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FERIA DE SAN ISIDRO

El toro, un respeto

Plaza de Las Ventas. 2 de junio. Decimoctava corrida de feria.Cinco toros de Alonso Moreno, con seriedad, casta y trapío; presentaron problemas. Quinto, sobrero de Jesús Trilla cinqueño, bravo; desarrolló sentido.

Tomás Campuzano. Estocada corta (aplausos). Pinchazo y estocada corta baja (silencio). Yiyo. Dos pinchazos y bajonazo (silencio). Media caída (palmas). El Soro. Bajonazo y tres descabellos (algunos pitos). Dos pinchazos bajos, otro trasero y estocada delantera (Pitos).

JOAQUIN VIDAL

El toro salió ayer e impuso respeto en el ruedo. Nada de los dos pases, nada de andarles a gorrazos, como cuando sale el borrego. Todo cuanto sucedía allí, con el toro delante -o aunque estuviera en la otra punta- tenía importancia y tenía peligro.

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Consecuente con la seriedad de aquellos pavos y sus arreones, el público mantuvo una actitud de respeto hacia los lidiadores. No siempre y con todos, por cierto, pues hay desviaciones heterodoxas que la afición madrileña considera sacrilegio y no las perdona. Por ejemplo, no perdona que habiendo banderilleros buenos en las cuadrillas, hagan la suerte matadores mediocres.

Por eso se enfadó con El Soro. La afición madrileña se rasgó las vestiduras y uno iba a quemarse a lo bonzo porque mientras el buen banderillero Corbelle estaba a la brega, El Soro le suplantaba corriendo en pista para reunir fuera de cacho, a toro pasado, que no es reunir. Así hizo en los seis pares que le vino en gana poner, y en el último, tan lejanos dejó pasar los pitones y el galán que los portaba, que una banderilla la tiró en vertical sobre la arena.

Desde el primer Alonso Moreno hubo mérito, respeto y peligro en el ruedo. Tomás Campuzano se lo pasó cerca en unas verónicas de manos bajas, y luego tuvo la mala fortuna de caerse en la cara del toro. No pasó nada, salvo el susto, mas a lo mejor el toro se llevó tanto susto como el torero, porque a partir de entonces acusé bronquedad, y toda la lidia fue una sucesión de peligrosos incidentes. A pesar de la colada que sufrió en los primeros tanteos con la muleta, Campuzano porfió con pundonor y valentía, al albur de que la fiera llegara a corregir su embestida fuerte e incierta, lo cual no sucedió. El cuarto tenía desequilibrios de personalidad, pues se comportaba con nobleza pero, de improviso, se paraba ante el torero y le tiraba un derrote. A las buenas intenciones de ese toro loco correspondió Campuzano con decorosos pases, y a las malas, con paciencia para olvidarlas y empezar de nuevo.

En realidad, esos toros, como los que correspondieron a sus compañeros, no eran ilidiables. Simplemente tenían casta y problemas. Ocurre que está viciada la torería actual con los dos pases de siempre y cuando aparece el toro íntegro, con el genio que es atributo de su condición, no sabe vencer las dificultades, desconoce unos recursos que están en la tauromaquia y eran práctica habitual tiempo atrás; pero que ahora sólo son patrimonio de los muy veteranos, o de aquellos espadas convocación de aprender, que buscan esta ciencia allá donde pueda encontrarse.

Por ejemplo se encuentra en algunas escuelas taurinas y la imparten a los toreros que pasan por ellas, como Yiyo, el cual empleó los trasteos adecuados a las características de sus toros. El segundo de la tarde, después de tomar bien unos ayudados por alto y dos series de redondos, en las que Yiyo corrió la mano, cortaba el viaje sin la menor consideración. El joven matador lo ahormó con excelentes ayudados por bajo a dos manos, que es cuanto procedía. Al bravo cinqueño lidiado en quinto lugar pretendió torearle en el platillo, ya que en el tercio punteaba, y dio lo mismo, pues a los pocos derechazos el toro ya había desarrollado sentido, y decía que ni uno más, pues lo que le apetecía era pegarle una voltereta al torero. Aunque advertido, Yiyo no rehuyó las inclinaciones ladinas del toro, y le hacía desplantes, con alarde de valor.

El más noble de la tarde correspondió al torero de menos calidades artísticas; es una paradoja que suele acontecer. El tercero seguía los engaños encelado y suave. Soro, que lo había recibido con una larga cambiada aporta gayola, y otra más en el tercio, hizo una faena de muleta larga, y eso es cuanto se podría decir de ella. A veces bajaba la mano y mandaba, pero nunca traspasó los límites de la vulgaridad. Acaso ni lo intentó, pues su peculiar concepción del último tercio va por otro lado: pases por alto en cadena, espaldinas, péndulos, y demás repertorio del subtoreo. El sexto tenía media arrancada, como casi toda la corrida, y El Soro cogió un globo porque el público no agradecía su voluntad de pegar pases. Indignado por la incomprensión, tiró de malos modos contra el estribo la espada de madera y, para lo que le servía, lo mismo debió hacer con la de acero toledano.

Se duda de que estos toreros, y los demás, quieran volver a medirse con el- toro- un-respeto, tal como salió ayer, tan entero y verdadero. Ya proveerán para que no se repita.

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