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GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO

"Conseguida por nuestras fuerzas la superioridad aérea..."

Las primeras operaciones de la coalición internacional se ajustan a la doctrina clásica militar

Pasadas apenas 72 horas del comienzo de las operaciones del Golfo, me parece una osadía tratar de sacar conclusiones; sin embargo, hay momentos en los que puede merecer la pena arriesgarse en aras de la rabiosa actualidad de la noticia.En el plano militar, esta guerra presenta en principio dos peculiaridades: su casi absoluta carencia de sorpresa inicial, aunque se haya hablado de sorpresa táctica, y la, paradójicamente sorprendente, falta de respuesta por parte de la Fuerza Aérea iraquí. Por lo demás, el inicial desarrollo de las operaciones se ajusta perfectamente a lo que es la doctrina clásica de operaciones militares.

Todas las órdenes de operaciones que se preparan para iniciar, en todos los ejércitos del mundo, ejercicios, maniobras y, por supuesto, acciones reales incluyen en sus primeros párrafos una escueta frase: "Conseguida por nuestras fuerzas la superioridad aérea...", y en esos puntos suspensivos se comienza a desarrollar lo que será la maniobra en superficie. La doctrina no es nueva, la desarrolló Douhet hace ya muchas décadas, y la resumía en una escueta frase: "Quien domine el aire dominará el mar y la tierra".

Y así ha sido desde la II Guerra Mundial, y así está empezando a ser en este caso.

La fuerza aérea ha iniciado la guerra con lo que los textos denominan batalla por la superioridad aérea. Esta batalla consta de dos tipos bien definidos de acciones: las ofensivas, que buscan destruir en el suelo el potencial aéreo enemigo atacando sus bases, sus sistemas de mando, control y comunicaciones, su artillería antiaérea, sus radares, sus rampas y silos de misiles superficie-superficie, etcétera; es la que se está desarrollando estos días, la que llena los teletipos de las agencias hablando de objetivos destruidos; la otra, que con toda seguridad también se está desarrollando, es la defensiva; a la par que las formaciones de ataque, despegan formaciones de aviones que se sitúan en los puntos estratégicos y, en permanente contacto con los radares de defensa, patrullan por si se detectan aviones enemigos en el aire.

Objetivos alcanzados

Hoy, 19 de enero, la batalla por la superioridad aérea continúa; lógicamente, y si el 80% de los objetivos asignados han sido destruidos, según acaba de afirmar un alto mando norteamericano, se puede esperar que esta batalla está a punto de concluir con la victoria aliada. Si las informaciones son reales no debe extenderse por más de dos o tres días. Miles de salidas realizadas hasta la fecha, y otras tantas en los próximos días, son muchas salidas, y muchos los objetivos que se pueden alcanzar, tantos que la pregunta es obvia: ¿qué puede quedar?

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Esa misma pregunta es, probablemente, la respuesta al interrogante que se ha repetido una y otra vez estos últimos días: ¿por qué no responde la aviación iraquí? (y en la aviación incluyo los misiles tierra-tierra).

El momento del primer ataque fue cuidadosamente elegido. El mando aliado presuponía o estaba seguro de la escasa capacidad nocturna de la aviación iraquí. Y acertó. Los blancos habían sido cuidadosamente estudiados y seleccionados. Cuando amaneció, los pilotos de Irak vieron, con rabia e impotencia, cómo se reiteraban los ataques sin que ellos pudiesen hacer nada, porque o no tenían aviones o las pistas estaban tan dañadas que sus aviones no podían despegar.

Pero la superioridad total, la destrucción del ciento por ciento del poder aéreo iraquí, es prácticamente imposible. La aviación iraquí saldrá al aire, porque allá donde haya una pista reparada y un avión operativo habrá pilotos que despegarán buscando evitar que los aviones enemigos sigan bombardeando sus tierras. Tal vez sea inútil, pero lo harán.

Batalla terrestre

Terminada esta batalla por la superioridad aérea, ¿qué pasará?, cuánto más durará la guerra? Es la otra pregunta que a los que, casi por real decreto, hemos sido declarados expertos se nos ha repetido cada minuto de estos días.

Las tropas iraquíes salen de una larga guerra de posiciones estáticas en el desierto; son, por tanto, expertas en la fortificación. Y han tenido tiempo de fortificarse.

El objetivo de esta guerra, al menos así se proclama, es la liberación de Kuwait. Ese objetivo sólo estará conseguido cuando las tropas aliadas ocupen las posiciones del Ejército iraquí en tierras kuwaitíes. Pero para ocuparlas hay que desalojar primero a unas tropas que, además de estar perfectamente entrenadas y fortificadas, están dispuestas a dejar su vida antes que ceder sus posiciones.

Hay dos formas de hacerlo: las tropas aliadas maniobran, atacan y entablan la batalla terrestre hasta rendir al enemigo (o todos estamos equivocados respecto a la capacidad de combate del Ejército iraquí o la victoria final presentaría una aterradora cantidad de bajas de ambos bandos); la otra forma es, y por las declaraciones del presidente norteamericano parece la más probable, que, una vez aisladas las tropas iraquíes desplegadas en Kuwait mediante acciones aéreas de interdicción, cortadas sus líneas de suministro, se comience a castigar desde el aire sus posiciones hasta que la falta de agua, víveres y municiones, unida a los devastadores efectos del bombardeo aéreo, anule su capacidad de combate o debilite tanto su capacidad defensiva que haga innecesario el combate terrestre.

Son los dos extremos de una amplia gama de posibilidades de concepción de la maniobra terrestre, la que se adopte estará más cerca del segundo extremo que del primero. Y cuanto más cerca esté, menos durará el conflicto y menos bajas aliadas, y probablemente iraquíes, se contabilizarán.

Esta guerra, como todas las guerras, es una catástrofe para un mundo que se llama civilizado, pero una vez declarada hay que ganarla, y esta guerra, como todas las guerras, se ganará o perderá en y desde el aire.

José Joaquín Vasco Gil es coronel de Aviación, diplomado de Estado Mayor.

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