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Críticas a la represión militar sobre los rebeldes nicaragüenses en Estelí

Estelí enterró ayer con grandes escenas de dolor a sus muertos. En el resto del país crece el debate sobre la actuación del Ejército del general Humberto Ortega en la represión de los rebeldes, considerada muy dura en círculos sandinistas. Entretanto, Pedrito El Hondureño, jefe de los recompas que tomó por las armas la ciudad durante dos días, se ha hecho fuerte en la montaña con un botín de cuatro millones de dólares.

FERNANDO ORGAMBIDES, ENVIADO ESPECIAL, En Estelí, una ciudad que tradicionalmente ha simpatizado con el sandinismo, se lloraba ayer en todas partes. Había quienes, indignados, culpaban a los recompas sandinistas de haber traído la tragedia a este rincón norteño de Nicaragua, pero también quienes, convencidos, no dejaban de señalar con el dedo al general Humberto Ortega, jefe del Ejército, de haber dividido a la familia sandinista con una represión, brutal a todas luces, que ha encharcado de sangre el país.A Pedrito El Hondureño, ex mayor del Ejército, le fallaron los cálculos. Empujado por la miseria y el hambre, este líder rebelde, más cercano a un bandolero español del siglo pasado que al Robin Hood nicaragüense con que ya algunos le identifican, jamás se imaginó que sus antiguos compañeros del Ejército iban a entrar a sangre y fuego en la ciudad para acabar con su rebeldía.

Pese a sus diferencias con los líderes sandinistas locales, El Hondureño, un hombre de acción a quien se le adjudican grandes victorias en la larga guerra civil que sufrió este país centroamericano, tomó Estelí con una banda de desheredados formada fundamentalmente por ex soldados sin porvenir y campesinos sin tierras. Buscaba hacerse con un botín que él consideraba que estaba mejor en manos de los hambrientos que en las bóvedas de los nuevos bancos privados del país. Pero también algo más.

Ya había ensayado en los últimos meses procedimientos similares con secuestros y extorsiones a empresarios de la zona. Sin embargo, esta vez su acción iba más allá: demostrar por un lado su fuerza e intimidar, por otro, a un Gobierno al que le aterran las armas para poder negociar más adelante una salida para él y sus hombres en sus reclamaciones de tierra y empleo, el gran drama que sufren los desmovilizados de la guerra nicaragüense, sean ex soldados o ex guerrilleros de la contra.

El Hondureño se imaginaba que podía contar con cierta complicidad de sus viejos compañeros del Ejército sandinista, y jamás pensó que iban a entrar en una represión tan feroz como la que concluyó el jueves dejando Estelí llena de cadáveres y heridos. No fue así y El Hondureño y sus hombres, ignorando que hoy Humberto Ortega está más cerca de su ambición de poder que de la ideología revolucionaria, fueron víctimas de su propia trampa.

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Ni Ortega ni él se han salvado de la ira de la feroz extrema derecha nicaragüense, que los sitúa, pese a este enfrentamiento fratricida, en el mismo bando antes y después del ataque. Tampoco el Gobierno centrista que encabeza Violeta Chamorro que, sin embargo, se ha encontrado con una oportunidad de que el Ejército es cal.:)az de acatar la legitimidad civil.

Muy poca gente en la Nicaragua de hoy, pacificadaya trassu eterna división, aprueba procedimientos como los de El Hondureño. Tampoco un baño de sangre con 45 muertos y un centenar de heridos. La presidenta Violeta Chamorro, presionada por una derecha intransigente que la considera una traidora y por un sandinismo que controla el Ejército y la policía, ha sido incansable en su petición de poner fin al uso de las armas en el país.

Restarle al Ejército 80.000 de sus efectivos, responder con amnistías a quienes voluntariamente entreguen las armas y tratar de malcompensar el desempleo que afecta al 60% del país con los fondos que le reporta con lentitud la caridad internacional, no dan resultados inmediatos. Chamorro, al ser preguntada por estos sucesos, ha dicho que está contra cualquier tipo de muerte.

Ha culpado a gente como Daniel Ortega y Tomás Borge de levantar al país con discursos incendiarios contra su Gobierno. Pero también le ha respondido a esa derecha que día a día le recrimina sus excesos de bonanza en el ejercicio del cargo advirtiéndole que cuando está en juego la paz y la tranquilidad de Nicaragua si con armas se ataca con armas se responde. Le, que no ha dicho es que este asunto ha sido también una victoria personal del general Humberto Ortega, que ha visto reforzado el papel del Ejército y el suyo propio.

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