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LAS VENTAS

Falsa oportunidad

La corrida de la oportunidad para diestros de cotización modesta no fue tal. Ninguno pudo alcanzar el premio de ver su nombre incluido en los carteles de la feria de San Isidro. Era misión imposible con los maulones y extremadamente difíciles toros de José Escolar, que además desarrollaron gran sentido. La oportunidad resultó falsa.Estos malages de animales presentaban láminas antiguas: largos galafates tullidos de enorme trapío, amplio morrillo, inmensa badana colgante e impresionantes defensas. Una fuerte ovación restalló entre el cotarro cuando primero y sexto, dos regalitos de más de 600 kilos, aparecieron por chiqueros. Pero esta condición antigua también la llevaban por dentro. Toros con muchísimo sentido, propios de la fiesta en los principios de siglo: de lidia defensiva y macheteo por la cara antes de entrar a matar. Bureles que a pesar de la leña y marronazos recibidos por los picadores no se caían.

Escolar/ Palomar, Seseña, Rivera

Toros de José Escolar, con gran trapío, genio y difíciles. José Luis Palomar: aplausos en los dos. Pasé a la enfermería a la muerte de su primero con una contusión en la pierna, y salió a matar el sexto, tras correrse el turno. José Luis Seseña: silencio, más palmas que pitos al saludar, silencio. Juan Rivera: silencio. Cogido en su primero, sufre cornada menos grave en el cuello que le impidió continuar la lidia. Madrid, 17 de abril.

Ninguno de los espadas actuantes, como ninguno de los que hoy- componen el escalafón, reunen esas características y sí las de la neotauromáquia de hoy, definida por el pegapasismo. Las actuales figuras, que bien se libran de anunciarse con estos maulas, no habrían mejorado el balance de los poco placeados Palomar, Seseña y Rivera, que sin embargo sí consiguieron llenar los tendidos.

La tarde bordeó la tragedia. Hubo un momento en que Palomar y Rivera estaban en la enfermera mientras Seseña se libraba a duras penas y con valentía de los terribles hachazos con que le obsequiaba su enemigo. La autenticidad de lo que sucedía en el ruedo comprimía el corazón de los espectadores, la mayoría de los cuales observaba, en un respetuoso silencio, solo alterado por las cerradas ovaciones que se ganaron los subalternos Alfredo Betancourt y Curro Álvarez al banderillear con arte y decisión.

Rivera pagó caro su afán suicida de pisarle terrenos al tercer boyancón. Éste, tras avisarle, le lanzó un terrible gañafón que le alcanzó de pleno en el cuello, con menores consecuencias que las que en principio se creían. Seseña mantuvo la jaez con dignidad y redaños, dado lo poco que torea. Abandonó la plaza por su propio pie, lo que ya es un éxito, aunque no le valdrá para nada. Al igual que Palomar, que salió a lidiar el último cojeando, después de haber sido arrollado por el segundo, al que logró matar ya con la pata chula. El jurado para designar al triunfador declaró desierto el premio. Pero los tres merecen una oportunidad de verdad, frente a los toros que matan las figuras, aunque parezca también una misión imposible con las injustas estructuras de la fiesta.

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