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FERIA DE SAN ISIDRO

Litrazo

Corrida mixta/ Antoñete, Litri, R. CaminoDos toros de Joaquín Buendía, terciados, con casta y nobles. Antoñete: estocada corta (más pitos que palmas y sale a saludar y, estocada corta y rueda de peones (bronca). Cuatro novillos de Torrestrella, desiguales de presencia y juego; extraordinario el 52. Litri: estocada perpendicular pescuecera baja y descabello (aplausos y saludos); pinchazo, otro hondo y estocada caída perdiendo la muleta (oreja). Rafi Camino: pinchazo hondo, otro delantero atravesado y descabello (ovación con algunos pitos y saludos); pinchazo y estocada (aplausos). El Rey presenció la corrida desde una barrera y los toreros le brindaron sus primeros toros. La Condesa de Barcelona, madre del monarca, presenció la corrida desde el palco real. Plaza de Las Ventas, 9 de junio. 26º y última corrida de feria.

JOAQUIN VIDAL

El litrazo químicamente puro, contemplaron ayer los aficionados madrileños, casi 40 años después de que irrumpiera en los cosos, como terremoto, traído por un delgaducho, cetrino y narigudo onubense apodado Litri. Contemplaron el litrazo, unos con asombro, pues no lo habían visto jamás, otros con nostalgia, pues les traía recuerdos y emociones de juventud.

El hijo de aquel Litri avivó ayer añoranzas, descubrió mediterráneos, haciendo estallar el litrazo con todos sus estruendos de cohetería y sus fuegos de artificio. Igual, igualito que el padre se dejó rozar pitones en los estatuarios, pegadas las zapatillas a la arena; esperó impávido la arrancada que llegaba desde un kilómetro para inicar la serie al natural; ligaba, o tal vez sólo empalmaba, o si hacía al caso tropezaba naturales y redondos, qué importaba si se quedaban en medios pases, abrochados finalmente con los de pecho ceñidísimos.

Igual, igualito al padre, miraba al tendido, encadenaba manoletinas, levantaba la polvareda de los molinetes de rodillas, y después, arrojando lejos los trastos, se descaraba con el toro, de espaldas, inclinando la cabeza hacia atrás para aproximarla temerariamente a los pitones.

Maduros y tiernos, doctores y catecúmenos, al ver aquello, gritaban olés hasta enronquecer, se rompían las manos de aplaudir, saltaban de sus asientos y la plaza era un delirio. El retorno del litrazo, fenómeno que la propia afición había desterrado de las plazas por antigualla tremendista, adquiría caracteres de acontecimiento sensacional casi 40 años después. Cuando Litri, el hijo restaurador, montó la espada, miles de conmocionados espectadores estaban dispuestos a pedir hasta el rabo, y lo iban a pedir con el alma. Sucedió, sin embargo, que mató tarde y mal, y lo que pudo ser triunfo apoteósico, salida a hombros por la puerta grande, se quedó en el premio -ya mínimo, para lo que se esperaba- de una oreja.

Pero no fue sólo la faena. El público venía embalado de un inesperado tercio de quites que los dos novilleros en liza, súbitamente enfrentados, hicieron clamoroso. Litri intervino por faroles de rodillas, alocadamente pues -primero perdió el capote, luego una zapatilla; y cuando vio cómo resolvía Camino su turno, intentó emularlo con emocionantes gaoneras. El arrojo, siempre el arrojo de Litri.

El arrojo de Litri, frente al aplomo y al arte de Rafi Camino. A Rafi Camino le bastó abrirse de capa, citar largo, ceñir dos chicuelinas ofreciendo cuarto de capotillo y girar suavemente al paso del novillo. Luego dio más... De nuevo la plaza se puso en pie. Ahora el asombro, el entusiasmo, surgía del propio arte de torear. Y ahí quedó, para toda la tarde, para muchas tardes, ese quite inspirado, vibrante, de Rafi Camino, un novillero serio que tiene metida en el corazón la esencia de la tauromaquia. O así parecía ayer.

¡Como el padre, como el padre!, creían recordar muchos espectadores. Otra cabeza de dinastía -otra época, más cercana- para la nostalgia y la añoranza. Sí, Paco Camino instrumentaba las chicuelinas con rara perfección. Pero no eran esas, las del chico ayer; eran otras. Las de Rafi Camino eran chicuelinas suyas, su versión, también muy valientes, también muy bellas, y aún así, distintas.

Todo -faena, quites- sucedió con un novillito cómodo y de carril. En cambio, con los restantes novillos, más hechos y más problemáticos por el genio que se deducía de su casta, los dos hijos de la paternidad torera anduvieron tal cual le va a la mayoría de sus compañeros de escalafón. Camino corrió la mano al tercero en contados naturales y luego se vino abajo mientras el novillo se iba arriba. El sexto era querencioso y hubo de aliñar. En el segundo, Litri se aliviaba abusivamente con el pico, no templabanada y le salían trapazos. Se llama Pérez en Pérez de Litri, y lo toman ahí por uno del montón. Tan sobrados y brillantes con el dije, con novillos hechos y problemáticos no podían. Y tienen próxima la alternativa.

Tampoco pudo Antoñete con la casta noble de sus toros. El maestro Antoñete pretendió torear con el desaliño ventajista de cualquier pegapases: al hilo del pitón, la muleta retrasada, pico y el pie ligero para escapar de allí. No se lo consintieron. Madrid sabe cómo es el toreo puro y puede dar una de disimulo para cualquier figurín o para novilleros que empiezan, pero no para que autodestruya su categoría quien proclamó paradigma del arte de torear. Antoñete no sólo estuvo mal: no supo estar mal. Cuando salió a los medios a saludar, despreciando -la opinión contraria de gran parte de los aficionados, hacía deshonora la grandeza de su oficio. El litrazo, con toda su carga tremendista, tuvo torería. El maestro, no.

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