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La generación salvada

'Revista de Occidente' dedica un homenaje a Barral y Gil de Biedma

Juan Cruz

Doce días antes de su propia muerte, Carlos Barral no se atrevía a telefonear a su amigo Jaime Gil de Biedma. "La última vez que le llamé desfalleció en el teléfono. Prefiero recordarle hablando". El azar con el que se termina la vida le eligió a él primero. Barral murió el 12 de diciembre de 1989 y Gil de Biedma falleció el 8 de enero de este año. Su recuerdo es el centro de un homenaje que le rinde la Revista de Occidente. Hoy se presenta el volumen en la sede de la Fundación Ortega y Gasset.

Las de Barral y Gil de Biedma fueron muertes predichas por la acumulación de argumentos que tiene la salud para acabarse, pero las dos dejaron igual sensación de perplejidad. Barral y Gil de Biedma eran la vitalidad y la vida, y fueron el gozne de una generación, la del 50, que perdía así el cordón umbilical, una parte esencial de su razón de ser. ¿Cómo se iban a morir? Superada esa perplejidad, sus compañeros de tiempo y los más jóvenes que aprendieron de ellos no han cesado de rendirles homenajes.El penúltimo de esos homenajes se produce hoy. La semana pasada, la propia Fundación Ortega y Gasset recogió una antología de reflexiones que colegas de ambos -y estudiosos de su obra, como Carme Riera- hicieron a la luz de su ejemplo, y en estos días la Universidad Internacional Menéndez Pelayo vuelve sobre ellos. Al tiempo, el Centro Cultural Campoamor y la Fundación Municipal de Cultura de Oviedo ponen en circulación un documento excepcional para entender la razón de ser de todo este ajetreo sobre la generación del 50. Se trata de un libro que recoge las reflexiones vivas de todos sus componentes acerca de la creación poética como fenómeno cultural de un tiempo y de este país.

El que se ha producido en torno a estos poetas ha sido un interés natural: frente a la impresión vanamente habitual de que aquélla era una generación perdida entre los vapores del alcohol y en los humos de la madrugada, la acumulación de estudios que se han sucedido sobre la obra de los poetas muertos y de sus colegas vivos demuestra su vitalidad cultural y la profundidad de su pensamiento literario.

La propia relación poética de Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral es una demostración de que la actitud literaria que mantuvieron ellos y sus propios compañeros era la de unos resistentes que se enfrentaban con las armas del conocimiento a la mediocridad que les reclamaba el ambiente viciado de su tiempo. Acaso no hubo nunca un verso de ninguno de los dos poetas muertos que saliera sin el consentimiento cultural del otro, y no fije porque padecieran el síndrome de la vigilancia mutua, sino porque ambos estuvieron persuadidos de la sabiduría del otro.

Lo que ha ocurrido con la sucesión interminable de estudios y homenajes es que, lejos de perderse o dilatarse en el tiempo la consideración de su importancia, por una vez este país no se pierde una generación, sino que la salva.

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