Un polizón del sentimiento
Hoy hace 100 años nació en Madrid Pedro Salinas, autor de 'La voz a ti debida'
Jorge Guillén, su mejor amigo, habló de él como el poeta niño, que se entusiasmaba con un artefacto o con un postre y se ruborizaba con una alusión "subida de tono", como recuerda, no sin regocijo, Solita Salinas, su hija. Para algunos, es el más europeo de la Generación del 27, además del decano: los más jóvenes le llamaban don Pedro. Para otros, es la imagen del exilio como Lorca lo es de la guerra. Todo lo fue de una forma discreta: sólo una vez, en su última conferencia, habló de su poesía. Frente a la visión de Juan Ramón, para quien el poeta cabalga, él, dice su hija, era como un polizón en la poesía. Hoy hace 100 años que nació Pedro Salinas, autor de una de las cimas españolas de la lírica amorosa.
Salinas tenía 48 años cuando estalló la guerra de España, había escrito buena parte de la obra por la que hoy le conocemos -notablemente los poemarios La voz a ti debida y Razón de amor-, y sin embargo, su biografia entera gira en torno al exilio, que, para su hijo Jaime, fue el hecho intelectual decisivo de su vida.Hasta el 4 de diciembre de 1951, año de su muerte, Salinas vivió el extrañamiento en Estados Unidos, como profesor del Wellesley College, una universidad femenina que le había contratado desde antes, y luego, de la John Hopkins University, en Baltimore, con largos viajes, a lo largo de los años cuarenta, por las principales rutas del exilio español en tierras del Sur, donde recobró el placer de oír castellano en la calle. Pese a morir en Boston, fue enterrado frente al mar de Puerto Rico, donde había pasado los tres años más felices de su destierro. Ese día la radio de la isla transmitió su grabación de El contemplado.
Al principio estuvieron muy aislados: sólo una parte pequeña del exilio republicano había encontrado refugio en Estado
Unidos, pero principalmente en Nueva York, donde residía, por ejemplo, la familia de García Lorca. Allí vivían tan unidos que en cierta ocasión una muchacha puertorriqueña le dijo a su señora: "Señora, la llaman al teléfono. Uno que habla inglés".
Salinas admiró mucho de EE UU -las bibliotecas universitarias, por ejemplo, o una mayor modernidad en la educación de la mujer-, y detestó otros aspectos: la cultura de la coca-cola; la bomba atómica, que le hizo escribir 400 angustiados versos casi de golpe, o la caza de brujas del senador McCarthy, en quien reconoció viejos fantasmas, y que seguía a la frustración que supuso el que, tras la II Guerra Mundial, los aliados no forzaran la retirada de Franco. Por lo demás, miraba la sociedad americana con los ojos sorprendidos del poeta niño.
América insólita
Entre sus papeles, que hoy guarda la Universidad de Harvard, figura un cajón entero con recortes de periódicos que reflejan el aspecto insólito de 1a sociedad norteamericana: algo parecido a lo que hizo en España Luis Carandell con Celtiberia show, pero en Estados Unidos.
Para un purista de la expresión lo que se puede apreciar no sólo en sus escritos o en los recuerdos de sus alumnos, sino también en el castellano de cristal que hablan sus hijos, Jaime y Solita-, el principal escollo del exilio fue para Salinas el inglés, idioma que no dominaba y que se empenó en perfeccionar. El dramatismo de esa sed de comunicación se puede observar en la abundante correspondencia entre Salinas y Guillén, dice Jaime Salinas, que en principio debería ser publicada en los próximos meses. Quizá esa comunicación imperfecta fue la base de la enfermedad de Flaubert que sufrió más tarde: la incapacidad de soportar a los tontos.
El perfeccionamiento del inglés le permitió entonces integrarse plenamente en la sociedad universitaria, pero, señala Juan Marichal, su yerno, profesor muchos años en Harvard, no encontró ese matiz de la palabra amigo cuyo secreto Ortega atribuía a los españoles. Le hacían falta las tertulias y el intercambio intelectual de la primera parte de su vida, algo muy comprensible si se piensa que ese tiempo fue el irrepetible de la II República: los años extraordinarios de la Residencia de Estudiantes, de las esperanzas puestas en las ideas de la Institución Libre de Enseñanza o de la Universidad Internacional de Santander,la madre de la actual Menéndez y Pelayo, que él ideó sobre la base de ideas nuevas por completo: pocos alumnos, españoles, hasta 200, que dialogaban con profesores extranjeros, y éstos entre sí, con la intención "de atender a las necesidades espirituales del momento, sin propósitos inmediatamente utilitarios", según escribió Salinas después. Era algo por completo revolucionario, en un tiempo de revoluciones que había de detenerse de golpe. Allí le sorprendió el 18 de julio.
Un viajero
Nada más lejos de Salinas que la imagen del español aislado en el extranjero. Era uno de los más cosmopolitas intelectuales españoles de su tiempo, tras haber sido profesor de literatura española en París,durante la I Guerra Mundial y profesor visitante en Cambridge en 1922 y 1923, puntuaciones de una vida de profesor que le hizo enseñar literatura española en Madrid, Burgos, Sevilla (casi 10 años, con gran influencia entre los jóvenes, según Cernuda) y Santander. Quienes le conocían cuentan que Salinas tenía esa capacidad de sorpresa y entusiasmo que comparten los viajeros.
Para explicar la llegada del Renacimiento a España, Salinas -evoca su hija Solita- les explicaba a sus alumnas americanas, aquel romance en el que los monaguillos, ante la llegada a misa de la bellísima dama enjoyada, trastocan el "amén, amén" por un "amor, amor".
Era un excelente profesor, recuerda Isabel García Lorca, hermana menor ("la niña") del poeta que, a su vez, era uno de los menores de la generación de la que su profesor era el mayor. Para Isabel García Lorca, que en todo momento insistió en tener mucho que decir sobre el poeta, la figura de Salinas no cabe en tan poco espacio". Evocó a Margarita Bonmatí, la argelina hija de alicantinos que Salinas conoció porque justo en su generación los españoles cambiaron la moda de las playas del norte por la del Mediterráneo. Se encontraron en el verano de Santa Pola. Trozos de su correspondencia (Alianza Tres, 1984), seleccionados casi al azar, reflejan el tono de su relación:
"Sigo sin tener carta, mi Margarita, pero estoy esperando, lleno de fe y de tranquilidad. Ayer leí dos de aquellos papelitos que tú me pusiste en el sobre. Vida, ¡cuánto me alegro de que los hayas dado! Uno se refería a tus dudas sobre mi partida y la llegada de tu padre. Otro era una exaltada comprensión del dolor y su nobleza .."
En otro momento le cuenta una excursión a la sierra de Guadarrama: "Si vieras cómo pensaba yo en ti viendo a las muchachas que resbalaban sobre la nieve en los esquís. Y sobre todo pensaba que tú no habrás visto nunca, probablemente, un paisaje así, y que mientras yo estaba en las montañas nevadas tú pasearías bajo el sol de África. Hubiera querido poder guardar un puñado de nieve y habértelo mandado; pas possible; te envío en su lugar estas ramas de pino, un pino oculto entre la nieve, unas nieves que han estado cargadas de nieve. Margarita, esta blancura que me rodeaba me hacía pensar en ti...".
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