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La 'revangelización' de Centroamérica

El autor analiza el auge en América Central de religiones y sectas -en su mayoría protestantes y procedentes de Estados Unidos-, y señala como motivos la simplicidad de sus argumentos doctrinales, los programas de infraestructura y asistencia social y la crisis interna de la Iglesia católica.

Uno de los detalles que más llama la atención de la realidad centroamericana es el auge que las sectas protestantes han experimentado en el transcurso de los últimos tiempos. En estos países, ya cristianizados desde hace siglos, han aparecido miríadas de nuevos y modernos misioneros que llevan a las poblaciones unas particulares interpretaciones de la Biblia, distinguiéndose adicionalmente por su perseverancia en tratar de modificar el secular modus vivendi de estas gentes. Para comprender este fenómeno, tal vez sea necesario remontarse brevemente en la historia.Desde el punto de vista religioso, una de las características del modelo de colonización que aplicó España en América fue el férreo control del dogma y de la doctrina por medio del Santo Oficio o Inquisición. Esto impidió que durante más de 300 años se practicaran y desarrollaran los credos hispánicos y penetrasen creencias distintas de la católica romana en el continente e islas de dominio español.

La independencia trajo una considerable mudanza en el panorama. El progresivo reconocimiento de la libertad de cultos y la llegada de inmigrantes europeos de credo protestante condujeron a la instalación de distintas iglesias no católicas en América Latina. Contrariamente a lo que había representado la Iglesia romana, los protestantes trajeron consigo, en esa primera etapa, un espíritu abierto y tolerante que rápidamente se identificó con grupos liberales frente al clericalismo militante de los conservadores.

Aquí se hace preciso distinguir entre iglesias y sectas protestantes. Hablamos de iglesias, es decir, las que la historiografía conoce como históricas, e identificamos entre ellas a la anglicana, bautista, episcopaliana, metodista y presbiteriana. En cuanto a las sectas, se trata de grupúsculos nacidos, casi todos ellos en Estados Unidos, a partir de infinitas escisiones sufridas por las iglesias históricas.

Nueva imagen de EE UU

Ya en el siglo XX, y muy particularmente desde el fin de la II Guerra Mundial, comienzan a llegar a la América hispana, y no por casualidad, estas sectas. Tras la etapa de la Good Neighbour Policy del presidente F. D. Roosevelt, Estados Unidos adquirió una nueva imagen en el ámbito de las relaciones interamericanas. A partir de entonces puede observarse cómo todo lo que procede de Norteamérica se rodea de un prestigio del que antes había carecido. Atrás quedaban el Destino Manifiesto, la Enmienda Platt a la Constitución cubana de 1901, las políticas de T. Roosevelt, etcétera.

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Frente al aire progresista que acompañó a las iglesias, las sectas, tanto las primeras como las que se han ido incorporando en los últimos años, han caminado hacia un cierto fundamentalismo cristiano predicando un conformismo conservador en comunión casi perfecta con las caducas estructuras sociales latinoamericanas y que coincide con la poderosa ofensiva que han desarrollado en estos últimos años. Algunos autores hablan, como ejemplo de esto último, de que a finales del siglo XX la mitad de la población guatemalteca, al menos, será evangélica.

No es fácil identificar los orígenes de este espectacular crecimiento. Cabría distinguir tres grandes causas. La estrategia expansionista de las sectas que, una vez que han alcanzado un grado de crecimiento suficiente en su país de origen, se lanzan a la conquista de mercados en el exterior. La América al sur del río Bravo, por su proximidad geográfica, cultura de tipo occidental y creencias masivamente cristianas es un terreno abonado ideal. A ello contribuye también la potencia económica de que gozan todas estas sectas. Como es lógico y natural, los sectores más depauperados de la población se ven fuertemente atraídos por los programas de infraestructura social (clínicas, escuelas, regadíos) que algunas de éstas emprenden en los barrios. Las más modestas se conforman con repartir alimentos, lo que en ciertos niveles de miseria no es menos efectivo.

En el estrato de la sociedad en que se mueven las sectas, la simplicidad de sus argumentos doctrinales, así como un determinado grado de agresividad que induce angustia en el espectador, encuentra un eco inmediato entre quienes les escuchan. De este modo, mezclan arteramente la separación maniquea que establecen entre el mundo terrenal -"básicamente perverso"- y el ultraterreno, en el que todos los problemas encuentran solución, por un lado, con continuos mensajes apocalípticos y neomilenaristas, por otro.

