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Antoni Tàpies: arte al servipúblico

Al cumplir los 60 años, Antoni Tapiés ha dado en Barcelona dos muestras de la vitalidad de su obra, una en la Fundación Maeght, donde sé recoge un conjunto antológico de su pintura última, y otra en la Fundación Miró, que recoge los carteles y otras contribuciones del artista a la expresión cotidiana. A esta última, que estará abierta hasta febrero, se refiere el comentario que publicamos.

Cuando todavía hoy oímos hablar a Tàpies de la influencia social que debe ejercer el arte y del acto de convencer con las ideas estéticas, mientras pone a nuestra consideración una obra reciente progresivamente más complacida, menos enfervorizada y palpable, de subterránea energía, uno se siente empujado a reencontrarse con un Tàpies, a pesar de todo imperecedero, aquel Tàpies que fue, hallando sus formas de expresión en el rechazo a una situación histórica, el Tàpies social y culturalmente formado en la defensa de un país y del hombre en libertad; y aún más remotamente con el pequeño Antoni creciendo en una familia donde, por herencias múltiples y por convivencia, todo e abocaba a desarrollar una personalidad inquieta ideológicamente, que no podría disociar de su actividad profesional.En su exposición de carteles volvemos a tomar conciencia clara de todo ello. Se nos ofrecen 20 años de un arte al servicio público, donde esta misma finalidad había de hacer más ostensible aquella actitud cívica y comunicativa que Tàpies ha reivindicado siempre para el arte. Pero no sólo la introduce en el mensaje directo y las temáticas declaradas ' sino ya antes.

En la misma aceptación de cada encargo se pueden reconstruir los hilos de una vida comprometida como trabajador de la cultura, tal como él se define en uno de los carteles.

La exposición se inicia cronológicamente con el cartel inaugural, algo tímido, del malogrado Museo de Arte Contemporáneo que el inquieto Alexander Cirici hizo posible en 1960. Primero muy esporádicamente, en los años sesenta, era todavía inviable la provocación, y después, en los setenta, como un incesante machacamiento de peticiones, reclamos, oposición y animación cultural, van sucediéndose uno tras otro los carteles tapianos como forma de ayuda y solidaridad activa a causas cívicas (en las que se ha puesto mayor énfasis en la muestra), la mayoría ligadas a las habituales historias de prohibición, persecución y denegación de permisos o relegaciones absurdas o lugares específicos, como la Iglesia exclusivamente en el caso del cartel de Justicia y Paz de 1975, todo ello muy frecuente en aquellos días de clandestinidad catalana que, como él mismo nos cuenta, muchas veces acababan en una "visita" a la comisaría para declarar.

Transgresión

El valor de estas formas de sensibilización pública está en que han sabido mantener el carácter de transgresión por encima del contenido informativo. Esto es, sobre todo, evidente en el frecuente tema de la bandera catalana y del binomio rojo / amarillo, cuya aparición se prodiga y alarga algo más en los carteles que en la obra pintada, estando presente aún en el inicio de la recuperación de las libertades nacionales. Este tema, que en 1952 surge en una pintura con un rígido diseño, en 1954 es ya un tímido intento de marca en rebeldía, y es este carácter de imprimación digital o de gran brochazo el que se irá manteniendo en los carteles como una tentación de la acción, que si tiene un valor testimonial también lo tiene de presencia en eterna formación, como sus otros signos.Pero el cartelismo de Tàpies es algo más que la tópica senyera. Es un raudal de fuerzas expresivas imponiendo sus dominios. Las letras emblemáticas (como la potente A meteórica del Congrés de Cultura Catalana de 1977), la pelea de palabras en lucha por un protagonismo que tiene mucho que ver con la vida real las huellas humanas, los signos incluso a veces descifrados aparte, la tachadura creativa, aquellas acciones destructoras que su mano convierte casi siempre en zarpazos de vida, en pulsiones de libertad que pasan por encima del sentido de anulación. Pero también es el Tàpies de las sutiles transformaciones (la mano-equis para un filme de Portabella de 1967), de los grafitos amorosos (para la exposición Caries per a la Teresa, de 1976), de pensamientos escritos (como la rúbrica Ara és démb para una semana popular de 1978), de una puerta monumental (en el gran cartel de una muestra suya en la galería Maeght de París).

Y en los últimos años es, como su otra obra, vacío valorado, aparición tránsfuga, economía explicativa para unos temas en general más específicos y menos locales. Destaquemos el cartel para la presentación de su libro con Pere Gimferrer en la galería- Joan Prats, en 1982, y Pourquoi philosopher encore?, del Centro Pompidou, en 1983. Su comunicación ha bajado la voz, está precisamente allí donde más se reserva.

En páginas de Opinión, en este número, artículo de Antonio Saura sobre la obra de Tàpies.

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