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Los colegiales y el teatro

El escándalo de los colegiales en el teatro María Guerrero no tiene nada que ver con la cuestión de la homosexualidad que se trata en la obra: la han tomado como pretexto. En el teatro Español, cuando se representaba La vida es sueño, bastaba con que la actriz pronunciase el primer verso, "Hipógrifo violento", para que los colegiales prorrumpieran en una gran carcajada. La prolongaban con el descubrimiento de Segismundo gimiendo el famoso "Ay, mísero de mí", que les parecía la cosa más cómica del año. Más de una vez ha tenido José Luis Gómez que interrumpir la representación y dirigirse al público infantil y sus aterrados profesores para explicarles la necesidad de un mínimo sentido de respeto. Recuerdo haber caído en una sala donde una compañía cubana interpretaba, y bien, Bodas de sangre exclusivamente para colegios. Los jóvenes culturizables, o culturandos, fumaban -de todo-, se metían mano -por todas partes-, saltaban por encima de las butacas y, sobre todo, se reían. El texto de Lorca y las situaciones de la tragedia les producía auténtica hilaridad.Es un suceso frecuente. Son indomeñables. La intención de las autoridades de dedicar representaciones a colegios, de facilitar entradas a precios reducidos sobre todo cuando la obra es clásica, fracasa diariamente. Es buena idea, y no funciona. Los actores se horrorizan cada vez que se les dice que en la sala hay colegios. Alfredol Alcón y sus compañeros han hecho bien en suspender su representación: no servía para los fines propuestos y hería su dignidad de comediantes, de trabajadores y de seres humanos.

¿De quién es la culpa? Quizá de una cierta actitud sociológica de los muy jóvenes de hoy, de un sentido de desprecio a la idea de cultura. Tal vez que el lenguaje de imágenes al que están acostumbrados -cine, serial, incluso anuncios en televisión- no tiene nada que ver con la sintaxis teatral. Sin duda porque no están suficientemente preparados en materias clásicas y humanísticas, y mucho más porque forma parte de nuestro tiempo la falta de respeto a los otros como rechazo a la educación.

¿Hay soluciones? Una es no llevar colegios, renunciar a esa misión en vista de la actitud de los caníbales con los misioneros. Otra, repartir los espectadores juveniles en funciones normales, con espectadores- normales, separándoles entre sí y llevando grupos pequeños. Pero quedará, la idea del teatro a la fuerza, que es mala para el teatro en lo inmediato y a la larga. Una tercera consiste en llevarles a ver el teatro que desean ver, el que pueda hablarles en su lenguaje, que es simplemente el lenguaje contemporáneo, lo cual no sólo les beneficiaría a ellos, sino también a sus mayores y al teatro en general. Pero primero habría que hacer ese teatro. ¿Y quién lo hace?

Aceptando y elogiando que los actores no quieran trabajar ante los pequeños espectadores levantiscos, habría que estudiar el fondo de la cuestión con más profundidad y no condenar simplemente a estos resistentes frente a la cultura clásica y oficial.

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