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Tribuna
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Música para todos

La sociedad reflexiona sobre sus conquistas por lo menos dos veces: la primera es optimista y se refiere al descubrimiento de lo nuevo y la imaginación de sus posibilidades, y la segunda es pesimista y rechaza la difusión de la invención, generalmente porque no trae el apaciguamiento de sus deseos y, ocultamente, porque se reparte entre todos y pierde su valor de gozo individual. La grabación del sonido y su comercialización tuvo esa algarabía de entusiasmo. Ciertos momentos, ciertos personajes míticos, tienen ahora algunos de los aspectos de su realidad definitivamente captados -unido el sonido a la imagen -, y es posible que estos docunientos puedan llegar a influir seriamente sobre la historia como la tiene ya sobre el reportaje.Pero la conservación del sonido tiene, aparte de utilidades funcionales considerables, una valoración musical definitiva. Se diría que las últimas décadas son las más importantes, a partir de la utilización de microsurco y de los aparatos reproductores llamados de alta fidelidad. Cada día se desbordan los límites. Apenas hemos comenzado la era del disco compacto cuando ya tiende a destrozarse por el magnetofono de grabación digital. La realidad es que ya se está por encima de las posibilidades de captación del oído medio -incluso del profesional- y la fascinación se va derivando hacia la técnica en sí, en forma de aberración. El oyente pone una gran parte de su atención en la técnica del sonido que tiene a su alcance, más que en la música que escucha, y la vida contemporánea no se presta al aislamiento del sonido. Esta reflexión no es todavía negativa y entraña un nuevo optimismo de consumo: se consume la música al mismo tiempo que la técnica. Incluso se compone para esta reproducción. No sólo la llamada música-disco, sino la más culta, grabada a veces en varias tomas realizadas en estudios especializadas en distintos países, o mediante interpretaciones artificiales (por ejemplo, el pianista que toca unos tonos más graves de los de la partitura, y más lentamente, para que al reproducirse a velocidad normal devuelvan un virtuosismo que no existe).

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De la representación a la reproducción

La pérdida del Aura

A partir de todo esto, la negación verdaderamente pesimista procede de una meditación intelectual: la música pierde su Aura. La palabra -así, con mayúscula- procede de Walter Benjamin (1892-1940) en su libro La obra de arte en la era de su reproducción mecánica; cuando la música grabada estaba todavía en sus tiempos primitivos. Sin embargo, el crecimiento de la calidad, no destruye las ideas de Benjamin, sino que las refuerza. El Aura sería lo que está en el arte en un momento de estar produciéndose, como algo irrepetible Benjamin estaba a medias entre la aprobación de la destrucción del Aura y la lamentación por una estética que se perdía (Adorno dijo que se trataba de una nostalgia negativa) y, en general, toda su generación estuvo en ese trance amargo de aceptar una cultura de masas -como liberadora- y preferir una cultura aristocrática, de momentos únicos.La discusión continúa en nuestra actualidad: la preferencia por el concierto o por la ópera frente a la alta fidelidad sigue siendo una distinción, dentro de la cual hay mucha gente sensible, pero también un gran esnobismo. La emoción por lo que puede pasar en el acto único e irrepetible de un concierto tiene una gran parte de intriga o de suspensión de ánimo que no tiene por qué ser parte del arte en sí; y la contemplación de los concertistas o los cantantes aleja muchas veces, más que acerca, a la pureza del arte; incluso teatraliza a los músicos y forma parte de su éxito, y la condición de acontecimiento social o de ser uno de los elegidos que acuden al acontecimiento es una forma de participación que ha ido traspasándose desde los príncipes del XVIII a los burgueses del XIX y a la intelectualidad del XX.

Cultura de masas

Es cierto que la música grabada hoy es distinta de la que se escucha en los conciertos, y más cuando mejor se trata de reproducirla: desde la estereofonía que falsea hasta los artificios de grabación y las condiciones en que se escucha. Si se prescinde de prejuicios o de nostalgias negativas se puede decir que es, como arte de los sonidos, mejor que el de los conciertos y, perteneciendo ya a la cultura de masas, tiene mayor rendimiento para el individualismo: la selección de obras para escuchar, la repetición de fragmentos determinados, la graduación de volumen responden a una condición personal.Esta difusión popular presenta otras reflexiones negativas, que son frecuentes para cualquiera de las formas hoy extraordinarias de la reproducción y transmisión: es mucho más importante la técnica que lo que se transmite por ella. En alguna de las artes características de la reproducción, como el cine, se ha podido llegar a un cierto compromiso entre el intelectual y la producción de masas por el cual aun en la peor producción se encuentra algo encomiable. Es algo parecido a la reproducción de textos por la imprenta, que destruyó el Aura del objeto-libro manuscrito y miniado por los monjes medievales hasta la conversión en el mito la idea estereotipada de que no hay libro malo, o las recomendaciones de que hay que leer, cuando todo el mundo sabe que hay libros irremediablemente malos. La comercialización de la alta fidelidad ha producido una selección inversa: en cuanto se refiere a la música clásica, los sellos producen la más popular, la más conocida e incluso la más esnob. Aun así, esta producción es infinitamente mayor que la de la música no conocida como culta, sino de moda, o consumista. La posibilidad de que dentro de esa música existan clásicos venideros -como cuando Susan Sontag explicaba que los Beatles eran mejores músicos que Schönberg- es otra discusión Todo el pesimismo de estas generaciones actuales -notablemente justificado en otros aspecto por los desdichados sesgos de la historia- no es, sin embargo, sufuciente para negar lo que el disco ha aportado realmente a nuestra cultura y al sentido musical de cada uno, sea cual sea. Que es lo que importa.

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