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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La guerra civil ha comenzado en Suráfrica

El complejo de intereses que simboliza la idea de Suráfrica, apartheid, colonialismo, enfrentamiento Este-Oeste es una herida abierta en el cuerpo político de la comunidad internacional. Todos somos conscientes de que es un tema prioritario, cuya solución es realmente importante. Pero el ocultamiento de las estrategias verdaderas y la duplicidad de las potencias mundiales que critican en público al régimen surafricano al tiempo que, de una manera discreta, contribuyen a su fortalecimiento hacen que al observador exterior le resulte difícil tener una imagen clara.En este siglo, generaciones sucesivas de opinión informada han tenido que hacer frente al fenómeno de lo que denominaría rabia ideológica. Un buen ejemplo fue el de los nazis. En ninguno de estos casos el escándalo internacional pudo poner fin a los horrores. ¿Es acaso porque la persuasión moral no tiene fuerza política? ¿O resulta peligrosamente ingenuo esperar que haya algo de decencia en la práctica política?

En el caso de Suráfrica, los engaños por parte de las potencias occidentales, las discrepancias entre palabras y hechos, se pueden imputar probablemente a la sensación de vergüenza que produce la confabulación. O puede que a los protagonistas no les importe lo más mínimo la conciencia internacional. Al fin y al cabo, ¿acaso no se trata de pragmáticos poco dados a sentimentalismos?

En su calidad de última colonia blanca de importancia, Suráfrica constituye una, rareza histórica. Si bien no se puede interpretar únicamente su historia en términos colonialistas, su sistema refleja la falta de sensibilidad y la arrogancia que surgen con la conquista y la ocupación. Parece que el tiempo no pasara para los afrikaners, últimos colonizadores de una picaresca época anterior. Replegados en épocas más oscuras y primitivas, viven una contradicción arcaica: son un pueblo con una misión. Se aferran a su creencia en la predestinación, lo cual explica su tozudez y fatalismo y, sin embargo, rechazan de plano la noción de determinismo histórico. Son una tribu africana blanca que defiende de manera trágica una visión anticuada de la civilización occidental, condenándose con ello y condenando sus valores a la extinción.

Pero las desventajas que se están acumulando en su contra, demográficas o de deudas de sangre, no les perturban. No existe nexo alguno entre causa y efecto. No existe límite a su crueldad. La creación de su dios es jerárquica. Es terrible y colérico. El provee, pero, si no se siguen sus preceptos, les abandonará. Estos creyentes saben que pueden contar con sus aliados, porque destacan sobre el fondo de una África corrupta y débil, porque representan un anticomunismo resurgente, porque existe una reafirmación de los intereses occidentales en el continente. Tienen aliados, aunque los tengan que sobornar o chantajear.

(Los blancos angloafricanos, en su mayoría, se acurrucan, débiles, tras las murallas afrikaners, criticando, si bien beneficiándose de una manera tremenda.)

La Suráfrica blanca es la superpotencia de la región, mostrando su fuerza, poniendo en práctica su "política de avance" (el paso que sigue a la desestabilización), practicando una opresión virulenta que niega los derechos elementales a la mayoría de los habitantes del país. El resto de África lo siente como una humillación permanente, un mal extranjero.

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La solución más cómoda es culpar al apartheid. Si fuera así, la solución sería sencilla. En palabras del obispo Desmond Tutu: "No se puede reformar el apartheid, hay que desmantelarlo". Pero, ¿qué es el apartheid? En sus términos más puros, el monopolio del poder por parte de la minoría blanca. Esta condición fundamental es considerada esencial por los afrikaners para su supervivencia. No toleran negociaciones. El apartheid como discriminación racial es tan sólo el medio de mantener este objetivo deseado. Los pragmáticos, o nuevos realistas, están dispuestos a sacrificar el aspecto externo del apartheid a fin de mantener el poder verdadero.

Plena participación

Está también claro que la mayoría negra no puede aceptar más solución que su plena participación en los procesos político, económico y social, con los mismos privilegios y responsabilidades. La expresión organizada de la conciencia nacional unitaria está silenciada desde principios de los sesenta. No obstante, y a pesar de los mejores esfuerzos de la minoría blanca, de prohibiciones, encarcelamientos deportaciones en masa, la privación de su ciudadanía a los negros asesinatos, esta conciencia, resueltamente antirracista, está hoy más viva que nunca.

Teniendo en cuenta estas dos posturas irreconciliables, ¿qué posibilidades hay de conseguir un acuerdo que incluya las condiciones mínimas aceptables por ambas partes para el establecimiento de cierta forma de alto el fuego, si no de coexistencia?

Elliott Abrams, el subsecretario saliente de la Secretaría de Estado encargado de los derechos humanos, sostuvo recientemente que se habían producido muchos cambios en Suráfrica desde la llegada al poder de Pieter W. Botha. Como prueba de que Botha se estaba apartando de la postura de atrincheramiento del dominio blanco, Abrams mencionó la separación, por la derecha, de una parte de la tribu afrikaner.

Desde el punto de vista de los afrikaners se produjeron dos cambios significativos. El primero fue la ruptura de la ortodoxia tribal afrikaner, la división entre la extrema derecha y la derecha pragmática. Esta ruptura, provocada por los nacionalistas pragmáticos, que se dieron cuenta de la necesidad de permitir el acceso al poder de las minorías asiática y de color a fin de ampliar su base de poder, no podía dejar de confundir los límites del apartheid. Esta confusión cosmética resultó demasiado para los guardianes de la pureza cultural e ideológica de la tribu. Este cambio a una base ya no exclusivamente blanca será probablemente permanente. La intención expresada por el Gobierno de eliminar las leyes relativas a los matrimonios mixtos hace que sea imposible superar la ruptura.

