Demasiado poco, demasiado largo
Leí La Chunga en su tiempo sin demasiado interés. Representada, no gana. Lo que en La casa verde -gran novela- se añadía como episodio tenía un valor adjetivo fuerte y misterioso; aislado se queda en cuentecillo; y lo que es la escritura densa y cargada de Vargas Llosa no aparece con la misma fuerza en los diálogos, cuyo realismo lleva a los personajes a hablar con su propia forma coloquial.La historia: la Chunga es dueña de un cafetín de suburbio donde una peña de frustrados -los Inconquistables- juega eternamente a los dados. Una noche entra uno de ellos con una chica nueva a la que va a explotar, y que despierta sentimientos amorosos en la Chunga. El chulo pierde a los dados; la alquila por una noche a la Chunga, y a la mañana siguiente la muchacha ha desaparecido. Sabemos nosotros que la Chunga la ayudó a huir del destino de prostitución que la aguardaba. Pero no lo saben los jugadores de dados, que debaten y fantasean acerca de lo que pudo pasar aquella noche: en un segundo escenario se van desarrollando las historias posibles. No hay más. Aunque a todo esto se le puedan atribuir intenciones de autor: el juego de los dos amores -el tierno y liberador de la lesbiana, el pasional y fatídico del hombre-, o una oportuna denuncia del machismo, o un cuadro de la mala vida, o el contraste entre lo vivido y lo soñado, o una angustia por las clases irredentas. O todo junto, si el espectador es benévolo y proclive a ello, sin que en la acción quede demasiado explícito.
La Chunga
De Mario Vargas Llosa. Intérpretes:Nati Mistral, José Sancho, Emma Suárez, Ricardo Palacios, Paco Plaza, Paco Torres. Escenografía de Andrea d'Odorico y Mario Bernedo. Dirección: Miguel Narros. Estreno, teatro Espronceda, 3 de noviembre.
Sin embargo, la sustancia dramática del cuento es escasa, y la proporción en que se ofrece irregular, de aprendiz más que del maestro de buena literatura que es Mario Vargas Llosa. El primer acto es fugaz -media hora- y plantea los personajes de manera que se vea la protagonista activa -la Chunga- y la caracterizada de objeto, la rubia y tonta Meche. La partida de dados es coral y ocasional, y pinta y mantiene la atmósfera. En el largo segundo acto las escenas imaginarias hacen que cada uno de estos personajes de coro protagonice un cuadro: a veces sin relación con la acción planteada, generalmente largas, sin más movimiento posible por la estrechez del marco del segundo escenario, con diálogos de dos en dos que no tienen demasiada grandeza literaria ni demasiado espectáculo teatral. La intriga acerca de lo que es verdad y es mentira no actúa sobre el espectador, porque el final no ha sido ocultado. El tiempo se hace de plomo.
Miguel Narros no puede comunicar demasiada teatralidad al texto. Ni el escenario permite hacer mucho, a pesar de cómo lo aprovechan los escenógrafos Andrea d'Odorico y Mario Bernedo; ni el texto tiene holgura -y el aprovechamiento de las escenas mudas conduce a una mayor lentitud- ni el reparto es brillante. La maestría de Narros está en el primer acto, en cómo desde el primer momento crea la atmósfera -sobre todo, con la densidad y tensión en la mesa de jugadores, con la canción de segundo plano, con la rápida caracterización de cada uno-; en el segundo su lucha contra el espesor se hace imposible; aunque aún pueda hacer un subrayado mudo en la escena final que da la sensación de regreso a la soledad, al abandono y la continuidad de la vida desierta.
La interpretación de Nati Mistral es relevante; llena su espacio -y el de los demás- con su voz, su gesto y la actitud de la indiferencia cansada del personaje, rota por una vez. José Sancho pone el machismo sin exagerar demasiado, el chulo doblado de pobre hombre. Emma Suárez, en cambio, crispa. Ni da la sensación de la deslumbrante hembrilla apetecible que conmueve la inmovilidad de las personas detenidas en el tiempo que son todos los demás ni interpreta su papel de provocadora inocente con algo más que un incesante movimiento y unas posturas incómodas; ni la ayuda la voz. En el grupo coral se notan los defectos de los actores cuando tienen que levantar sus escenas individuales, con la excepción de Ricardo Palacios, que sí da el nivel suficiente, a pesar de lo ingrato de su texto.
El teatro, como decían los antiguos cronistas de sociedad, era un ascua. Es el año de Vargas Llosa, y se concitaron políticos, gente de la jet, personajes bien establecidos, estrellas y buena gente del teatro y de la literatura. Escucharon con paciencia, aplaudieron debidamente, y el autor pronunció las acostumbradas palabras de gratitud, que volvieron a suscitar la ovación.
Babelia
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