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Reportaje:ARQUITECTURA

La catedral de La Almudena

El arquitecto Fernando Chueca, que construye la catedral desde 1950, ha transformado el aspecto exterior de estilo gótico para armonizarlo con el neoclásico del Palacio Real. Los arreglos para construir sobre lo existente, corregir lo desaconsejado y enderezar estilos han desembocado en una mixtificación.

A diferencia de lo que ha venido procurándosele en otros países de recibimiento, el Papa encontrará ahora en España no un tinglado desde el que predicar a sus fieles, sino una enorme catedral con sus vidrieras, sus piedras y su facistol en regla. Ni siquiera la catedral de León o de Burgos son de tan extraordinario tamaño como la de Madrid, la quinta en España, después de las de Sevilla, Toledo, Granada o Palma de Mallorca, pujando con las de Salamanca y Segovia. Y pocas han sido, en este tiempo, tan manoseadas, discutidas y reformadas antes de su conclusión virtual.El actual responsable de las obras, su autor desde 1950, es Fernando Chueca, 82 años, miembro de las Reales Academias de Bellas Artes y de la Historia, ganador entonces, cuando era un joven casi recién salido de la escuela, de un concurso convocado por la Dirección General de Bellas Artes, a cuyo frente se encontraba el marqués de Lozoya. El premio de ese certamen al que acudió Chueca con su compañero Carlos Sidro, revestía una mágica significación en su vida. Chueca confiesa que ya en su adolescencia se obsesionaba con ser él quien levantara la catedral de Madrid y, a los 22 años, mientras asistía a unos cursos de ciencias, dibujaba compulsivamente los bocetos. Se entiende bien, por tanto, el orgullo con que se arquea contemplando la fachada y con qué pasos, hoy renqueantes, se desplaza bajo las naves convertidas durante varias décadas en su asidua residencia emotiva y laboral.

Historia interminable

Juan Carlos I, el Papa, el cardenal Suquía, Álvarez del Manzano y Fernando Chueca constituyen el pentágono de autoridades que se adherirán a la historia de la culminación catedralicia, tras una larga sucesión de fracasos y abandonos iniciados en los tiempos de Felipe II, cuando el rey trasladó la capitalidad a Madrid, aunque siguiera distraído por el magno proyecto de El Escorial y por la colegiata de Valladolid para su ciudad de nacimiento. Problemas con la Archidiócesis de Toledo, resistente a repartir sus privilegios con Madrid, vicisitudes históricas y revueltas, asuntos presupuestarios que discurrieron desde Felipe IV y su conde-duque de Olivares hasta el reinado de Alfonso XII, muertes, molicies, hicieron suspender o revisar los planes hasta el descorazonamiento. Desde el proyecto de Gómez de Mora en el siglo XVII, que no pasé de los preliminares, y el del marqués de Cubas, del siglo XIX, que apenas si superó la cripta, aún hubo en el siglo XVIII un tercer proyecto sin futuro de Sachetti, en 1738.Francisco de Cubas (1826-1899), perteneciente a las primeras promociones de la recién creada Escuela de Arquitectura de Madrid, efímero alcalde de Madrid, fue quien, contando con el empuje de la reina Isabel de Borbón y la malograda María de las Mercedes, muy devotas de la Virgen de la Almudena, pudo excavar, en 1883, los primeros, cimientos.

Con ello se enterraban problemas seculares y empezaban a surgir otros nuevos. Siguiendo la moda del gótico, que preconizaba entonces como un revival el gran maestro francés Viollet-le-Duc, el marqués de Cubas concibió un majestuoso templo con ventanales, triforios, chapiteles y flechas de gran altura impregnados de fervor católico.

