra sobre la vida del príncipe Siddhartha, joven heredero de un trono que vivió hace 2.500 años. La segunda no es otra que la. propia historia del buda.

Bertolucci confiesa que no le resultó fácil encontrar las fuentes referenciales para construir visualmente la película. "Casi todas las representaciones que se conocen de Buda son relativamente recientes. En nuestro trabajo nos basamos en oleografías hindúes y hasta en un cierto cine de gran espectáculo producido en la India. Aunque debo decir que la inspiración en la recreación ha sido sumamente libre".

Más allá de la fidelidad o no a la iconografía habitual en el budismo, lo que le interesa al realizador italiano es ilustrar con una historia de ficción conceptos fundamentales en la visión del mundo del budismo, como las nociones de vacío y de forma: "Busqué el máximo contraste posible entre Oriente y Occidente, de ahí que una parte de la película se desarrolle en Seattle, con su frialdad moderna y dentro de un apartamento vacío, mientras que la otra transcurre en la India, con su colorido y abigarramiento humano. Y el protagonista es americano porque si hubiese optado por uno europeo, ese contraste habría sido mucho menor", afirma.

Bertolucci se da a divagar sobre cosas que no parecen tener relación inmediata con su película: "Me parece muy importante un filme como Schlinders list. Me afectó muchísimo, más cuando nace después de un filme tan cínico como Parque jurásico; creo que si Spielberg lo hizo es para recordarles ciertas cosas a quienes han olvidado tan pronto. Hace unos días, hablando con Spielberg, le dije que le tenían que dar el Oscar, pero al mejor filme extranjero, porque está hecho Como si se tratase de una película polaca o del Este europeo", afirma irónico.

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