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ELECCIONES EN FRANCIA

Mitterrand, el resistente

El presidente se prepara para no ceder a la derecha "ni una migaja" de su poder

En vísperas de las elecciones legislativas, François Mitterrand se ha organizado dos importantes viajes al extranjero: uno, el que le llevó ayer a Washington; otro, el que efectuará la próxima semana a Moscú. Intenta así reafirmar su condición de principal timonel de Francia e indiscutible artífice de su política exterior. Pero el Mitterrand que se entrevistó con Bill Clinton y se reunirá con Borís Yeltsin es un líder al final de su carrera. Su partido, el socialista, sufrirá una severa derrota dentro de unos días y él bate todas las plusmarcas de impopularidad de un presidente de la V República.

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Nunca desde su ascensión al poder en 1981 la popularidad de Mitterrand había sido tan baja. El 60% de los franceses se declaran descontentos con su gestión personal y sólo el 26% se dicen satisfechos. Un porcentaje aún superior, el 82%, rechaza la acción de su Gobierno. Las encuestas afirman también que el 51116 de sus compatriotas desea que Mitterrand abandone el Elíseo de confirmarse la anunciada victoria del centro-derecha en las elecciones legislativas de los próximos días 21 y 28.Inconmovible como una esfinge egipcia, Mitterrand se dispone a cohabitar de nuevo con un primer ministro y un Gobierno surgidos de la alianza de los gaullistas de Jacques Chirac y los centristas de Valéry Giscard d'Estaing. En su última intervención televisiva, reiteró que piensa ejercer hasta el final su segundo mandato presidencial, que culmina en 1995. Ello significa que Francia va a contar durante los próximos dos años con un Ejecutivo bicéfalo. Un Ejecutivo en el que una de las cabezas, el Gobierno, va a empujar constantemente a la otra, al presidente, hacia la puerta de salida.Francia va a entrar en un periodo de gran incertidumbre política. Las legislativas van a marcar el fin de una etapa -la larga hegemonía socialista-, pero no el nacimiento de una nueva. Los próximos dos años van a ser de transición hacia algo desconocido por el momento. Ello, subrayan Giscard y Chirac, va a retrasar la recuperación política, económica y moral del país. Y también, como apuntan numerosos observadores, puede significar que Francia vacile en su firme compromiso con la construcción europea en un momento en que ésta necesita más que nunca del tirón de la locomotora parisiense.

Mitterrand va a luchar hasta sus últimas fuerzas para mantener sobre sus raíles al tren de la unión europea que él hizo arrancar junto con el canciller alemán Helmut Kohl. Michel Vauzelle, actual ministro de Justicia y uno de sus próximos colaboradores, asegura que el presidente francés piensa recuperar personalmente la iniciativa "tras la aprobación danesa y británica" del Tratado de Maastricht. Pero, en caso de nuevas crisis nacionales o europeas, el movimiento gaullista puede verse arrastrado por el hecho de que la mayoría de su electorado votó contra Maastricht. Entre la clientela de Chirac se encuentran numerosos agricultores y pequeños comerciantes muy reacios a todo lo que huela a Europa.

Asegura Mitterrand que va a la cohabitación "sin armas ni armaduras". Pero añade que no piensa consentirle a la derecha ninguna merma a las conquistas sociales de su larga presidencia: jubilación a los 60 años, quinta semana de vacaciones pagadas, impuesto sobre las grandes fortunas o renta mínima de inserción. Mitterrand está convencido de que sólo su presencia en el poder desde 1981 ha salvado al sistema francés de protección social de la fiebre ultraliberal que se abatió sobre el mundo en los años ochenta. Una fiebre de la que la derecha francesa se declara curada, pero sin que sus afirmaciones convenzan al presidente.

También advierte Mitterrand que no aceptará el menor cambio en la política europea de Francia. Y asegura que apelará a los franceses -es decir, convocará un referéndum- si la acción de la derecha es inaceptable" en el terreno social o europeo. Entretanto, se empecina en cargar la agenda del futuro Gobierno con una propuesta de reforma de la Constitución que no despierta ningún entusiasmo ni en la derecha ni en la izquierda.

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Mitterrand que va a cohabitar por segunda vez con sus rivales políticos no está desnudo. En primer lugar, él nombrará al futuro primer ministro en el seno de la nueva mayoría parlamentaria. Al puesto no le faltan candidatos. Salvo Jacques Chirac, que de antemano rechaza la idea, todos los líderes de la coalición de centro derecha suenan con Matignon, en particular el gaullista Edouard Balladur y los centristas Valéry Giscard d'Estaing, Raymond Barre y François Leotard. Eso da a Mitterrand un margen de maniobra para explotar las divisiones de sus rivales.

A favor de Mitterrand juegan también el hecho de que él no piensa volver a presentarse a una elección presidencial y la vieja pugna entre los principales aspirantes de la derecha a su sucesión: Chirac y Giscard. Además, el presidente francés dispone de sus bombas atómicas constitucionales: la disolución del Parlamento, la convocatoria de un referéndum y su propia dimisión. Esta última arma, adelanta Vauzelle, es la más improbable. "El presidente", asegura, "está decidido a no abandonar ninguna migaja de su inandato".

Pero Mitterrand no va a poder repetir la experiencia de la primera cohabitación, la de 1986-1988, cuando se otorgó el papel de Tonton, el sabio y bondadoso patriarca que vela por todos y cada uno de los ciudadanos, y concedió a Chirac el de malo de la película. Esta vez, la derecha no va a caer en la trampa. Giscard y Chirac ya han anunciado que denunciarán todos los obstáculos que Mitterrand oponga a la acción gubernamental, que presentarán su empeño en quedarse en el Elíseo como la causa principal del retraso en la solución de los problemas de Francia.Y, sobre todo, Mitterrand arrastra mucho lastre. "Los franceses", afirma Franz Olivier' Giesbert, director de Le Figaro, "conocen todos sus trucos y están hartos de ellos". Mitterrand lleva demasiado tiempo en el poder (12 años, dos más que el general De Gaulle), es mayor (76 años), está enfermo de cáncer de próstata y cada vez le cuesta más reaccionar ante las situaciones de crisis. Lo más grave para él es que hasta la izquierda piensa que lo mejor sería que le dejara a Michel Rocard el liderazgo del campo del progreso.

Antes de que las legislativas marquen el comienzo del último capítulo del mitterrandismo, Rocard ya ha jubilado políticamente a Mitterrand al hacer un duro balance de su acción al frente del Estado y proponer la creación de una nueva izquierda. En los próximos dos años, mientras Mitterrand defiende su balance y resiste a la derecha en el Elíseo, Rocard va a seguir diseñando una perspectiva para un porvenir que él aspira a encarnar como candidato a la presidencia.

Y sin embargo, Mitterrand piensa que la izquierda francesa todavía le necesita. Explica a sus colaboradores que si se fuera tras las legislativas, Chirac le sucedería con toda probabilidad en el Elíseo. En cambio, su resistencia en el palacio presidencial puede dar tiempo a los socialistas para recuperarse de la inminente derrota y, además, permitirá que las divisiones de la derecha salgan a la luz pública. En una palabra, Mitterrand no cree que le haya llegado el momento de entrar en la historia.

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