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Tribuna:LOS PENSADORES MÁS INFLUYENTES DE EUROPA
Tribuna
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Una calma inquietante en el frente occidental

Las raíces históricas de la cultura son extremadamente profundas. Aún recuerdo estar sentado a los pies del profesor Hayek, en compañía de otro discípulo, Margaret Thatcher. Sin embargo, estoy convencido de que Aristóteles y san Pablo han influido más en la formación de la mente de la primer ministro, y, por tanto, en el destino del Gobierno, que cualquiera de los pensadores muertos desde hace menos de 1.900 años. Los grandes muertos han formado nuestra cultura; nuestra cultura da forma a nuestra vida política, luego los grandes muertos han dado forma a nuestra vida política. Si se quiere explorar las posibilidades del futuro político de Europa es necesario examinar el desarrollo de la cultura europea. He tratado de centrar este examen jugando al juego de sociedad de hacer una lista de los 50 europeos que más influencia han tenido en la conciencia de Europa en los últimos 1.000 años.Por supuesto, este procedimiento es arbitrario, hasta el punto de resultar ridículo. He excluido de mi lista a los políticos como tales -de ahí la ausencia de Napoleón-, pero he considerado a Lenin y a Hitler porque en gran medida inventaron sus proplas ideologías. No he dudado en excluir figuras importantes que deberían haber sido incluidas, y he incluido algunas menos importantes. Muchos considerarán una impertinencia no haber hallado un lugar para Scott, Kant, Gibbon, Pushkin, Copérnico, Boyle, Pope, Nietzsche y Racine.

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Con la lista que hice llegué a pensar que en el último milenio la cultura europea puede haber tenido unos 100 héroes de verdad, las voces cantantes de Europa, de los cuales he tratado de identificar a la mitad. Sin embargo, al menos 10 de mis héroes aparecían en casi todas las listas, y unos 30 aparecían en la mayoría de ellas. Nadie puede negarle a Miguel Ángel, a Shakespeare, a Newton Í Mozart o Voltaire su lugar en el firmamento de la cultura europea.

Quedé sorprendido por dos de las conclusiones que se impusieron al establecer esta lista. No me esperaba que el siglo XX revelara un descenso tan marcado, tanto cuantitativo como cualitativo, si bien me sorprendió menos comprobar la importancia cultural del siglo XIX. También me sorprendió la importancia de la contribución germánica a la cultura europea. Sin duda se podría diseñar fácilmente una lista más francófona, pero con nueve alemanes y tres austríacos la contribución de habla germana se acercaba en número a la de los 13 anglófonos, y superaba en número a la de los ocho franceses. En este aspecto hay dos ideas

comúnmente aceptadas, de las cuales una es cierta y la otra es falsa. La cierta es que Italia es la cuna de la civilización europea. Italia, como centro del mundo romano, le transmitió la idea clásica a una Europa de bárbaros; Roma, centro del pontificado, propagó la fe de la Iglesia católica. Hata el final del siglo XV, los italianos dominaron la cultura europea en los campos de la literatura, la ciencia, la erudición, la pintura y la arquitectura. El Renacimiento es un fenómeno italiano que se extendió por el resto de Europa.

Ideas falsas

La idea falsa es que la cultura francesa pasó a ocupar la posición predominante de Italia. Ésta fue compartida por Gran Bretaña, Alemania y Francia y las demás naciones en proporciones más o menos iguales. La contribución británica tal vez fuera la más importante en la literatura y la ciencia, la alemana en la música, mientras que a finales del siglo XIX Francia dominaba el mundo de la pintura. La Ilustración estuvo dividida entre Francia y Escocia.

Los Países Bajos vieron nacer a. Erasmo, Rembrandt y Van Gogh. El judaísmo, a Marx, Freud y Einstein: ninguno de éstos era ortodoxo, todos se vieron influenciados por la cultura hebrea. España dio dos de los cinco santos; sentí tener que dejar fuera a Tomás Moro, si bien su influencia europea fue mucho menos importante que la de Erasmo.

Lo que es desolador es la decadencia de nuestro siglo. Vuelvo a. sospechar de mis propias inclinaciones en cuanto a gusto. No soy un modernista, si bien he presidido el Consejo de las Artes con una ecuanimidad a la hora de aplicar fondos públicos a muchas obras de arte modernista que no entendía. Sin embargo, en otros siglos me vi obligado a omitir por falta de espacio a figuras de la mayor importancia cultural. No quedó sitio para Haydn o Hume en el siglo XVII, para Verdi o Dostoyevski en el siglo XIX. Examinar el siglo XX era como tener que aplicar una cuota para aceptar a lo menos privilegiados en la universidad.

También es cierto que la listadel siglo XIX contenía una proporción mayor de la que hubiese sido justa de personalidades fuera de lo normal. La impresión general que dan los siglos anteriores es de erudición, armonía, humanidad. Tal vez no tanto en el caso de Wagner o de Rousseau, pero sí en el conjunto de los héroes culturales de Europa. En el siglo XX sólo Einstein y Stravinski poseen personalidades intactas; los demás son, en grado variable, diabólicos, locos, malvados, neuróticos, trágicos o atormentados. Esto no les ha impedido ejercer una gran influencla en nuestro desarrollo cultural. Están todos muertos. Ningún maestro del siglo XX pertenece a la segunda mitad del siglo.

Crisis

En la primera mitad del siglo XX Europa sufrió una crisis a la vez cultural, espiritual y política. La crisis política se tradujo en dos guerras mundiales, el holocausto, la dureza de la depresión, las doctrinas del nazismo y del comunismo totalitario, ambas resultado de la corrupción de la naturaleza humana. Esta crisis quedó reflejada en el arte del período, que en parte se opuso y en parte se regocijó de la detestable calidad de la época.

Ahora todo está tranquilo en el frente occidental. La mente europea no tiene grandes portavoces. Hay filósofos, pero no grandes filósofos; compositores, pero no grandes compositores. Tras la tormenta de la crisis Europa está en fase de convalecencia, acaso una convalecencia serena. Pero al menos parece que ha pasado la tormenta y los campesinos recogen las ramas caídas en un bosque devastado.

William Rees-Mogg, ex director de The Times, es presidente del Arts Council.

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