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¿Dónde se terminan los números, papa?

Milagros Pérez Oliva

Postrado en una silla de ruedas e imposibilitado para articular una sola palabra, Stephen Hawking ha desafiado las leyes de su propia naturaleza. Hace 25 años que se le diagnosticó una esclerosis lateral amiotrófica por la que le auguraban apenas cinco años de vida. Hawking cayó en la depresión, pero la superó para entablar una tenaz lucha contra la degeneración progresiva de sus funciones motrices. Cada vez más limitado físicamente, su cerebro abría puertas cada vez más importantes. A sus 44 años, es considerado el sucesor de Einstein y en la lucha sigue, tratando de aportar una idea del universo a partir de la conjunción de las dos grandes formulaciones de la física moderna, la teoría de la relatividad y la de la mecánica cuántica.Apenas puede ya moverse, pero sigue siendo un hombre apasionado y optimista. La ciencia le ha compensado con la posibilidad de hablar con voz metálica. Hawking viaja en una silla de ruedas equipada con un ordenador personal y un artilugio que le permite escribir lo que piensa -una palabra cada diez segundos- para codificar luego su mensaje en forma de voz humana.

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"Los científicos tenemos que llenar el vacío dejado por los filósofos", dice Stephen Hawking

Conoció a su esposa, Jane Wilson, profesora de castellano de la universidad de Cambridge, cuando la enfermedad era todavía incipiente. Tampoco ella le ha dado tregua a la dolencia, por eso dice que su problema no es la incapacidad de Hawking, sino tratar de entender las teorías que formula. Con ella y con su hijo Timothy, el más pequeño de los tres que tiene, ha viajado el científico a Barcelona. Ha paseado por el puerto, se ha emocionado en la basílica gotica de Santa María del Mar y ha disfrutado comprobando cómo su libro es verdaderamente divulgativo porque se vende en los quioskos de la Rambla entre la ciencia ficción y la pornografía.

El pequeño Timothy le acompaña con la seriedad de quien se sabe hijo de un genio, pero de un genio próximo y afable, que le lleva de víaje por el mundo y al que puede formular "preguntas de mi propia mente" y que no siempre las contesta. Por ejemplo: "¿donde se terminan los números, papá?".

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