_
_
_
_
_
Tribuna:27º CONGRESO DEL PCUS
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una oportunidad para romper el círculo vicioso

El 25 de febrero de 1956, en el último día de trabajo del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en el gran palacio del Kremlin, Nikita Jruschov subió a la tribuna para pronunciar su famoso discurso secreto contra el culto a la personalidad de Stalin y sus consecuencias. Exactamente 30 años después, el 25 de febrero de 1986, Mijail Gorbachov sube a la tribuna del Palacio de Congresos del Kremlin para leer el informe del Comité Central del PCUS al inaugurarse el XXVII congreso del partido.Oficialmente, esta coincidencia de fechas es casual. Pero no será tan sólo esta concordancia la que lleve a los historiadores a comparar el carácter y los resultados de estos dos congresos. Ambos transcurren en momentos de transición. Si el XX congreso puso fin a la época oscura de Stalin y fijó los inicios de la era Jruschov, considerablemente breve pero rica en acontecimientos y cambios dinámicos, el XXVII congreso tiene que realizar un balance de la larga época de Leonid Breznev y abrir una nueva etapa en el desarrollo de nuestro país.

Es difícil encontrar un significado único a cualquier período en la historia de la URSS y del PCUS. La época de Breznev no fue una de terror. Al revés, en muchos sentidos fue el período más tranquilo de la historia soviética, un período en el cual el pueblo vivía en condiciones de paz y en el que su bienestar mejoró sensiblemente. Pero, durante los últimos 10 años, este progreso se ralentizó, e incluso dió marcha atrás. Parecía que se había agotado la energía de la dirección, por todas partes empezaban a revelarse los rasgos de la decadencia y del relajamiento moral, y la crítica se hizo cada vez más débil. Y aún más, las adulaciones a la gestión de Breznev se multiplicaban a medida que empeoraban los asuntos del país y del partido. Se ignoraban importantes problemas, el ritmo del crecimiento económico apenas sobrepasó el de la población, empeoró el suministro de las ciudades, los ingresos de la población rural empezaron a bajar. La decadencia ideológica y cultural se hacía cada día más evidente. Los abusos del poder no adoptaron la forma de una represión masiva como en la época de Stalin, pero sí la de una corrupción generalizada, de privilegios injustificados. de robos y dejadez. Paralelamente, se multiplicaron los intentos de rehabilitar a Stalin.

A partir de abril de 1985, la situación moral y política en el país empezó a cambiar. Y ahora, ante el XXVII congreso, me recuerda la situación que existía hace 30 años, en vísperas del XX congreso. Los intentos de rehabilitar a Stalin se han interrumpido, han cesado y se condenan todas las formas de elogios hacia la dirección del partido. Para lo que son los usos soviéticos, la Prensa se ha convertido en los últimos días en algo más variado e interesante, y en ella se alza con más fuerza la voz de la crítica.

En el campo de la discusión, los periódicos y revistas analizan los problemas sobre los cuales se prefirió guardar silencio durante décadas. Todas las conferencias regionales del partido y los congresos republicanos transcurrieron bajo el signo de una afilada crítica. Se emprendió una renovación y un rejuvenecimiento de los cuadros del partido y del Estado de dimensiones inéditas. Durante los últimos 10 meses, más de 60 secretarios regionales, de grandes ciudades y de los comités centrales de las repúblicas regionales, se han jubilado. Es decir, el doble que en los 24 meses que precedieron al XX congreso del PCUS.

'Deshielo' cultural

Hoy, al igual que hace 30 años, se advierten claros indicios de deshielo en el campo de la cultura. La revista Nasch Sovremeniv publicó una novela de Víctor Astafiev. El mensual Novi Mir va a publicar la novela de V. Dudinzev sobre la situación anormal de la ciencia soviética. Se debate en estos momentos la publicación de la excelente novela antiestalinista de A. Ribacov Los niños del arbar. Las revistas sobre economía, historia, filosofía, incluso las del partido, han ganado en interés; por ejemplo, la revista Comunist publicó recientemente una carta pidiendo la abolición de todos los privilegios de los que gozan los dirigentes del partido. Como es sabido, los sobres con grandes sumas de dinero, que fueron abolidos en tiempos de Jruschov, se transformaron en tiempos de Breznev en abundantes raciones de alimentos para los cuadros dirigentes y los miembros de sus familias a precios simbólicos. En el repertorio de los teatros moscovitas y de Leningrado han aparecido espectáculos impensables hace 10 e incluso dos años.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

La puesta en escena de los famosos ensayos de V. Oviechkin Días en el distrito, publicados en 1952-1956, o la novela de F. Abramov Hermanos y hermanas, publicada en 1958, se presentan ahora como obras actuales sobre los problemas contemporáneos. Lo mismo ocurre con la pieza Crónica de Nerón y Séneca. En las pantallas cinematográficas se ha proyectado la película Control en los caminos, rodada ya hace 15 años, pero prohibida hasta hoy por su contenido antiestalinista, es una cinta no solamente sobre la guerra, sino sobre la característica falta de confianza hacia la gente propia de los tiempos de Stalin.

