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Entrevista:

Andreotti, adalid de una política exterior autónoma para Italia

Juan Arias

Desde que Giulio Andreotti, habilísimo diplomático, personaje poliédrico y discutido, está al frente de la diplomacia italiana, la política exterior de este país ha dado un salto de calidad: más autónoma, más viva, más progresista. Se trata de una política difícil en un país acusado siempre de haber sido .una colonia del imperio norteamericano". En su calidad de ministro de Asuntos Exteriores acaba de inaugurar el semestre de presidencia italiana de la CEE.La política internacional de Andreotti, por un lado, no desagrada a la oposición comunista por su proyección de apertura hacia Oriente Próximo y los países del este de Europa, y por otro crea perplejidades en algunos de los partidos del mismo Gobierno. Por ejemplo, a socialdemócratas y republicanos, que han exigido incluso un debate en el Parlamento.

La acción de Andreotti en el exterior aumenta cada día su prestigio personal. Resultó una sorpresa para todos el hecho de que fuera el primer líder occidental que pudo entrevistarse en Moscú con Konstantín Chernenko. Se ha comportado como un defensor de Siria y de Yasir Arafat en momentos críticos de la política libanesa, y ha sido el primer político occidental de rango que llegó a Varsovia tras el bloqueo económico de Polonia para encontrarse con el general Wojciech Jaruzelski y con los líderes perseguidos del sindicato de Lech Walesa. Su viaje a Polonia fue, quizá, la página más gloriosa de la interminable vida política de este hombre que lleva 40 años ininterrumpidamente en el poder.

El escritor siciliano Leonardo Sciascia ha dicho de él que "es, por lo menos, el político más sagaz de Italia". Si, como dicen algunos psicólogos, la inteligencia es la capacidad del hombre para saber sobrevivir en las circunstancias más difíciles, complejas y adversas sin derrumbarse, hay que reconocer que Andreotti ha demostrado ser maestro en este difícil examen político con un cociente muy superior a la media. Le llaman Giulio el divino y también el gélido. Pero lo cierto es que en la entrevista concedida a EL PAÍS y a Televisión Española se mostró entrañable y lleno de inteligente humor. Y, como siempre, sorprendente, revelando, por ejemplo, detafles muy interesantes de su amistad con Juan Pablo II.

Andreotti, después de su pasión por la política, posee además otra debilidad y otra cualidad importante: la de escritor. Le gusta recordar que es también periodista profesional -exactamente desde el 1 de diciembre de 1945-, por eso antes de empezar la entrevista ha querido dedicar a este corresponsal su obra A cada muerte de Papa con estas palabras: "Giulio Andreotti, con nobles felicitaciones al colega Arias". Y ha revelado que está concluyendo su tercer volumen de la obra Vistos de cerca, serie de retratos de los innumerables personajes de todo género que ha conocido en su vida.

"Debería", empieza diciendo en su despacho de Montecitorio, en Roma, "escribir un capítulo sobre este Papa, ahora. En este período he visto mucho a Juan Pablo II, antes y después de mi viaje a Polonia. Es una persona muy sencilla. Para no hacerte perder ni una hora de tu jornada te invita a comer. Sólo que a veces sus horarios son un poco especiales".

Pregunta. ¿Por qué?

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Respuesta. Bueno, cuando me invita por la mañana para oír su misa y después desayunar juntos me va bien porque es a las siete y yo soy muy madrugador, pero cuando me invita a cenar a las 19.30, ésa es una hora un poco desfasada para nosotros. Por cierto, ¿sabe dónde escribe este Papa sus discursos?

P. ¿Dónde?

R. En la capilla. Cuando he estado últimamente en Cracovia el cardenal me hizo ver en su capilla, cuando era arzobispo de aquella ciudad, un pequeño escritorio. El cardenal me dijo que lo habían conservado como entonces. Yo pensé que servía para registrar los matrimonios, pero me explicaron que era su mesita de trabajo: "Cuando tenía que escribir algo muy importante se encerraba allí solo". Los escribe siempre en polaco y después se los traducen. Y se nota enseguida lo que es suyo y lo que le han añadido. Se vio muy claro, por ejemplo, con el discurso de final de año. En medio había un párrafo de elogios al vicariato de Roma, que se veía claramente que no lo había escrito él, se notaba hasta en el modo como lo leía.

P. Desde que está al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores se habla de un cambio en la diplomacia italiana. ¿En qué consiste?

R. Bueno, a veces se polemiza por razones más de política interior que exterior. Yo no creo que se trate de una novedad. Intentamos sólo utilizar una situación. Queremos hablar libremente con todos, conscientes de que nosotros estamos firmísimos en nuestras cosas y que cada uno respeta las alianzas y convicciones de los demás -lógicamente pretendemos que también los demás nos respeten- Yo pienso que el diálogo sirve siempre, y aun aquellos que en un principio pensaban que ciertos contactos y ciertas visitas eran un signo de debilidad después han tenido que convencerse de que se trataba de algo más importante. La distensión es algo que existe y no nos la hemos inventado nosotros. Y el deseo de querer contribuir a problemas muy cercanos a nosotros, como son los de Oriente Próximo, creo que para nosotros era además un auténtico deber. Lo que ocurre es que algunos son más lentos para captar ciertas intuiciones y convencerse de algunas cosas. Por ejemplo, cuando yo fui en noviembre de 1983 a Siria, porque creía que Siria no era capaz, no es capaz, de resolver por sí sola los problemas de Líbano, pero al mismo tiempo que sin Siria nadie los resuelve. Ahora parece que ya todos se han convencido de ello. Lo mismo se podría decir de los palestinos. Ahora escuchamos alabanzas a Arafat como moderado, mientras antes parecía que cuando yo hablaba con esta expresión palestina estaba hablando con el diablo.

