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Solventes y arriesgadas aportaciones de Pilar Miró y Mario Camus

Carmen Maura convenció, pero su película 'Luis, el niño rey', no

Tres nombres españoles sonaron fuerte ayer en este festival, hasta ahora bastante callado y con calidad media tirando a pobre. Carmen Maura convenció con su dominio de¡ teatro en la esperada, y finalmente desesperante, Luis, el niño rey, de Roger Planchon. Pilar Miró recibió la ovación unánime de la gran Sala Claude Debussy, llena hasta los topes, tras la proyección de El pájaro de la felicidad. Y redondeó este buen día español Mario Camus con Sombras en una batalla, que fue muy bien acogida en la Quincena de los Realizadores y en la, que Carmen Maura no sólo convenció, sino que conmovió.

Le correspondió en la competieción el turno a los veteranos Paolo y Vittorio Taviani, inseparables detrás de las cámaras y parte de un capítulo ya: escrito de la historia del cine italiano. Su película se tituló Florile, y no aporta nada nuevo al peculiar estilo de estos hermanos siameses cinematográficos: un estilo tosco y elemental, pero a veces con gran eficacia emocional. Este a veces no incluye a Flórile, que es celuloide archisabido y suena a cosa ya vista desde su primera escena.

Luis, el niño rey, es una ambiciosa obra del gigante de la escena francesa Roger Planchon. Lógicamente, creó muchas esperanzas que, una vez vista, se desvanecieron, pues conjuga infinidad de ingredientes de alta calidad, inteligencia y buen gusto, pero él resultado de esta conjugación no es cine. El sentido de la secuencia cinematográfica se diluye en los espacios escénicos temporalmente invertebrados, en la frenética sucesión de réplicas y contrarréplicas del medio centenar de intépretes de esta meticulosa reconstrucción de la niñez de Luis XIV de Francia, en la ausencia de hilos conductores del relato dentro de la imagen.

Representado sobre un escenario, el ejercicio de virtuosismo en el dominio de los espacios de que hacen alarde Planchon y sus actores -encabezados por Carmen Maura, que interpreta con su probado oficio teatral a la madre del pequeño Luis, la regente española Ana de Austria- es un interesante experimento de dramaturgia fotografiada desde fuera, un esfuerzo desmedido que confunde acción con ajetreo y que, al tiempo que se adivina su brillantez sobre un tablado, se sufre como un dolor de muelas en una pantalla.

Pérdida de tiempo

Este cronista huyó de la sala a las dos horas de proyección. Quedaba todavía una más por ver, y lo que prometía era una irremediable pérdida de tiempo: nada hay más detestable en una pantalla que la teatralidad disfrazada de cine, no hace falta decir que cine falsario. En definitiva, estamos ante una aventura en lo imposible: una inutilidad parecida a la de mirar una fuga de Bach y la de escuchar un lienzo de Leonardo. Planchon no confunde las lentes sino los sentidos. Su error es por ello radical, de raíz: no es que haga mal la película, sino que no la hace.

Si Carmen Maura simplemente convence en su composición, por fuerza sólo externa, de Ana de Austria, por suerte interpreta de forma magistral y conmovedora a otra Ana de ahora mismo en la más que notable película de Mario Camus Sombras en una batalla, que habrá que discutir detenidamente, cuando se estrene en España, pues si tiene algunos pasajes imprecisos en conjunto es cine adulto, de gran profesionalidad y precisión.

El cineasta rasga el tejido de una herida colectiva española abierta: el terrorismo nacionalista vasco y su espejo e interlocutor, el terrorismo de Estado. Es apresurado decir que tal vez la zona de despegue del filme promete más de lo que su zona de aterrizaje da. Pero incluso si es así, la verdad e intensidad de la ficción y la identidad entre el trazado estético del relato y los residuos éticos que deja a su paso por la retina del espectador le convierten en una obra de gran coraje y alto riesgo, lo que sitúa a esta película por encima de lo que estamos viendo en el concurso oficial, que sigue sin salir del cine estancado, superfluo y hecho de espaldas al presagio y al escalofrío de los malos tiempos que se nos avecinan.

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