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33º FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

El exilio y la tragedia latinoamericana, en filmes de Camus y Fischerman

Dos filmes en las antípodas, uno español y otro argentino, que abordan idéntica tragedia, sólo que a la inversa -uno sobre la llegada a España de un exiliado uruguayo y otro sobre el retorno a su tierra de un argentino-, han llenado de coherencia, con su contradicción recíproca, la jornada de ayer en el festival de San Sebastián. A La vieja música, de Camus, y Los días de junio, de Fischerman, les separan las miradas de sus autores: bañada en niebla y pesimista, la del español; bañada en sangre y pese a ello, optimista, la del argentino. Ambos filmes son defectuosos, pero llevan dentro inteligencia y buen cine.

Camus, en La vieja música, ha perseguido las idas y venidas del itinerario moral de un superviviente. Es un filme con un asunto difícil de llevar a la pantalla porque carece de actos y gestos visibles.Es la historia, o la falta de ella, de un hombre instalado en una mentira, desde la que busca sus verdades perdidas. Su itinerario moral tiene paradas fugaces frente a las miradas de otros personajes. Éstos pasan, pero él queda, y queda progresivamente solo, agarrado, como el náufrago a una tabla, a esa mentira que acaba convirtiéndose en su única verdad.

El asunto tiene fuste literario, y tal vez a causa de esto, por la riqueza del guión, hay endeblez en las imágenes. No es que la película esté mal montada, ya que su mecánica tiene un alto dominio del oficio, sino que se trata de otra cosa menos gruesa y,casi al borde de lo inefable: el personaje central transita de personaje episódico en personaje episódico, pero estos fugaces interlocutores de su itinerario tienen una definición fílmica mucho más precisa que él, de tal manera que la fuerza de las partes debilita el todo.

Lo efímero es más sólido en el filme de Camus que lo permanente. Cada personaje episódico tiene más poder de convicción que el personaje eje, que está en la pantalla de principio a fin. De otra manera: hay mejor cine en las ramas que en el tronco de esta película.

Federico Luppi es un actor muy bien dotado y experto, pero, por poner sólo dos ejemplos entre muchos, la rotunda construcción que de sus minúsculos personajes hacen Assumpta Serna y Antonio Resines vacía el esfuerzo de Luppi por dar credibilidad a su omnipresente personaje, que, en rigor, no es más que una sombra de tal, lo que hace de La vieja música un filme con buena salud en los miembros, pero enfermo en su médula; un filme jalonado por vigorosos adjetivos, pero con la sustantividad averiada.

Antípoda

La antípoda argentina, Los días de junio, de Alberto Fischerman, es una pesadilla con final al mismo tiempo amargo y optimista, puesto que tal pesadilla es reconstruida desde el despertar. Es una oscura y sinuosa averiguación dentro del infierno de la vida argentina vista desde la libertad reconquistada.Se trata de un filme inteligente y complejo, peto tan sobrecargado de signos, que éstos le hacen, paradójicamente, impenetrable por un exceso de penetración; que resulta oscuro por la compulsiva necesidad de sus autores por echar luz sobre lo que narra. Tiene por ello algo de involuntario psicodrama.

El filme está lleno de pasión comunicadora. Quienes lo han hecho saben, conocen, entienden de qué hablan; pero también, paradójicamente, saben, conocen, entienden en exceso de ello. Su memoria no se ha decantado todavía, es demasiado reciente; acaban de despertar de un mal sueño, y éste aún tiene adherencias opacas que enturbian su transparencia.

De otra manera, Los días de junio es un filme con mucho volumen de contenidos y debilidad en la formalización cinematográfica de éstos. El director no logra uniformidad ni en la interpretación ni en los engarces entre secuencia y secuencia, lo que impide a éstas seguir un continuo narrativo, dramático o poético.

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