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Entrevista:

Glucksmann: "Dudo, pienso, soy"

El autor francés se plantea cómo filosofar después de Auschwitz

André Glucksmann, uno de los llamados nuevos filósofos franceses, ha tomado como pretexto el 350º aniversario de la publicación del Discurso del método, de René Descartes, para repensar las ideas del filósofo francés, maestro de pensadores, y fustigar a Heidegger. Descartes c'est la France (Descartes es Francia) es el título de su último libro, que ha desatado una polémica en el país vecino. Parafraseando a Descartes, Glucksmann parte de un presupuesto crítico: "Dudo, pienso, soy".

"Pienso, luego soy", postularía Descartes; "dudo, pienso, soy", puntualiza André Glucksmann en un intento de revisar los clichés reduccionistas para con la filosofía cartesiana y resituar la problemática del mal. Con Descartes, c'est la France (1987) establece una reflexión erudita esta vez acerca de ¿cómo filosofar después de Auschwitz?Pregunta. En su libro Los maestros pensadores lleva a cabo una crítica de la filosofía alemana, que juzga responsable de los totalitarismos modernos. En Descartes, c'est la France le toca fustigar a Heidegger. ¿En qué se basa su recelo de la filosofía alemana?

Respuesta. Los maestros pensadores del siglo XIX han sido los que han constituido la base filosófica de las ideologías del siglo XX, ya sean de derecha o de izquierda. De hecho, los campos de concentración de los nazis han sido tolerados en su momento por la población alemana y por las autoridades morales y políticas de Europa y del mundo entero. Entre 1940 y 1944 no hubo rechazo enérgico por parte de la Iglesia católica, ni de la protestante, ni de la judía. Para mí, Heidegger es el último eslabón del idealismo alemán. Sus tesis son discutibles; eso no le quita que sean muy interesantes, y menos todavía que sea un gran historiador de la filosofía, además de un excelente comentador de Sófocles. Dicho esto, tampoco es casual que Regara a militar en las filas del partido nazi, peor aún: que no haya sido capaz de reflexionar la experiencia nazi.

P. En una entrevista publicada en Le Magazine Littéraire en 1981 afirmaba que Descartes había pretendido ajustarle las cuentas a los clásicos, cuando por lo visto era bastante tributario de éstos; es más: llegó hasta decir que le torció el cuello a Montaigne. ¿Qué criterios han modificado su juicio sobre Descartes?

R. El elemento determinante es siempre la lectura de los textos.

He redescubierto a Descartes con la visión crítica de Heidegger que retomó Foucault. Foucault sitúa a Descartes en un combate con la locura. En la época del Renacimiento, y también en la Edad Media, los locos circulaban libremente en la sociedad. A partir del momento en que la sociedad se estructura burguesamente se asiste al gran encierro: se encierra a los locos, a los leprosos, a los descarriados. Se introduce la separación entre los que viven en el orden y la razón y los que viven en el desorden y la enfermedad, sea ésta física o mental. Foucault observa que el Discurso del método (1637), de Descartes, impone ese mismo procedimiento de separación y de exclusión. En las Meditaciones filosóficas (1641), Descartes dice: "Dudo de todo, pero ¿estoy loco? No, no estoy loco". Foucault entiende que el que duda, sin embargo, no duda de la posibilidad de que no está loco. Es el aspecto nuevo y fundamental de las meditaciones cartesianas. No se trata ya del problema de la dominación del mundo o de la fundamentación de las matemáticas. Lo que está en juego es la relación antitética entre razón y locura. Pues bien, Descartes nos da acceso a nuestra locura, nos da acceso a Auschwitz, que es la gran locura colectiva de la civilización occidental.

Ahora bien, donde no estoy de acuerdo con Foucault es en la idea de que Descartes excluiría la locura de la razón. Creo, por el contrario, que Descartes introduce la locura en la razón. En la primera meditación, una vez que se ha superado el momento de exclusión -"estoy loco; no, no estoy loco"-, se procede a la asunción de la hipótesis de la locura. Eso nos conduce al planteamiento de la disuasión. Es esa manera de llevar dentro de sí su propia locura lo que define al hombre moderno, en oposición al hombre clásico y al cristiano.

