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Crítica:TEATRO : 'ANTES QUE TODO ES MI DAMA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Calderón como autor cómico

Calderón escribía estas obrillas con soltura y oficio, con lo que se llama carpintería: un armazón de efectos que podían llevar al público popular algunas emociones. Por ejemplo, la de saber las cosas y conocer el enredo antes que los personajes; como podía este público no enterarse bien, las reiteraba una y otra vez, las ponía en distintas voces con el estilillo de cada personaje. Guardaba para los enamorados -en ésta, dos galanes y dos damas- versos tiernos, líricos; seriedad y una agudeza para enredar las cosas a su favor que era, al mismo tiempo, una tontería sólo defendible por la complicidad del espectador y por la costumbre de permitir a los autores estos convencionalismos.Marsillach superpone otra carpintería -la suya- a la de Calderón, lógicamente pensando en el maleado público de hoy. Como la trama es necia -"porque el vulgo es necio", como decía Lope para defenderse de reproches-, encuentra una solución para representarlo aumentando su necedad: los galanes son perfectamente estúpidos; hay que reírse de ellos, aun en los diálogos serios del original: son cómicos exagerados. Como todos los demás personajes. Y como el distanciamiento y la complicidad del público podrían ser insuficientes, acude, por tanto, a otro mayor. El conocido recurso del teatro del teatro lo convierte en teatro dentro del cine o cine dentro del teatro: se rueda una película (mala) con actores (malos) hacia los años treinta. El recurso al cine tampoco es nuevo. Hay una coincidencia en el teatro de al lado, el Español -los dos, viejos corrales madrileños- en esta solución: Emilio Hernández aplica a la comedia de Marcial Suárez la técnica del cine, acudiendo al blanco y negro, a la posibilidad de primeros planos, a la evocación de giros de la cámara. Podría deducirse mucho de esta angustia por el cine que parece sentir el teatro, pero más vale dejarlo en coincidencia y en la seguridad de que ninguno ha copiado al otro. Además, la utilización es distinta.

Antes que todo es mi dama

Versión de Rafael Pérez Sierra sobre una obra de Calderón de la Barca. Intérpretes: José Caride, Fidel Almansa, Ángel de Andrés López, Vicente Cuesta, María Luisa Merlo, Silvia Vivó, Francisco Portes, Estela Alcaraz, María Jesús Sirvent, Antonio Canal y otros. Escenografía y vestuario: Carlos Cytrynowski. Música: Francisco Guerrero. Dirección: Adolfo Marsillach. Compañía Nacional de Teatro Clásico. Teatro de la Comedia, 24 de septiembre.

Tenemos aquí, en fin, la ficción de que se rueda la película (mala) con actores (malos), sobre la obra de Calderón Antes que todo es mi dama. Se hacen los preparativos, se cambian frases coloquiales, se crean estos personajes ajenos; comienza la acción, los personajes de la obra algunas veces la interrumpen con sus observaciones y otras son interrumpidos por lo que se supone que es el personal técnico de la película. Los ruidos los imita un sonidista desde un palco y son nuevos efectos cómicos, y los músicos, desde otro palco, ponen sus características melodías de fondo. Termina con una proyección acelerada, sobre fondo real, de lo que podría ser el final de la película, con carreras, puertas, amenazas, sustos. Esta adaptación de Pérez Sierra -que es también asesor literario de la compañía- tiene algunos resultados quizá calculados previamente: al ser los actores imaginados como malos, y la película también, todos los defectos -de dicción, de declamación, de actitud- están completamente cubiertos. Es inútil decir que la obrilla de Calderón pasa no a segundo plano, sino a pretexto, porque ella misma está manipulada desde esa versión y esa dirección. Está teñida por todo ello, y resulta una burla de sí misma y una demostración de lo tontos que eran nuestros antepasados del Siglo de Oro, y también los de los años treinta.

Polémicas

Entrar en un segundo año de polémica acerca de si una Compañía Nacional de Teatro Clásico debe respetarlo y reintegrarlo a la actualidad con sus valores literarios y sociales parece ya aburrido. Marsillach ha explicado muchas veces que no tiene tal idea; lo comparten el INAEM y el Ministerio de Cultura de que dependen, y lo distribuyen por el mundo como parte de la tradición cultural española, y ya se ve bien claro que' lo que quieren es eso. Se deja para otras compañías, privadas o institucionales, esa misión del clásico restaurado, y ésta para el juego -y esa palabra la repite Marsillach-. Es así, y sobre ello cada uno podrá tener la opinión que quiera: no va a influir en nada.En lo que hay que insistir es en que ese propósito de Marsillach surge como un producto muy bien terminado: lo que pretende, lo hace, y sus inventos y movimientos son hilarantes. El juguete cómico, el disparate -por acudir a las antiguas clasificaciones que pudieran corresponder- va con ritmo trepidante, desde el primer tintineo de vasos hasta la proyección final. Dentro de las convenciones importa poco que muchas de las escenas correspondan al cine mudo más que al principio del sonoro: la imitación de los gestos antiguos, las carreritas, los melindres de las damas, los duelos graciosos, no dejan de funcionar. Para cada minuto, Marsillach ha inventado algo o lo ha repetido para recuperar las risas anteriores. Una labor quizá más invisible para el público, pero decisiva para la obra, es la relojería de movimientos, la situación de cada cual en el escenario, las relaciones de unos actores con otros. Se reconoce continuamente una maestría y una capacidad excepcional para hacer teatro.

Los actores, por tanto, hacen el remedo no sólo del cine (malo) sino mucho del teatro (malo). El trío esencial de galanes lo hacen Ángel de Andrés, Vicente Cuesta y Antonio Canal; este último es más legal -digamos- en el comedimiento de su papel, y no menos gracioso, mientras Vicente Cuesta se lanza al figurón. También se domina Francisco Portes, a quien alcanza el ridículo del personaje siempre burlado -el padre-, pero -que no renuncia a su dicción y a su dignidad. Las damitas hacen sus melindres y sus gestitos. Los graciosos de Calderón pierden su razón de ser: son mas graciosos los otros. Todo el reparto está pasado en edad, y eso pesa.

El éxito se olía desde antes de, empezar la representación; parecía suponer, sobre todo, un desagravio a Marsillach por lo que algunas personas consideraron sus errores anteriores (que no son errores, sino deliberación). Las risas comenzaron desde las primeras escenas, después los aplausos claramente destinados al director por su forma de resolver escenas; todo fue creciendo, acalorándose, hasta el brillante final proyectado. Si hubo premeditación de éxito, el desarrollo de la obra y el ingenio de Marsillach ganaron su batalla y consiguieron un triunfo clarísimo.

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