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El Festival Internacional de Dubrovnik vive la agonía de la cultura yugoslava

La guerra étnica encierra la muestra en las fronteras croatas

El Festival Internacional de Dubrovnik, el más famoso de Yugoslavia, cerró ayer su 42 edición en una atmósfera insólitamente deprimida. La guerra étnica entre croatas y serbios, a no muchos kilómetros, aplasta la vida antaño despreocupada de esta ciudad dálmata, políticamente croata, arquitectónica y sociológicamente única, y.declarada patrimonio mundial por la Unesco. Dubrovnik es hoy un termómetro de la agonía de la cultura yugoslava.

A primeros de agosto, cazas del ejército yugoslavo rozaron en vuelo rasante las orgullosas murallas de la ciudad vieja de Dubrovnik, intimidando a los habitantes de este enclave turístico emblemático de las delicias de la costa dálmata.El fuego cruzado entre serbios y croatas no ha llegado por ahora al bellísimo casco de Dubrovnik, pero este año, pese a la decisión de mantener la celebración del festival, no hay prácticamente un solo turista en las playas y en la calle Placa, auténtico salón y espejo de la ciudad.

El festival, que comenzó el 10 de julio y se clausuró ayer, quedó convertido, a consecuencia de la tensión bélica, en una muestra exclusivamente croata de teatro, música y poesía, con renuncias a última hora de artistas como Manitas de Plata, Virtuosi di Roma, Dizzy Gillespie, Miriam Makeba y -golpe duro para los organizadores- del pianista croata Ivo Pogorelich, de quien se rumoreaba que, pese que a su representante le situaba en Hannover, en realidad se había atrincherado en su villa costera en la zona elegante de Dubrovnik.

En cambio se elogiaba la actuación del pianista italiano Michele Campanella, que se convirtió en la estrella del festival junto con los Solistas de Zagreb. O montajes teatrales como Medida por medida, de Shakespeare, a cargo de Ivica Kuncevic, Riñas de pescadores, de Goldoni, dirigido por Josko Juvancic, o Hécuba, de Marin Drzic, dirigido por Ivica Boban, en cuyo estreno se difundió una proclama Por la paz en Croacia firmado por figuras de la cultura croata.

El público croata sí ha respondido. Este año se ha seguido la tradición de actuar en rincones ciudadanos ("Es una arquitectura que nos ha permitido ver Hamlet inolvidables", señala Misa Mihocevic, productor del Festival), y era casi relajante comprobar cómo la gente reía en una recoleta plaza renacentista con las broncas entre los pescadores de Goldoni, como si persecuciones y trastazos fuesen de nuevo sólo cosa del teatro.

Aislamiento

"Es muy duro ver así la ciudad", dice Tomislav Vlahutin, director gerente del festival. Se asoma al ventanuco de su despacho en Placa, y suspira: "En ferragosto estábamos acostumbrados a oír las voces de la calle en italiano, alemán, inglés, francés, castellano. Hoy sólo se oye croata. Placa era siempre un caos de gente, para entrar en la ciudad vieja había atascos imponentes. Hoy, cuando menos aparte de Europa queremos sentimos, Dubrovnik está sola".Peter Selem, director artístico del festival y una de los más reputadas figuras teatrales yugoslavas, explica las razones de haber mantenido la celebración del encuentro. "En principio hubo presiones, curiosamente de grupos del propio Dubrovnik, para suspenderlo, de igual modo que, el mismo día de la inauguración, se canceló el mejor festival de cine yugoslavo, el de Pula, en el norte de Croacia. Pero el Gobierno croata decidió seguir adelante con Dubrovnik, porque lo contrario hubiera sido confesar implícitamente que la situación de anormalidad nos había derrotado". El Gobierno croata ha destinado casi la mitad de su presupuesto global para cultura a Dubrovnik 91.

"Esperemos que el futuro del festival no dependa del Gobierno", dice Borís Hrovat, crítico teatral de Zagreb. "Incluso en 1933 Dubrovnik demostró independencia ideológica, y en el congreso del Pen Club condenó al régimen nazi de Alemania, que lamentablemente tuvo continuidad en la dictadura ustacha en Croacia".