La filigrana a que elevó sus dibujos (100 metros desde el suelo frente a los 79 de Burgos) dio a pensar pronto que su cercano emplazamiento al Palacio Real iba a trastocar la unidad de la acrópolis y perjudicaría las perspectivas. Con esto, a la muerte del célebre arquitecto sólo se había realizado la cripta, donde fue enterrado. La crisis del 98, la molicie y el estallido de la guerra civil en 1936 dejaron las obras en la crónica parálisis contemplada por incontables generaciones.La carroza y las mixturas

¿Qué se propuso en 1950 Fernando Chueca? En primer lugar, transformar el aspecto exterior de estilo gótico para armonizarlo con el neoclásico del Palacio Real. La catedral que el día 15 de este mes inaugura Juan Pablo II cuenta con un interior de aspecto gótico y un estuche de porte clasicista. Pero esto no parece revestir inconveniente alguno, anota Chueca. Dice: "Esto no es nada nuevo. Catedrales tan importantes como Santiago de Compostela son interiormente románicas mientras los exteriores obedecen al mejor estilo barroco de Galicia. Y esta disparidad entre el interior y el exterior se repite en Murcia, en Lugo, en Almería o en Pamplona, por citar algunas"

Pero existen también más mestizajes. "Obviamente", declara Chueca, "a lo largo de 40 años de trabajo no se mantienen los mismos criterios. Una catedral no se construye como un grupo de viviendas". Contemplada desde la fachada de Poniente, desde la carretera de Extremadura, por ejemplo, La Almudena dibuja la forma de una suntuosa carroza de caballos. De su enorme cimborrio, reforzado para concederle solemnidad mayor, tiran dos torres delgadas o cabalgaduras flacas notoriamente incapaces, en caso de ser conminadas, de arrastrar la soberbia carga del cimborrio. Chueca justifica la pobre suficiencia de las torres por problemas de cimentación -el río subyacente-, que habrían encarecido desmesuradamente el propósito de otorgarles superior envergadura. "Así ha quedado como una especie de San Pablo de Londres, que ha venido a convertirse en su referencia", afirma.

Repetidamente, los arreglos para construir sobre lo existente, corregir lo desaconsejado y en derezar estilos han desembocado en una mixtificación que su responsable no se recata en reconocer. De una parte, dice, "rechacé la idea de construir un templo moderno. No iba a caer en el mismo error de hacer algo a la moda, como pretendió el marqués de Cubas". De otra, sus gustos personales, variados y cambiantes a lo largo de 40 años inciertos, se han plasmado en efectos de todo género. Siendo el interior gótico, con unas columnas labradas y otras no, las vidrieras están inspiradas en Mondrian, el pavimento en un diseño personal con mármoles contrapeados en amarillo y verde de Macael, las bóvedas -pero no todas- policromadas con dibujos propios del autor, de estilo bizantino de precedente catalán, aunque aquí sean de hormigón y allí en madera. Los bancos, obra también del arquitecto, fueron construidos por los monjes de El Paular, tallados en iroko, pesados como sillares, y las puertas se han fabricado con madera especial de derribo estadounidense, orgullo de los carpinteros.El Papa se aposentará en un sitial del siglo XIX trasladado desde el palacio del Obispo. El Cristo a cuyos pies se celebra la liturgia es una talla restaurada del siglo XVIII, de Juan de Mesa, y a su espalda se despliega un cuadro del siglo XVII, de Juan de Ricci. El empinado altar de la Virgen de la Almudena, en el brazo derecho del crucero, cuenta con un retablo de Juan de Borgoña, de finales del siglo XV, aporte del arzobispado, y la gran capilla, reservada al Santísimo, diseñado su túmulo ondulante por Fernando Chueca en mármol tostado granadino, sostiene un fanal donde será guardada una custodia del tiempo de Carlos II. Imposible dar cuenta aproximada de las múltiples aglomeraciones de color, materiales, herencias históricas, citas veladas, formas y diseños que pueblan la sede. Acicalada para el culto, presta para que el Papa reconozca la continuidad de la fe católica española y se complazca en su bendición, la catedral boga por los andurriales artísticos del pasado y del presente.

Para bien o para mal, los múltiples argumentos que salpican el edificio darán ocasión para considerarlo el principio del desconcierto feligrés, a poco que su fe les permita percatarse, y la continuación de una polémica pagana por los siglos de los siglos.

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