El destino de Europa

P. En su producción ensayística se inserta una reflexión crítica acerca de ese tema de la disuasión armamentista. ¿Cuál es el fundamento de la bomba?R. La fuerza del vértigo, que publiqué en 1983, contribuyó a romper el consenso de la intelligentsia alemana. A raíz de esa circunstancia me di cuenta de que las estadísticas militares ocultaban una especie de fisura cultural antiquísima. Los partidos socialistas del sur latino de Europa -Italia, España, Francia- han apostado por la disuasión. En cambio, los partidos socialistas del norte europeo están en contra. Quedan los británicos, con opiniones divididas. Esa escisión de Europa se observa ya a finales del Renacimiento, en que una parte se adhiere a la contrarreforma y otra está dividida. En ese momento se observan las líneas de fractura, que nada tienen que ver con la cuestión estratégica nuclear. Proceden del modo que tenemos de ver la técnica, la existencia en el mundo, la relación consigo mismo.

En Cándido tenemos una gran discusión a propósito del desastre de Lisboa. ¿El que Lisboa fuera sepultada con sus habitantes es una prueba de la existencia del mal? Eso es lo que piensa Voltaire. Por el contrario, ¿es atribuible a la máquina divina de la providencia? Esa controversia volvemos a encontrarla en los debates marxistas acerca del gulag o en los debates de los revisionistas alemanes en lo que concierne a los campos de concentración. Nosotros, los franceses, que somos europeos, un poco del Norte, otro poco del Sur, tenemos una parte que tiende a borrar el mal, la catástrofe, las cosas penosas, y otra que las incentiva.

P. ¿A qué cree que se debe el empeño del presidente francés en fomentar el desarrollo aerospacial? ¿Podría producirse una traslación de los conflictos de la Tierra al espacio?

R. Europa está viviendo una segunda Yalta. Su destino estratégico está en manos de potencias estratégicas exteriores y por motivos extraeuropeos. No se trata de echarle la culpa a esas potencias extranjeras; nosotros tenemos bastante responsabilidad en que las cosas estén así. El problema está en que no existe unidad europea. Los europeos no saben qué es lo que tienen que defender. Si somos incapaces de decir por qué vivimos, ¿cómo vamos a ser capaces de decir por qué vamos a tomar el riesgo de morir? Gorbachov ha comprendido perfectamente que Alemania es el punto débil de Europa. Este año se han reunido en Moscú los principales responsables soviéticos y han elaborado una política alemana. Eso todo el mundo lo sabe. De hecho existen planes para Alemania no en cuanto a la reunificación, pero sí en cuanto a un proceso de evolución. Donde se siente más el problema de ese país es en el tema de la cultura. He tenido la ocasión de visitar Auschwitz y he podido comprobar que se le había asignado un pabellón a cada una de las poblaciones afectadas por la tragedia. Lo que es curioso es que haya un pabellón para la RDA, lo que equivale a decir que los habitantes de la RDA han sido los detenidos, mientras que los de la RFA eran los guardianes. Existe un juego de los soviéticos con respecto a la culpabilidad alemana. En Occidente también se practica ese juego, pero en un menor grado. A nadie se le ocurre preguntar por qué no se concede el derecho de disponer de una fuerza nuclear independiente para Alemania, mientras que Francia tiene la suya, y el Reino Unido, también. Por otra parte, hay otro tipo de fenómenos, a saber: que cada vez que se produce una crisis monetaria le compete compensar el déficit de los norteamericanos a la RFA.

La intención de Gorbachov

Hay otra cosa que Gorbachov ha entendido, y es que los alemanes conciben una esperanza de conquista del Este. No se trata de una conquista militar, pero sí económica y cultural. Son las élites alemanas, los banqueros, los industriales, los que apuestan por esa conquista. Están convencidos de que el imperio soviético será conquistado por el que esté dotado de una superioridad económica y cultural. En el fondo, Alemania ha perdido dos guerras mundiales, porque ha estimado que Europa del Este era más importante que el frente occidental. La guerra de 1914 la ha perdido debido a la intervención norteamericana, y la de 1939, por haber atacado demasiado pronto a los soviéticos. Esta vez corre el riesgo de subestimar su necesidad de integración europea y de subestimar asimismo la fuerza militar y policial de la URS S. Ese fenómeno lo ha captado Goethe cuando dice que Alemania tiene tendencia a idealizar al diablo.

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