El desánimo se ha apoderado de toda la costa dálmata. De 70.000 plazas hoteleras, Dubrovnik no tiene ocupadas este verano más de 4.000. Grandes hoteles como, el Excelsior o el Argentina están vacíos. Las líneas aéreas federales ya no vuelan a Crocia. Y, Riviera dálmata arriba, hacia Split o Zadar, la situación es aún peor, porque la guerra está más cerca.

"En Croacia tenemos un 96% de ocupación hotelera menos que hace un año, es el récord del siglo", dice Matko Medo, diputado del Parlamento croata por Dubrovnik y cargo directivo de la agencia turística oficial. "En la ciudad hay unos 20 hoteles clausurados, en otros se ha reducido el sueldo del personal, varios restaurantes han cerrado. El 83% de los beneficios del turismo en Yugoslavia lo ganaba Croacia, en especial Dalmacia. Sólo de Madrid y Barcelona tuvimos al año pasado siete vuelos directos y dos chárters por semana".

De momento, reducidos a la mínima expresión los trayectos de ferry Oesde la costa adriática italiana, los escasísimos turistas son pasajeros de algún crucero por el Mediterráneo que toca fugazmente Dubrovnik, o grupos de estadounidenses que van a rezar al santuario mariano de Medjugorje, en la Herzegovina croata, donde las apariciones de la Virgen -no homologadas por el Vaticano o por la jerarquía católica croata, pero defendidas por los franciscanos de la zona- han desarrollado un foco turístico. En ese clima, no es extraño asistir, a la caída de la tarde, al rezo del rosario en los grandes hoteles sernivacíos de Dubrovnik.

El alcalde de la ciudad, Petar Poljanic, militante como Medo del partido nacionalistia conservador en el poder liderado por Franjo Tudjman, quiere ser optimista: "Creo que hemos alcanzado el clímax de la crisis. Pero la situación política es muy grave, aunque aquí haya una paz relativa. Con los serbios, nunca se sabe. Por si aca.so, tenemos nuestros propios planes de defensa".

Bozo Letunic, director del instituto para la Reconstrucción, fundado tras el terremoto de 1979 -que causó daños graves en el casco viejo, pero no irreparables-, sigue pensando que, si la guerra no llega directamente a Dubrovnik, conseguirá "evitar convertir la ciudad en un museo o un hotel". El programa de restauración ha impedido que este año el festival contase con espacios ciudadanos para espectáculos de folclor.

El viajero arriesgado tiene, pues a su disposición un Dubrovnik inaudito. Puede contemplar sin apreturas la tercera farmacia más antigua de Europa (año 1391) en el claustro de, los franciscanos; o zascandilear en el mercadillo junto a la Columna de Orlando, el antebrazo de cuya estatua sirvió de medida antes de la adopción del sistema métrico decimal; o recorrer a solas los dos kilórnetros de murallas; puede subir en perfecta soledad al teleférico del monte Srd y contemplar la amalgama gótica, renancentísta y barroca de la en tiempos ciudad-estado, único territorio independiente de los Balcanes durante seis siglos hasta Napoleón.

Sin respiradero

La gente en Dubrovnik está triste, confusa, aunque hace de tripas corazón. Este año el festival no ha servido como ventana al exterior, ni siquiera come, respiradero. La juventud se: arrulla en las múltiples terrazas. Dick Tracy y Madonna en la cama compiten en los cines, con pornos como Cuerpos juguetones. La vida parece seguir, pero todo el mundo te habla de guerra y de matanzas. En los chiringuitos nocturnos de la playa, suenan los Eurythinics, When tomorrow comes.En las estaciones de autobús de la costa dálmata, el viajero es asaltado por alguna señorita que le inquiere si desea una soba. Cuando el turista ve que no sólo la señorita, sino varias abuelitas se pelean por ofrecerle una soba, se sobresalta muchísimo. Pero soba, en serbocroata -o croataserbio, si se quiere- significa habitación: y s¡ hace sólo un verano la caza del turista para la soba era consecuencia del overbooking hotelero, hoy se debe a que nadie sabe qué traera el mañana. Eso, en caso de que el mañana llegue.

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