En el campo de la política internacional también se suceden cambios significativos y surge la comparación con el XX congreso. Nos habían enseñado a pensar que si en la política interior podemos tener fallos aislados, ello era imposible en el campo de la política exterior, diseñada directamente por los jefes del partido. Poco antes del XX congreso, inesperadamente, nos enteramos de la delictiva política de Stalin hacia Yugoslavia y del chovinismo de gran potencia respecto a los otros países socialistas. Nos enteramos de la dogmática política respecto a la India y del menosprecio hacia las múltiples posibilidades de mejorar las relaciones con los países occidentales. Hasta 1955 no se logró solucionar el problema austriaco, regular las relaciones con la República Federal de Alemania y celebrar en Ginebra el encuentro entre los dirigentes de las grandes potencias. La política exterior de la URSS adquirió dinamismo en los años 1955-1956 y se enriqueció con nuevas e importantes ideas. Un proceso semejante tiene lugar hoy día. Los líderes de la URSS y de EE UU volvieron a encontrarse en Ginebra después de una larga pausa. En el campo de la política exterior, la URSS ha planteado nuevas e importantes ideas, especialmente en la esfera de la limitación y cese de la carrera armamentista.

Los cambios ocurridos en vísperas del congreso del PCUS son considerables, y hay muchos indicios de que el congreso les dará un nuevo impulso. Pero la sociedad soviética necesita no solamente de la crítica, sino también de reformas.

La aceleración del desarrollo socio-económico, del país, la modernización de la industria, la implantación de las nuevas tecnologías, el fortalecimiento de la disciplina y de la moral de partido, la mejora de la sanidad pública, de la enseñanza y los servicios ya se habían planteado anteriormente. No son ideas nuevas. Por lo que ahora no podemos hablar solamente de ponerlas en práctica con más energía, más decisión y más consecuentemente. Recuerdo aquellas ruidosas campañas de lucha contra la corrupción, el parasitismo y el acoholismo que tuvieron lugar en los tiempos de Breznev, Jruschov e incluso Stalin. Durante una de ellas, los estudiantes de la universidad de Leningrado brindaron en la fiesta de Año Nuevo de 1950 con copas de limonada, y nuestro decano llegó a expulsar de la universidad a los inválidos de guerra y a los miembros del partido que se presentaron en la facultad borrachos. Pero al cabo de uno o dos años esta campaña se sustituyó por otra nueva: el estudio de las obras de Stalin en la esfera de la lingüística o las memorias de Breznev Pequeña tierra y Tierras vírgenes, catalogadas entre las mejores obras literarias durante casi todo el decenio.

Por eso a nuestro país no le bastan nuevos dirigentes que nos recuerden el refrán de que una "escoba nueva barre mejor".

En las páginas de algunos periódicos occidentales de la emigración he leído que "Gorbachov está restaurando el estalinismo sin Stalin". Tales afirmaciones son tan infundadas como hablar de que ha llegado la época de la democracia. En el mejor de los casos podremos hablar de los pasos concretos hacia la liberalización. Pero la liberalización puede llegar a ser solamente el inicio y no el medio principal para superar los callejones sin salida de nuestra sociedad. No se puede considerar normal una situación en la que la crítica a fondo surge tan sólo en los primeros años después del cambio de un dirigente por otro, pues, ¿acaso no fue Andrei Zhdanov (yerno de Stalin) el que declaró que la crítica y autocrítica eran las principales fuerzas motrices de la sociedad socialistas? ¿Por qué este motor se pone en marcha en nuestro país en casos contados? No se puede considerar normal que el teatro principal del país, MJAT, necesita del visto bueno de unos cuantos miembros del Politburó para estrenar Bodas de plata, o cuando es necesario el permiso de las altas instancias del partido para reconocer con retraso la creación del gran pintor español Salvador Dalí. ¿Y qué nos aguarda dentro de 10 años cuando nuestros líderes comiencen no sólo a envejecer, sino a acostumbrarse al poder?

Hoy, prácticamente se están agotando los principales estímulos del desarrollo de la sociedad y de la industria. La sociedad tiene que encontrar nuevas fuerzas y posibilidades para emprender reformas estructurales significativas que potencien la actividad de los ciudadanos y de los dirigentes no sólo durante unos años, sino para muchas décadas. Existen muchos observadores políticos sovietólogos queno creen que esto sea posible.

No quisiera idealizar, ni tampoco dramatizar, la situación aquí creada. Nuestra sociedad es capaz de realizar reformas, pero no se trata sólo de solucionar los problemas de la dirección, según la línea "de arriba abajo", sino también los de la participación y cooperación del pueblo en la gestión "de abajo arriba". Es imposible empujar indefinidamente un carro que cada vez es más pesado. La sociedad, para vivir, o, mejor dicho, sobrevivir, en condiciones cada vez más complicadas tiene que poseer la capacidad de moverse por sí misma y autocontrolarse. Solucionar estos problemas es difícil, pero posible.

Roy Medvedeves historiador y marxista heterodoxo. Vive en Moscú.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_