Dolores antiguos
Ferdinand Bruckner fue uno de los escritores del gran exilio alemán de 1933: el año del incendio del Reichstag y de los plenos poderes para Hitler. Había estrenado ya unas cuantas obras y disimulado bajo ese seudónimo su nombre judío, Theodor Tagger. Una de esas obras fue Krankheit derjugend, la enfermedad o la patología de la juventud, bien traducido al español como El mal de la juventud. Se hablaba entonces (1929) de la "literatura de actualidad" como respuesta o renovación del expresionismo, y en esta obra Bruckner recoge no sólo los datos, sino el lenguaje, la corriente de ideas de sus días. El feminismo que consiste en trabajar y estudiar para no depender del hombre, el hombre que fuerza a la mujer a prostituirse y robar, el lesbianismo libre y franco, los términos y subfondos de la psicología vienesa en auge entre los modernos; y una desesperación, un mal que viene del estallido del romanticismo, del futuro comprometido¡, de la inseguridad, del miedo. Y la sombra continua del suicidio. Algo de lo que ahora lla mamos desencanto o desengaño. Todo eso está en los personajes que se reúnen en una pensión de estudiantes, que luchan cuerpo a cuerpo entre sí, y sus amores. Una obra bien hecha en cuya traducción se ha conservado su esencia. Y también su antigúedad, su construcción larga y reíterativa -que era característica del teatro de su tiempo, que no tenía prisa y necesitaba una sintaxis de desarrollo más largo para expresarlo bien-. Antonio Malonda es un director con soltura y con intuición; trata de recrear el ambiente sin ningún medio económico para, por ejemplo, el vestuario, y de jugar con las luces psicológicas y los movimientos en una sala que no está preparada para teatro, y con unos actores no suficientemente rodados, no muy correspondientes a los tipos, de los que de cuando en cuando surge un ramalazo de sinceridad -en, por ejemplo, Blanca Portillo- o de voz -en Chema Adeva-, pero nada más. En la obra no se encuentran demasiadas coincidencias con nuestro tiempo, donde el desencanto es otra cosa, tiene otra pasividad y otra aura, y el problema de la mujer y el hombre se presenta con distintos perfiles. No obstante, estos esfuerzos de teatro sin recursos, que cargan con las adversidades para hacer algo que merezca la pena o que vaya abriendo camino, son dignos de ayuda. Alguien de entre todos ellos puede llegar a algo y no cabe dejarlo perder.
El mal de la juventud
Ferdinand Bruckner (1929). Intérpretes: Lola Fernández, Blanca Portillo, Marisol López, Soledad Rolandi, Chema Adeva, Rafa Ruiz, Antonio Pozuelo (Grupo Zascandil). Diseño, escenografía y vestuario: Albahaca. Dirección: Antonio Malonda. Estreno, 16 de febrero, Centro Cultural Galileo.