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Reportaje:

Armero, año tres

Los supervivientes del Nevado del Ruiz, víctimas de la ineficacia y la corrupción

ENVIADA ESPECIALSegún las cifras iniciales, 8.000 personas lograron salvarse, la mayoría de ellas porque vivían en los extremos del pueblo y alcanzaron a correr hacia las partes altas cuando escucharon ese ruido ensordecedor, "como de muchos trenes", que se les venía encima. Hoy por hoy, 30.000 personas tienen carné que los identifica como damnificados de Armero. Son los damnificados directos, los indirectos y algunos vivos que, teniendo cédula de ciudadanía de Armero, pero sin tener arte ni parte en la tragedia, aprovecharon la ocasión para tratar de recibir ayuda oficial.

La historia de Alicia puede ser la historia de cualquiera de los sobrevivientes. Tenía 20 años cuando ocurrió el desastre. Ella y su hijo, de 18 meses, salieron con vida. Su esposo y la niña, de sólo tres meses, quedaron sepultados en el barro. En medio de la confusión inicial, Alicia fue trasladada a un hospital en Bogotá y el pequeño quedó en manos de los organismos de socorro. Un año tardó en encontrar de nuevo a su hijo. Vivió en un campamento de refugiados hasta que finalmente logró ubicarse en un programa de autoconstrucción de vivienda. Pero cuando terminó de construir su casa, con ayuda de su padre, tuvo que abandonarlo todo para viajar a Bogotá a buscar trabajo. En Guayabal y en Lérida, donde prosiguen los programas de reubicación de damnificados, no hay trabajo para vivir.

Ladrillo y cemento

"La tragedia se ha manejado dándole importancia únicamente al ladrillo y al cemento. No se han resuelto los problemas integrales de la gente", dice Betty Elder, fotógrafa y asistente social norteamericana. Durante estos dos años ha seguido, paso a paso, el camino de readaptación de los damnificados."Yo me hubiera contentado con una carpa. Lo más importante no es una casa. Yo necesito un trabajo para mantener a mis ocho hijos", dice uno de los sobrevivientes. Y ésta es la queja repetida por todos. Aunque, en medio de su dolor, se las han ingeniado para hacer algo, para crear pequeñas empresas o inventar negocios, el mercado ya está saturado.

La mayoría de los 30 planes de vivienda están ubicados en Lérida, una población económica y culturalmente muy distinta a la que desapareció sepultada bajo el lodo. Los damnificados están hoy en casas lejos de su antiguo hogar, en un pueblo en donde se les construyó una ciudadela de avenidas y cemento, pero en donde se les mira como a invasores. No hay trabajo ni escuelas. A comienzos de 1986, cuando los sobrevivientes no habían logrado sobreponerse a la tragedia, se les informó que el nuevo Armero se situaría en Lérida. Fue para todos una nueva tragedia. Armero estaba construida en medio de uno de los valles más fértiles de Colombia. Sus cultivos de algodón, sorgo, ajonjolí y maní y sus grandes ganaderías daban empleo a muchos brazos. Lérida, en cambio, es un árido llano en donde cuatro grandes hacendados tienen cultivos que no requieren mayor número de jornaleros.

"La tragedia se manejó con criterio político", explica el congresista liberal Mauricio Guzmán; "toda la ayuda económica, administrativa, bancaria y política se situó en Lérida para favorecer al político que tiene allí su fortín". Y ésta parece ser la única explicación de lo absurdo de construir un pueblo a la fuerza. Hoy en Lérida aumenta día a día la prostitución, la drogadicción, el alcoholismo y la delincuencia.

