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Tribuna
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Ni un Chejov, ni un Gorki a secas

En Barcelona se han producido dos estrenos importantes. Uno, el de Una jornada particular, que supone: el regreso a la escena catalana de Josep Maria Flotats. Otro, un nuevo trabajo del Lliure a partir de un texto de Gorki. El montaje de Una jornada particular supone, además, el bautizo de Flotats como director escénico. Y este bautizo no pasa desapercibido en Panís, que, contratando a Flotats para la Comédie Française, había creído asimilarlo para siempre. Varios críticos y personalidades parisienses asistirán a la representación de Una jornada particular en Barcelona. Los críticos de Le Monde, Le Figaro, France Soir, y los de la edición internacional, realizada en París, del Herald Tribune piensan asistir a alguna de las representaciones. El número uno en el mundo de la costura francesa contemporánea, Pierre Cardin, hombre de teatro también, se prepara para viajar a Barcelona. Otro tanto hará el director general de teatro del Gobierno socialista, Robert Abirrached.En el Teatre Lliure se representa en catalán Los hijos del Sol, una obra de Máximo Gorki dirigida por Carme Portacelli. No es la primera vez que Carme Portaceli trabaja en el Lliure. Dentro del ciclo de Teatro Abierto, ya montó una obra de Maria Aurélia Capmany sobre el fraile Turmeda, la cual, por su escasa calidad y lo penoso del montaje, causó no pocos problemas al Lliure, que se había hecho con un estilo -el estilo Lliure- y un público adicto. También trabajó como ayudante de dirección en algunos montajes del Lliure, pero este Gorki es su primer trabajo al frente de la compañía titular de la casa.Tal vez sea prematuro intentar una crítica del espectáculo -Puigserver, el escenógrafo y uno de los directores del Lliure, me confesaba en el entreacto: "Todavía está muy verde"-, pero ya se sabe, eso de la crítica es algo muy bestia, que funciona así, y algo habrá que decir, por muy verde que esté ese Gorki; aunque, la verdad, yo creo que hay algo más que eso. Así pues, les diré esas cuatro cosas que hay de más y más adelante volveremos a hablar, si vale la pena, del Gorki del Lliure.

Las versiones

En primer lugar está el título, el título y el autor. Un Gorki, claro, no se discute. Es un autor de repertorio europeo. Wilson montó Los hijos del Sol en el TNP, hará algo más de 20 años, y Ricardo Doménec la incluyó en la prestigiosa colección Voz / Imagen, en el apartado de teatro que él dirigía (Aymá, 1964), en una traducción directa del ruso que firmaba Victoriano Imbert. Esa es la versión que yo estuve releyendo antes de ir al Lliure. En el volumen, junto a un ensayo de José María de Quinto en el que se puede leer, entre líneas, un encendido homenaje al padre -con el comisario Jdanov- del realismo socialista, hay una excelente crítica de Vitez al espectáculo de Wilson, publicada en Théátre -Populaire (número 53, 1964). Vitez ya apuntaba que el teatro de Gorki sale del de Chejov y le sucede.

Chejov. Pero en malo -añadiría yo- Gorki, en cierto sentido, es un mal Chejov. Y ahí iniciaría mi pequeño interrogatorio a Carme Portaceli y a sus intérpretes. Empecemos. En ese primer acto, larguísimo, expositivo, tan descaradamente chejoviano, todo debe estar como cosido a mano. Aquí prima la psicología -más o menos profunda-, el detalle, la exquisitez y la rareza interpretativa. Hay, además, que crear un cierto clima, un cierto sabor y olor, y saber mantenerlo durante una hora larga (el espectáculo dura unas dos horas y media). Entonces, ¿por qué darle a Lluís Homar el papel de Protásov?¿Por qué no a Cardo na, mucho más inclinado a esas exquisiteces, a esas rarezas?. Yo propondría que se pasasen, en caso de que los hubiese, los tres vídeos de los tres últimos montajes en que ha trabajado Lluís Homar. En ellos se podría ver la tendencia que tiene el actor a mover los brazos, a alzar la mano derecha, a romper bruscamente el ritmo y el tono de sus parlamentos, siempre de idéntica manera. Si a Lluís Homar no se le marca, no se le dirige de cerca, se escapa. Otro fallo de cierto calibre está en Imina Colomer, en su Melania, la hermana del veterinario, la necia enamorada de Protásov.

Estoy de acuerdo con que en la obra, de momento, no ocurre nada, pero eso ha de verse en el escenario. Y eso no se ve. Lo único que se ve es que ese espectáculo no es como los de la casa, que no lleva la marca inconfundible del Lliure; a pesar de la escenografía de Puigserver.

Texto mal interpretado '

Pero Gorki no es tan sólo un mal Chejov. Es algo más. Y ese algo más, que en unas obras puede satisfacer más y en otras menos (y Los hijos del Sol es, en mi opinión, una de estas últimas), es la presencia del pueblo, de las masas, como se decía antes, de la lucha de clases. Y aquí, señora Portaceli, es donde mayormente me sorprende usted. Todo el desenlace de la obra, que es una auténtica revuelta urbana; todo ese san Bartolomé de los médicos de que habla Vitez, me lo deja usted en una pelea entre el cerrajero Egor y su amigo Troshin, por una parte, y la familia Protásov, sus amigos y su servidumbre, por la otra.

En resumidas cuentas, que esos hijos del Sol ni son un mal Chejov ni un Gorki a secas. Puede que la cosa esté todavía algo verde, pero, repito, mi opinión es de que no se domina el espectáculo, no se sabe qué hacer con el texto, o cómo hacerlo, y que los fallos -por llamarlos de alguna manera- de la dirección son francamente serios. Los hijos del Sol podrá ser una producción del Lliure, pero lo que seguramente no es, es ese producto al que el teatrillo de Gràcia nos tiene habitualmente acostumbrados.

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