_
_
_
_

Un Japón con goteras

Turquía crece a costa de la inflación, la deuda externa, el desempleo y los salarios bajos

Turgut Ozal, el primer ministro turco, es un optimista incorregible. El pasado martes, ante un grupo de periodistas extranjeros, se atrevió a vaticinar que Turquía puede convertirse en un nuevo Japón si la Comunidad Europea (CE) le cierra las puertas. Cosas de la campaña electoral. Lo cierto es que la economía crece con una rapidez endiablada, más que en ningún otro país de la OCDE: 8% en 1986, 7% este año, 6% durante los cuatro años de mandato del actual primer ministro. ¿El precio? Una inflación galopante (cercana al 50%), una deuda externa de 31.000 millones de dólares (el doble que en 1980), una renta per cápita que apenas supera los 1.000 dólares y unos salarios cuyo valor adquisitivo se deteriora sin cesar.

Más información
Operación Fruta Amarilla

ENVIADO ESPECIAL,Ozal asegura que la CE no puede permitirse el lujo de rechazar a Turquía y que la plena integración "se producirá antes de lo que mucha gente cree". Pero ni los más triunfalistas se atreven a vaticinar que el acontecimiento vaya a ocurrir en este siglo. Las armas que esgrime Ozal son la envidiable posición geográfica y estratégica del país, a caballo entre Europa y Asia; la vocación de puente económico y social con Oriente Próximo y el mundo islámico; el potencial de sus 55 millones de habitantes (que pueden ser 70 millones antes del año 2000), y su vertiginoso crecimiento económico. Por si faltara algo, el régimen republicano creado por el padre de la Turquía moderna, Mustafá Kemal, hace gala de una vocación occidental que no parece estar en peligro por el batir, todavía tímido, de la ola islámica. Ozal no duda en asegurar que, si obtiene un segundo mandato el próximo domingo, su máxima prioridad será la entrada en la CE. Todas las encuestas indican que los votantes le darán esa oportunidad.Con Ozal, la fachada de Turquía se ha pintado de nuevo. Los escaparates de las tiendas de modas del bulevar de Ataturk, en Ankara, o de la zona de Taksin, en Estambul, apenas desmerecen de los de la madrileña calle de Serrano. Pero, tras la brillante fachada, el edificio presenta muchas goteras. Esas cosas no pasan en Japón. Adnan Kahveci, ex jefe de los asesores de Ozal, reconoce que las clases trabajadoras tienen que apretarse el cinturón (se habla incluso de un 40% de caída del poder adquisitivo desde 1980), pero asegura que los sacrificios son imprescindibles "si se quiere evitar que Turquía se convierta en un país latinoamericano". Menciona el enorme esfuerzo para dotar de electricidad, televisión, agua y teléfono incluso a los más remotos pueblos del este de Anatolia. "Turquía está en lucha", añade. "No estamos poniendo en el bolsillo de los trabajadores tanto como ellos quisieran. Pero la cuestión es ser Egipto o no serlo. Antes de 1980, Turquía era Egipto. Se subvencionaba todo". Una explicación difícil de entender para quien tenía que trabajar en 1980 14 minutos para comprar un pan y ahora tiene que hacerlo 42 minutos. Sin embargo, a juzgar por las encuestas, el mensaje no se ha perdido en el vacío.

Más exportaciones

El enorme esfuerzo inversor en infraestructura ha estado apoyado en el incremento de las exportaciones (300% en 10 años), el boom turístico (más de 2,5 millones de visitantes este año) y las remesas de los emigrantes (cerca de tres millones, incluyendo a los clandestinos y a los familiares de los trabajadores). Las tres hojas del trébol son crecimiento, inversión estatal y privatización. Y hasta ahora, a trancas y barrancas, la fórmula funciona. Pero no faltan las voces que, escépticas ante las promesas electorales de Ozal, aseguran que, si sigue en el poder, estrujará el limón, es decir, procederá a un ajuste duro que tendrá como víctimas a las clases menos favorecidas.Para los analistas económicos, lo que se juega en los comicios del domingo es si se mantendrá el peso dominante del sector estatal, consustancial al régimen republicano que creó Ataturk, o si, en el caso de que Ozal gane, se impondrá una privatización a ultranza, incluso de bancos y servicios públicos.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

El conservador Partido de la Recta Vía, del ex primer ministro Suleiman Demirel, no ve motivo para cambiar radicalmente el modelo de desarrollo basado en el sector público y, en todo caso, estima que éste puede ser compatible con el impulso al sector privado. Los socialdemócratas de Erdal Inonu opinan como Demirel, aunque introducen un "factor social": el proceso ha de estar asociado a la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores. El Partido Democrático de Izquierdas, del ex primer ministro Bulent Ecevit, defiende a ultranza la estatalización y exige que los trabajadores puedan participar en la dirección de las empresas. Todos condenan la política de Ozal, que, dicen, aumenta las diferencias sociales. Pero eso no parece suficiente para frenar al actual primer ministro, que, como gran vendedor de ilusiones que es, promete una Turquía más próspera y moderna.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_