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De las 432.000 hectáreas que componían el municipio de Armero, en este momento son utilizables 300.000. Pero su productividad se ha visto gravemente afectada porque todo el crédito bancario se fue para Lérida. Ninguno de los pequeños y medianos hacendados ha recibido ayuda. Si solicitan crédito tropiezan con el escollo de no tener escrituras de sus tierras, pues todos los documentos quedaron sepultados bajo el barro. Al recorrer la zona de emergencia, que incluye varios municipios, queda1a sensación de que todo allí se está haciendo al revés. Un ejemplo lo demuestra. Antes de la tragedia, existía una cooperativa de pequeños parceleros. Tras el desastre, en el que murieron varios de sus socios, perdieron toda su tierra, solicitaron a Resurgir (entidad creada por el Gobierno para hacer frente a la emergencia) que les diera tierra para resucitar la agroindustria que antes tenían. Hoy la entidad estatal les está cobrando sumas desorbitantes por cada hectárea entregada. Como los parceleros se han negado a pagar, los han declarado invasores.

Pero, a pesar del abandono oficial, los pequeños parceleros siguen adelante. "Armero es nuestra tierra y seguiremos aquí", dice Ángel Martínez, uno de ellos. Perdió a sus padres, a sus hermanos y parte de su finca en el desastre. A comienzos de este año algunos lograron sacar, en tierras aun enlodadas, la primera cosecha de arroz y de sorgo.

Promesas oficiales

A los damnificados, a los que vivieron esas horas de horror, se a les conoce por la mirada, cargada de tristeza. "Olvidaremos sólo con la muerte", dicen. Ayer, al celebrarse el segundo aniversario de la tragedia, los supervivientes volvieron a reunirse en el sitio que una vez fue Armero. Aprovechando la asistencia de delegados del Gobierno, los s damnificados repitieron, una vez más, sus peticiones más urgentes: trabajo, crédito, y servicios de de agua y alcantarillado. También ayer, de nuevo, se escucharon las promesas oficiales.

La ayuda que se llevó el viento

El mundo entero volvió sus ojos hacia Colombia a raíz de la tragedia de Armero. Toneladas de ayuda, entre ropa, alimentos y drogas, llegaron al país. Diferentes cuentas bancarias se abrieron, y e n ellas se depositaron millones de dólares. Aún hoy, dos años después, siguen llegando donativos. Sin embargo, desde un principio se habló de desvío de las ayudas destinadas a los damnificados. El Congreso de la República, la Procuraduría (Fiscalía General del Estado) y ahora un juzgado penal tratan de averiguar a dónde fue a parar todo este dinero. Aunque el fallo no se ha producido, todos los que han hurgado en esta triste historia coinciden en afirmar que los que menos se beneficiaron fueron los sobrevivientes de la avalancha de lodo.En bodegas y hospitales hay aún montones de cajas arrumadas que contienen regalos enviados para los damnificados. El último caso que se ha conocido es el de los juguetes que reunió, en su país, el español Manuel Martín Benito. Ochenta y nueve cajas, con 740 toneladas de juegos para los huérfanos de Armero, están hace más de cuatro meses en las bodegas de la aduana interna de Bogotá. "Nadie ha venido a reclamarlas", dijo a EL PAÍS el encargado de la bodega.

Los juguetes vienen a nombre de la Fundación Omayra Sánchez (la niña que, tras una lenta agonía, se hundió para siempre en el lodo de Armero) o del comité regional de emergencia del Tolima. Según versiones que conoció EL PAÍS, la esposa del actual gobernador quiso entregar los juguetes a damnificados distintos a los de Armero. Como Benito se opuso, ella se negó a retirar las cajas de la aduana. Como presidenta del comité de emergencia, ella es la única autorizada para hacer tal diligencia. El gobernador, sin embargo, desmintió esta versión y aseguró que ya se están realizando los trámites burocráticos para retirar los juguetes de la aduana. Lo cierto es que después de cinco meses en la bodega, los juguetes se están deteriorando y los niños de Armero no tienen con qué jugar.

En general se piensa que los donativos para Armero que no se canalizaron a través de entidades oficiales cumplieron con su cometido. Hoy, en la zona del desastre, se ven por doquier vallas que reflejan los planes de ayuda internacional.

Hace pocos días se inauguró el programa Aldea SOS, construida con dinero del Gobierno de Austria, para albergar a los 160 huérfanos de Armero. Pero, hasta el momento, sólo se han localizado 30 de ellos.

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