P. Pero, sin embargo, se observa un estilo nuevo en la política exterior en estos últimos tiempos.

R. No lo sé. Puede ser que uno recoja beneficios y daños de los que han precedido. Son cosas que maduran con lentitud y uno puede recoger los frutos, pero también puede haber cosas que estaban mal planteadas y uno tiene que sufrir las consecuencias. De lo que no cabe duda es de que estamos obteniendo un gran respeto por parte de todos como italianos, y esto creo que es un hecho importante, no para una persona o un partido, sino para una nación.

P. ¿Cómo se preparó su famoso viaje a Polonia?

R. Yo había tenido ocasión de hablar antes con el ministro de Asuntos Exteriores polaco en Madrid, en Estocolmo y en las ONU, y me hice la idea de que era necesario reanudar el diálogo con Polonía, que, aun perteneciendo al Pacto de Varsovia, tradicionalmente ha tenido muchos contactos con Occidente. Con este espíritu hice mi viaje y, naturalmente, no fui como propagandista, pretendiendo que Polonia se saliera del Pacto, como tampoco hubiese aceptado, por parte de ellos, que me hubiesen mínimamente insinuado que Italia deje de cumplir sus deberes de país de la OTAN. Con esta claridad recíproca me fui también a visitar la tumba del sacerdote Jerzy Popieluszko. Era un acto debido, política y religiosamente. Como también mis contactos con aquellas personas de Solidaridad que han representado un cambio importante para Polonia, abriendo un diálogo político y social. Pero quise que fuera una visita a la luz del sol, no a escondidas.

P. ¿Le costó mucho conseguir el permiso para ir a la tumba?

R. No, porque yo no les pedí permiso. Ya que pedir dicho permiso hubiese significado ponerles en dificultad a ellos y a mí sí me lo negaban, por eso me limité a decirles: "Mañana por la mañana iré a visitar la tumba de Popieluszko".

P. ¿Y cuál fue la respuesta?

R. Muy sencilla: "¿A qué hora quiere que venga el coche?"

P. Queda la incógnita de por qué se le concedió a usted lo que se le negó a su colega de la RFA, el ministro de Asuntos Exteriores, Hans-Dietrich Genscher.

R. Yo había hablado antes con el ministro Genscher. Si él hubiese insistido en que, puesto que él no había podido realizar aquel viaje, yo tampoco debía hacerlo, yo hubiese renunciado sin ningún problema, pero Genscher, al revés, me animó a hacerlo, como también otros países. Cierto que es necesario hacer, cuando se puede, una política común, pero a veces se puede uno hallar en circunstancias de poder gestionar, mejor que otros, un asunto delicado, y entonces también en política vale la regla de san Agustín de que no se deben dejar escapar las ocasiones cuando se presentan.

P. Acaba de empezar el semestre italiano de presidencia de la Comunidad Europea. Usted se ha comprometido a que el problema español se resuelva antes de que transcurran los seis meses, pero esta presidencia italiana podría ser también muy importante para reforzar la postura de los países de origen latino dentro de la CEE en relación con América Latina.

R. Nosotros, en realidad, ya hemos empezado a tener, a este respecto, un contacto más orgánico, con ocasión de la reunión de otoño pasado en Costa Rica, con los 10 países de la Comunidad, extendida a España y Portugal. Concertamos, entonces, una política entre la Comunidad y América Latina. Ahora, bajo nuestra presidencia, convocaremos un segundo encuentro, probablemente a nivel de ministros.

Roma está aún atenazada por el frío polar. Andreotti se presentó a la entrevista con una cazadora de lana gris. Pidió un café para todos: "No será bueno, pero por lo menos nos calentará un poco", dijo. El caricaturista más famoso de este país, Forattini, ha dicho que Andreotti es el personaje político italiano que, junto con el presidente Sandro Pertiní, acepta con mayor deportividad sus picantes viñetas. Es un personaje que sabe tener reflejos inmediatos cuando no quiere hablar de algo, por ejemplo, cuando al final de esta entrevista EL PAÍS quiso introducir el tema de los comunistas en Italia, Andreotti se puso de pie y, tomando por el brazo a este corresponsal, dijo afectuosamente: "¿No piensa que por hoy hemos hablado bastante?".

En el pequeño vestíbulo de su estudio las paredes están adornadas con un cuadro del gran pintor comunista Renato Guttuso, con una litografía de un Cristo de Dalí, un paisaje de Chagall y una tela de Benjamín Mendoza, el pintor latinoamericano que atentó contra la vida de Pablo VI en el aeropuerto de Manila en 1969, hiriéndole levemente en el pecho con un puñal. El Papa le perdonó. Quién sabe si Andreotti no hizo de abogado defensor ante el papa Montini. Quizá un día lo contará en sus memorias.

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