El segundo cambio queda reflejado por la creciente militarización y la creciente influencia política de los militares. Suráfrica ha pasado de una anticuada estructura colonialista, en la que las estructuras políticas de Westminster aseguraban un vestigio de democracia para las minorías, a una autocracia tercermundista tipificada por un poderoso control estatal, una burocracia excesiva, estructuras económicas anticuadas, un empobrecimiento progresivo y un traspaso del poder de los políticos a los especialistas en seguridad.

Ha habido cierta efervescencia, aunque ningún avance. La reforma, en el contexto actual, consiste en métodos de adaptación fragmentarios. El esquema subyacente sigue siendo de contenimiento militar. Surgen señales contradictorias de Suráfrica sólo porque se trata de un juego velado. La estrategia es probablemente militar, aparentemente incoherente y sensible a las presiones, pero con unos objetivos claros.

La estrategia tiene en cuenta las posibles influencias de, digamos, los desarrollos culturales o de política exterior. Pero el plan se mantiene constante: seccionar al país en zonas militares que asegurarían su control, permitiendo un nivel contenible de resistencia; liberalizar algunos aspectos obsoletos del apartheid para conseguir el apoyo de los asiáticos y la gente de color y mitigar los reparos del extranjero; crear estructuras de representación alternativas para desviar las exigencias de la población negra, fortaleciendo los homelands o bantustanes, interponiendo una cuña entre la población negra rural y la urbana, reagrupando finalmente este mare mágnum de instituciones y organizaciones en una semblanza de confederación participativa que dejaría intacto el poder político y económico de los blancos.

Política exterior agresiva

Estos reajustes internos van acompañados de una política exterior agresiva, expresada mediante la creación o el apoyo a facciones rebeldes en los países vecinos (Angola, Mozambique); mediante incursiones directas (en Lesotho, Angola, etcétera); mediante el establecimiento de una presencia militar en otras partes de África, o tejiendo una red de complicidad mediante la venta de armas (a Somalia, las islas Comores, Malaui y probablemente a Zaire), o enfrentando a la comunidad internacional con hechos consumados, como en el caso de Namibia.

En todo esto Pretoria sirve a los intereses de Estados Unidos, que no tiene queja alguna respecto a la situación militar, y que emplea a Suráfrica como un conducto para canalizar ayuda e influencia al África subsahariana.

¿Cómo, si no, puede vivir el mundo con el brutal terror que surge de Suráfrica? Oficialmente, han muerto violentamente más de 250 personas (incluyendo un blanco) desde el pasado mes de septiembre, fecha de entrada en vigor de la nueva Constitución. Recientemente, han sido despedidos 14.000 mineros por ir a la huelga, antes de que por fin se negociara un acuerdo. Los nuevos juicios por traición van a suponer la eliminación del Frente Unido Democrático, al que se liga al Congreso Nacional Africano y, consecuentemente, al partido comunista. Sabemos por las investigaciones sobre la matanza de Uitenhage que la policía tiene órdenes de disparar a matar. Y lo hace. A mujeres y a niños. Por la espalda.

A pesar de ello, y aunque los portavoces de la mayoría han pedido repetidamente un aislamiento total del país, un consorcio de 12 bancos europeos ha concedido recientemente un préstamo de 75 millones de dólares a Pretoria.

Entre las contradicciones que tendrán que resolver quienes están nominalmente en el poder está el excesivo aumento de su capacidad militar, la parálisis económica que hace que sea imposible llevar sus planes hasta el fin tras destrozar a un país vecino y la pérdida del control político sobre sus propias fuerzas armadas.

La guerra civil ha comenzado

Pero los auténticos cambios, teniendo en cuenta que cualquier interpretación debe ser un instrumento contundente, son los siguientes: se ha producido un derrumbamiento casi total del terreno medio donde, con buena voluntad por ambas partes, se podrían haber llevado a cabo conversaciones sobre el futuro. (Es cierto que se han establecido contactos marginales con el Congreso Nacional Africano, aunque son todavía demasiado tímidos como para llevar a ambas partes a una interdependencia y provocar la necesidad de continuar las conversaciones que, a su vez, podrían haber creado las condiciones para una negociación). Los negros ya no imploran la participación. Rechazan el Estado blanco.

La estrategia de reforma, aunque se modificaran algunos elementos, no tiene ya futuro. Y aunque no exista todavía una estrategia mayoritaria para la revolución, la profundidad de la desesperación y amargura y la determinación del pueblo, además de una liberación interior, una conciencia cultural, un temple político, que se expresa en la disposición a morir por la causa, la quema de cadáveres, los intentos de crear centros de poder autónomos y ejércitos populares. El luto, las huelgas, las manifestaciones, el humo corrosivo, la ruptura de las estructuras civiles impuestas por los blancos, la negativa a aceptar la paz de los blancos, todos estos elementos suponen un signo claro: se ha llegado al punto de no retorno. La guerra civil ya ha comenzado.

poeta en lengua afrikaner, fue acusado de terrorismo y pasó siete años en cárceles surafricanas.

Copyright Los Angeles Times.

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