La crisis interna de la Iglesia católica, que cronológicamente arranca en 1968 tras la celebración de la asamblea episcopal latinoamericana de Medellín (Colombia) fuertemente influida por los resultados del Concilio Vaticano II, no ha dejado tampoco de tener su influjo en el crecimiento de las sectas evangélicas. La jerarquía católica no sólo comenzó a preocuparse por el logro de unas estructuras sociales, económicas y políticas más justas, sino que incluso apareció en sus filas un movimiento con posiciones doctrinalmente muy avanzadas que rápidamente comenzó a ganar adeptos: la teología de la liberación. Con el tiempo, ambas acabarían por enfrentarse.

Todo esto tiene lugar sin que las capas más populares del catolicismo experimenten los necesarios avances para absorber la renovación que encaran sus guías espirituales. Los fieles, básica y mayoritariamente sin una fuerte base cultural, no entienden bien los cambios, y mucho menos las disputas que comienzan a aparecer entre quienes defienden que el Vaticano II alcanzó ya la máxima cota de avance posible dentro del catolicismo y los que presionan por una mayor profundización de esas mismas reformas.

Auxilio espiritual

Además, y como agravante para sus intereses, la Iglesia de nuestro tiempo carece, a diferencia de la de hace un siglo, de la capacidad para responder eficientemente a la gran demanda de auxilio espiritual, y no digamos material, existente en estos países. En el mundo aclerical y aconfesional de nuestros días, el catolicismo, secularmente acostumbrado a trabajar con un fuerte apoyo del Estado, ha perdido una de las bases fundamentales sobre las que se sostenía encontrándose todavía hoy inmerso en un proceso de adaptación a las nuevas condiciones reinantes.

Al contrario, el mensaje simple y apocalíptico de las sectas fundamentalistas, la apatía que provocan entre sus fieles ante el convencimiento de que la perfección está en el otro mundo y pocas cosas son perfectibles en esta vida más allá de la buena conducta del individuo ante la sociedad, o mejor, ante el statu quo, encuentra una simpatía natural en Gobiernos agradecidos.

La permanente crisis global estructural en estos países divide a sus poblaciones en dos sectores: el de los resignados, que son los que encuentran alivio en las promesas de "un mundo mejor tras la muerte", y el de los disconformes, lanzados a una lucha imprevisible por un cambio radical de las duras condiciones vitales de su existencia.

Esta crisis ha ido generando un gran sector de población marginada social, económica, política y culturalmente que se convierte en objetivo fácil de los nuevos apóstoles evangélicos animados por la predicación de su particular visión de las Escrituras. El conformismo que imbuye a las gentes no sólo conviene a sus problemas religiosos, sino que además facilita las labores gubernamentales como poco incomodas por la inquietud que provoca en las almas el convencimiento de su realidad de marginación a través de los sacerdotes católicos próximos a las tesis de la teología de la liberación.

Las consecuencias que la ofensiva del fundamentalismo protestante sobre Centroamérica pueda tener a largo plazo no es algo baladí. No debemos dejar de considerar que las sectas no se limitan a predicar su particular interpretación de las Escrituras o a convencer sobre la supuesta verdad de sus argumentos, sino que proceden a un sistemático cambio de hábitos, costumbres y mitos. El fenómeno supone un riesgo de aculturación. Lo peor es que las autoridades, casi siempre de credo católico, están encantadas con este nuevo tipo de población reevangelizada que ha dado por inútil cualquier esfuerzo por tratar de cambiar el mundo y sus injusticias.

Por otra parte, la principal afectada, una Iglesia católica que se apresta a celebrar los 500 años de evangelización de América, observa el proceso desde una crisis que no la faculta, precisamente, para afrontar la ofensiva con sus mejores armas y capacidades.

No hay más solución que la democratización del bienestar económico partiendo de una base legal y civilizada, y la aceleración del desarrollo de estos países teniendo en cuenta que los sectores depauperados son el caldo de cultivo casi perfecto para estas sectas.

Manuel Hernández Ruigómez es consejero de la Embajada de España en Nicaragua.

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