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Terror al alba en Ias calles de Bucarest

Mineros armados hasta los dientes protagonizan una sangrienta caza del hombre

Prolongadas ráfagas de metralleta y tiros aislados de armas largas surcaban el centro de Bucarest cuando llegamos, a las dos de la madrugada de ayer. De cuando en cuando resonaban las fuertes detonaciones de las ametralladoras de las tanquetas del Ejército. Coches con civiles armados circulaban a gran velocidad por las avenidas desiertas.

En la plaza de la Universidad ardían aún varios autobuses y coches de la policía, utilizados como barricadas. Grupos de pocos centenares de manifestantes hostigaban a un destacamento de soldados en torno a un carro de combate cruzado en la avenida de Georgiu-Dej. Un jeep de la organización Médicos sin Fronteras, apostado en una esquina, ya había llevado dos muertos al hospital militar.La violencia y la sangre habían vuelto a las calles de Bucarest. Desde que comenzó la insurrección contra Nicolae Ceausescu el 21 de diciembre de 1989 nunca han estado éstas realmente en paz. Pero la noche del 13 al 14 de junio habría de convertirse, paradójicamente después de retirarse los soldados y disolverse los manifestantes, en un aquelarre de violencia y terror.

A las 4.30 de la madrugada, tras un breve diálogo con las pocas decenas de manifestantes que permanecían en la plaza, el Ejército desapareció. Los soldados se retiraron en orden, con el gesto de alivio en el rostro por salir indemnes de un enfrentamiento con lo que la propaganda oficial y el presidente Ion Iliescu llaman gamberros -como hacia Ceaucescu- y ahora llaman fascistas y legionarios de la Guardia de Hierro.

Fue el propio Iliescu quien llamó a los mineros para "limpiar la capital". Una turba exacerbada cometió desmanes sin fin ante los ojos de los pocos periodistas occidentales que se encontraban esa noche de pesadilla en los balcones del hotel Intercontinental de Bucarest.

Los mineros del valle de Jiu llegaron a las 4.30 de la madrugada en respuesta a un llamamiento lanzado la víspera por Iliescu para salvar al Gobierno de la agresión de "los fascistas, gamberros y drogadictos". Llegaron en sus "improvisados" trenes especiales de siempre.

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"Vagos e intelectuales"

Al alba, miles de mineros avanzaban en bloques compactos por la avenida de Magheru. Con sus monos de trabajo pardos, el casco y la linterna minera encendida, armados con grandes estacas, porras metálicas y gruesos cables de acero, caminando entre gritos rítmicos de apoyo al Frente de Salvación Nacional y de muerte para "los vagos e intelectuales", eran la imagen misma del terror.

Amanecía con un cielo claro y sonrosado surcado sólo por la columna de humo negro que emergía de la sede de los liberales. El presidente Iliescu acababa de dirigirse a los mineros. A las cinco de la madrugada les habló de los peligros que acechan a su Gobierno por parte de pérfidas fuerzas del fascismo y les pidió que fueran hacia la universidad. Vinieron. Asaltaron las sedes de los partidos de la oposición, la del Partido Nacional Liberal empezó a arder. Rompieron ventanas y puertas de la universidad y pronto centenares de mineros registraban todos los rincones, incluso tejados y azoteas en busca de estudiantes. Encontraron algunos muchachos primero, después también mujeres, ancianos y algún chico que no habría cumplido los 14 años. Entre gritos escalofriantes les daban caza, les rodeaban y pronto caían bajo los golpes de las estacas, porras y hachas, puñetazos y patadas, propinados todos con un odio infinito. Todos querían aportar su estacazo a la cabeza, el puñetazo en la cara, la patada en la entrepierna de los aterrorizados cautivos que gritaban en vano. Alguna mujer logró huir con la espalda convertida en una inmensa llaga.

Otros menos afortunados caían bajo los golpes y eran recogidos, inermes en charcos de sangre, por las ambulancia que iban llegando. Nadie sabe cuántos están vivos y cuántos muertos. El pogromo continuó ayer todo el día, con decenas de miles de obreros, securistas (policías de Ceaucescu) y agitadores recorriendo incansablemente la ciudad, entrando en viviendas de miembros de la oposición y apaleando a jóvenes por llevar el pelo largo, gafas o ser estudiantes. El fascismo en estado puro se adueñó de esta capital cuyos muertos en la revolución de diciembre no han servido más que para abrir una caja de Pandora llena de ignorancia, vileza y odio. El "viva la muerte, abajo la inteligencia" retumbó ayer con violencia en Bucarest.

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