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Tribuna:LA CRISIS DEL ORIENTE PRÓXIMO
Tribuna
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Los cruzados y el problema palestino

Emilio Menéndez del Valle

Termine de una u otra manera, de la crisis del Golfo pueden derivarse, entre otras, dos consecuencias importantes. Una, negativa; otra, positiva. La primera consiste en que muy probablemente, y durante mucho tiempo, por todo el mundo islámico (no sólo el árabe) se extenderá lo que podríamos denominar síndrome de las cruzadas.Independientemente del grado con que algún Gobierno islámico radical pueda estar contribuyendo a fomentar la imagen, el hecho es que una parte considerable de la sociedad árabe e islámica contempla la llegada de las tropas occidentales a Arabia Saudí como si los nuevos cruzados hubieran desembarcado directamente en los lugares santos de La Meca y Medina, de los que son custodios los dirigentes de la casa de Saud.

La consecuencia positiva es que, se mire como se mire, y en el campo del macroanálisis, no hay forma de separar la crisis de estas semanas de la de siempre, llámese ésta como se llame: israelopalestina o del Oriente Próximo. Una cosa es afirmar, justa y coherentemente, que no se puede ligar la necesaria retirada iraquí de Kuwait a la solución del problema palestino y otra muy distinta asegurar que nada tienen que ver. Lo tienen, y mucho. Y del reconocimiento, explícito o no, de que es así dependerá que el síndrome de los cruzados se perpetúe en el mundo árabe-islámico de hoy o pueda ser paulatinamente reducido con la cooperación de la mayoría.

No se trata de favorecer la intransigencia política (y el error estratégico) de Sadam Husein aceptando mecánicamente que las razones que él ha tenido para devorar un Estado independiente se nutren de la enorme injusticia -política, social, económica y nacional- que impera en la zona. Sin embargo, Occidente debe tener la inteligencia política de evitar otro error estratégico: el que consistiría en subestimar el grado de frustración que desde décadas existe en la población árabe, no la de los Estados petroleros, naturalmente. Esa frustración -que reviste formas diversas y detonantes varios- tiene un común denominador en el problema palestino. Sin considerar ahora la sinceridad y congruencia de algunos Gobiernos árabes al tratar dicho problema, la crisis del Golfo ha demostrado que un sector importante del mundo islámico ha reaccionado emocionalmente de modo radical a favor de la causa palestina y de las tesis del presidente iraquí en el asunto del Golfo. Y ello precisamente, al menos en parte, porque éste se ha erigido en paladín del pueblo palestino.

Ante ello, si se desea evitar que temas como el que comentamos se conviertan en fuente de inestabilidad cada vez más peligrosa para todos, caben dos posibilidades: o bien asumir el papel de paladín, sustituyendo a Sadam Husein, o, aún mejor, adoptar la posición más racional, que consiste en crear las circunstancias para que no se den los paladines. Y la mejor forma de lograrlo es establecer las bases más adecuadas que contribuyan a remediar el desahucio colectivo de cualquier pueblo de la región.

Esfuerzo propalestino

Todo lo anterior, creo que estamos, a pesar de la crisis del Golfo, en el mejor momento para que, solucionada aquélla, pueda fructificar un esfuerzo generalizado en pro de los palestinos. La crisis de agosto llegó en un momento sumamente favorable para las relaciones internacionales, justo cuando las dos superpotencias -limadas sus más importantes diferencias, avanzada la perestroika, entendiéndose cada vez mejor vía Malta y Helsinki- se disponían a establecer conjuntamente los pilares de un nuevo orden mundial. Estados Unidos y la Unión Soviética están cooperando bastante estrechamente, bilateralmente y en el Consejo de Seguridad de la ONU, respecto al asunto de Kuwait. Funcionarios soviéticos incluso piensan que la crisis del Golfo es un caso de laboratorio que puede servir para perfilar un capítulo del nuevo orden posguerra fría.

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¿Por qué no apoyar un entendimiento destinado en el inmediato futuro a solucionar el problema palestino? Ello implicaría endosar el rol de las superpotencias en las relaciones internacionales. Pero ¿acaso, en la actual fase, puede Europa evitarlo? Tal vez en el futuro mediato, con la nueva y grande Alemania, plenamente vestida de europea, podamos desarrollar nuestro papel. Mientras tanto se podría avanzar mucho en la vía de la estabilidad para Oriente Próximo.

En Estados Unidos se afirma estos días que la crisis puede dar la oportunidad para que Washington y Moscú, tras cuatro décadas de desencuentros, cooperen por vez primera en esa parte del mundo. No es del todo cierto que sea la primera vez. El 1 de octubre de 1977 se hizo público un comunicado conjunto norteamericano- soviético que respondía al convencimiento que desde tiempo atrás tenía el presidente Carter: era prioritario lograr en Oriente Próximo un acuerdo de plaz global, y el tema palestino debía ser elemento esencial del mismo.

El comunicado del primero de octubre, congruentemente, reconocía el principio de autodeterminación palestino, lo que satisfizo a los árabes e irritó a los israelíes. La reacción del lobby judío norteamericano fue tan rápida y contundente que sólo cinco días después Carter declaraba a un grupo de congresistas norteamericanos que "se suicidaría políticamente antes que dañar a Israel". Ese día se desvaneció el conato de cooperación soviético-norteamericana sobre el particular.

Pero estamos en otra era, a todas luces, y, a pesar de los pesares, más optimista. Y esta vez un presidente norteamericano ha dicho algo muy importante a propósito de la política tradicional hacia Oriente Próximo. Y lo que es más, lo ha hecho en el seno de la Asamblea General de las Naciones Unidas, nunca más propiamente dicho, ante todo el mundo.

Siempre dando por descontada la previa retirada incondicional iraquí, George Bush ha dicho textualmente: "Ciertamente, creo que puede haber oportunidades para que Irak y Kuwait diriman sus diferencias de un modo permanente, para que los Estados del Golfo concierten por sí mismos nuevos acuerdos en pro de la estabilidad y para que todos los Estados y pueblos de la región solucionen los conflictos que separan a los árabes de Israel".

En algunos círculos israelíes estas palabras han producido una cierta reacción alarmista. No creo que tengan mucho que temer, dado que los intereses israelíes están bien protegidos. Y sin embargo, es posible que la intención contenida en esas palabras del presidente norteamericano sea la conveniente para poner al fin en marcha un proceso importante. El que haga posible que el fantasma de las cruzadas desaparezca, si no de la memoria histórica, al menos sí de la actual de los pueblos árabes, incluido el palestino.

Emilio Menéndez del Valle es embajador en Roma, y lo fue en Ammán

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