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Los comunistas descubren la historia

Miembros de burós políticos en Praga y Varsovia hacen ofrendas florales a caudillos anticomunistas, ministerios de Defensa de Gobiernos comunistas organizan homenajes a tropas imperiales del pasado como sucedió en Budapest recientemente, los órganos oficiales publican biografías benevolentes de nacionalistas burgueses y el régimen rumano se declara en el año 2060 de su existencia.No todos los regímenes comunistas del este de Europa alcanzan las cotas de falsificación histórica del presidente rumano Nicolae Ceaucescu, que se considera la culminación gloriosa de la historia milenaria de un mítico Estado dacio. Pero ante el total desmoronamiento de los ideales leninistas e internacionalistas, las autoridades comunistas de todos los países de Europa oriental se han lanzado a una cartera para capitalizar el pasado.

En el 70º aniversario del final de la I Guerra Mundial, de la que emanaron como Estados soberanos varios de los países de la comunidad socialista, Europa oriental es testigo de un auténtico festival de evocaciones históricas por parte de las autoridades comunistas, muchas veces nada coherentes con sus posturas anteriores.

Checos, húngaros, alemanes y polacos observan con humor e ironía estos equilibrios de sus respectivos poderes con la historia. El poder la ha reescrito tantas veces que esta nueva revisión, un nuevo fracaso de la ideología ante la realidad, sólo despierta sarcasmo entre pueblos con gran conciencia histórica, y evoca claramente la novela Monarca rojo, del ruso Yuri Krotkov, en la que un tirano impone que "dos y dos son seis". Todos aceptan el axioma por terror. Su sucesor es más ilustrado y declara que dos y dos son cinco. Muchos se entusiasman por el avance hacia la verdad que la reforma trae consigo. Un ingenuo que cree que con los nuevos vientos pueden hacer pública la verdad "dos y dos son cuatro" se ve sometido a amenazas del poder, con la única y tenebrosa alternativa de volver a los tiempos pasados del "dos y dos, seis". Esta parábola de Krotkov es aplicable a todo el proceso de reforma del socialismo, no sólo a su nueva vocación histórico-nacionalista.

En algunos casos, como en la RDA y en Checoslovaquia, se trata claramente de una estrategia hacia el comunismo nacional que erija barreras contra el reformismo liberalizador procedente de la URSS, que pone en peligro a sus respectivas clases dirigentes.

Ceaucescu, un pionero

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El pionero y más consecuente líder en esta vía ha sido Ceaucescu. En los años sesenta desarrolló su comunismo nacional para ganar márgenes de independencia frente a la URSS. Hoy ha elaborado una quimérica historia oficial del Estado rumano, que utiliza para combatir toda fisura aperturista en su régimen.

Las autoridades comunistas checoslovacas celebraron el 28 de octubre por primera vez un homenaje a Thomas Garrige Masaryk, fundador de la República de entreguerras. Masaryk, la I República y su sistema pluripartidista habían sido denostados hasta ahora por "burgueses" y "antiobreros". En las recientes manifestaciones en Praga, checos de toda edad corearon el nombre de Masaryk, un estadista admirador de Estados Unidos para quien los comunistas eran un siniestro producto de teoría alemana y práctica rusa. Husak, Jalces y todo el liderazgo de la normalización brezneviana tras 1968 buscan ahora un vínculo legitimador en la I República, abandonado por inútil ya todo intento de legitimarse en "la victoria sobre la contrarrevolución". En Polonia, la ciudad de Cracovia tiene ya una calle dedicada al general Jozef Pilsudski, un militar derechista que dirigió con régimen autoritario a la República polaca desde 1918, derrotó militarmente a la URSS en 1920 y encarceló a miles de comunistas. Como líder victorioso sobre el Ejército Rojo y represor de los comunistas polacos, Pilsudski goza de veneración entre amplios sectores de polacos que sólo se acuerdan de estos méritos e idealizan la Polonia de entreguerras.

En la RDA, tras la creación del "primer Estado obrero y campesino sobre suelo alemán", el régimen sólo se declaraba heredero de los "brigadistas internacionales", de los clásicos del marxismo-leninismo y del movimiento comunista Spartakus. Los nazis, los antisemitas, los imperialistas y militaristas prusianos, los grandes opresores y asesinos eran todos un lastre histórico que correspondía exclusivamente a Alemania Occidental.

Ahora Honecker parece dispuesto a normalizar sus relaciones con la comunidad judía internacional aceptando su parte de responsabilidad heredada por la suerte del judaísmo centroeuropeo. Que vienen los prusianos es una obra satírica de teatro sobre la ansiosa recuperación de la historia alemana por parte del régimen, desde Lutero al emperador Federico el Grande, y quién sabe si pronto Bismarck.

En Berlín Este se oye cada vez más: "Somos alemanes y nuestro sistema tiene que ser por necesidad diferente al de los rusos". Este tipo de afirmaciones deja entrever el otra vez nada disimulado desprecio hacia los pueblos eslavos, que el régimen quiere utilizar para evitar un "contagio de la perestroika". En Budapest el mes pasado desfilaron varios cientos de húsares de numerosos países, invitados por el Ministerio de Defensa húngaro a celebrar el 300º aniversario de la creación de este cuerpo de caballería ligera en el Imperio austro-húngaro.

Elogios al imperio

Hoy la prensa oficial húngara se acuerda mucho más del Imperio austro-húngaro en términos elogiosos que de la República de Soviets de Bela Kuri, que surgió al hundirse el Imperio Habsburgo, aquella "cárcel de naciones" que desde Lwow a Trieste, pasando por Cracovia, Praga, Budapest, Liubiana y Viena, evocan cada vez más jóvenes, idealizándola como tiempos mejores. El hijo del último Kaiser, Otto de Habsburgo, fue vitoreado por las calles de Budapest cuando, por primera vez desde hace 70 años, pisaba tierra húngara para ver la corona real en la capital.

La prensa oficial húngara y eslovena coquetea sin rubor con un futuro en una "confederación danúbica" semejante al Imperio reducido a cenizas hace ahora 70 años. El fracaso de la utopía histórica del internacionalismo inarxista-leninista ha hecho surgir de nuevo los peligrosos nacionalismos en el Este, pero también está dando la satisfacción a sus pueblos de regocijarse con los titubeos del poder, que, en desesperados esfuerzos por frenar la disolución de su identidad, recurre a fuentes que durante décadas intentó cegar.

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