La cara oculta del Museo del Prado / 1
El Prado vive desde hace años -demasiados años- una situación agobiadora y limitante: las obras en curso. La larga, costosa y difícil obra de climatización total, que se inició en 1975 y que ha venido sufriendo retrasos, paralizaciones y dificultades multiplicadas, constituye una constante rémora para la vida diaria del museo y para su cómoda visita. La obligada zarabanda de lienzos de sala en sala, al hilo del avance de las obras, por la necesidad de mantener expuestas y accesibles las obras maestras, desconciertá y aturde al visitante habitual y sorprende ingratamente a quien lo visita por vez primera y encuentra obras capitales en instalacion el provisionales, forzadas por las circunstancias.Las obras, desgraciadamente, continúan, porque hay la decisiva voluntad de darles un impulso definitivo, doblando incluso los turnos de trabajo para concluirlas. Lo más positivo de lo hasta ahora realizado permanece oculto al visitante. Las salas de máquinas, que un día controlará la totalidad de las instalaciones de climatización, iluminación y seguridad del museo, están concluidas y constituyen ya objeto de visita y estudio para especialistas de todo el mundo. Buena parte de los almacenes y depósitos, dotados de toda clase de comodidades para su diario control y para la visita de investigadores y estudiosos, están también terminados. La biblioteca y ficheros de documentación, cuya dotación y uso ha aumentado considerablemente en los últimos tiempos, al admitir a su consulta licenciados y doctorados de todas las universidades, pueden ya equipararse a los de otros museos de análoga importancia.
Todos estos aspectos, con frecuencia desconocidos e insospechados al visitante que recorre las salas rebosantes de público apresurado, con los lienzos en un aparente desorden y con un número insuficiente de celadores, consituyen también el museo, y hay que anotarlos en la columna de su haber. Invisibles son también para el visitante el Gabinete Técnico -de tanta importancia para el estudio riguroso de lienzos, pigmentos y dibujo subyacente, capitales para la identificación de falsos y para precisiones de fecha-, y el taller de restauración, al que sólo se alude en ocasiones, y en tono de agria polémica, movida a veces por motivos muy subjetivos, cuando no por interesados rencores y rivalidades profesionales. La labor del taller del Prado, frente a,cuanto pueda aparecer si se escuchan solamente ciertas voces gritadoras, es en términos generales absolutamente ejemplar.
Estos últimos años se han producido algunos hechos que debieran llenar de satisfacción a todos, por no ser en modo alguno frecuentes. La restauración de ciertos lienzos, que han figurado en recientes exposiciones internacionales, ha sido cálida y unánimemente elogiada. Especialmente la realizada en los Greco, que fueron tratados para la gran exposición de 1982, ha producido admirada sorpresa, hasta el extremo de que uno de los más importantes museos americanos, poseedor de un importante lienzo del Greco, compafiero de uno de los restaurados, ha solicitado la colaboración de los miembros de nuestro taller para abordar la restauración del suyo. Igualmente la limpieza de los Murillo del museo de Sevilla, realizada en el Prado, con ocasión del centenario, fue considerada durante su exhibición en Londres como una de las más positivas labores realizadas en los últimos años y como factor fundamental en una mejor comprensión de la sensibilidad del pintor, que ha arrojado de sí, con la capa de repintes y barnices viejos ahora levantados, la impresión almibarada y untuosa que enturbiaba su imagen.
Otras muchas obras han ido recibiendo tratamiento estos años y se han ido incorporando a su lugar con otro nuevo rostro. De todo lo hecho hay abundante información documental, de carácter científico riguroso, a disposición de los profesionales que quieran consultarla.
Pero, por supuesto, un taller lo constituyen -junto a sus medios materiales- las personas que trabajan en él, y hay en el del Prado una circunstancia que lo hace especialmente vulnerable a cierta crítica. No se dispone de una normativa clara que permita la pública selección y la definitiva consolidación de sus miembros. El sistema de contratación ocasional, que quedó bloqueado hace años y que hace que sea la generosidad de instituciones, como ciertos bancos, la que financie determinados trabajos, ha creado suspicacias y recelos. La diferencia de calidad objetiva entre algunos de los trabajos realizados, objeto de justificadas críticas, ha obligado en algún caso a tomar decisiones que podrían y deberían obviarse con una normativa tajante.
Sería preciso dotar de una amplia plantilla de restauradores propia al Prado, con una adecuada retribución y convocar consursooposición para cubrirla. Podrían así consolidar su posición los más valiosos de los que ahora en él trabajan, y se podría dar entrada también a otros que no han tenido hasta ahora ocasión de mostrar su valer. Y, sobre todo, se eliminarían sombras y recelos, no por infundados menos vivos en la mente de todos.
Problemas de la conservación
Los problemas de la conservación de las obras son, como es lógico, los prioritarios en el museo, cuya,función primera ha de ser conservar para el futuro el tesoro recibido. Por ello, es preciso informar de la verdadera dimensión de esos problemas. Las reservas frente a las técnicas empleadas de antiguo en el Prado no son nuevas. Ya Richard Ford hablaba en 1847 de los repintes. que alteraban de modo descarado los cuadros del Museo Real. Esos repintes, entonces llamativos, se han incorporado a la imagen que el público de hoy guarda de las obras que los recibieron. Por ello, la limpieza actual, con el levantamiento de los repintes y el intento de recuperar la imagen original de esos lienzos o tablas, puede causar desconcierto al modificarse, de hecho, la imagen recibida. Y en ocasiones provoca reacciones airadas, que sólo se justifican por la ignorancia real de los datos del problema. Por ello, ante las intervenciones en obras capitales, se hace precisa una labor previa de estudio Y, diríamos, de advertencia al público de lo que va a suceden
Como se ha dicho las Hilanderas velázqueñas y las pinturas negras de Goya son quizá las más dañadas de cuantaáobraá maestras guarda el Prado. Una intervención que garantice su conservación es necesaria y va a emprenderse. Para ello, se ha preparado una reunión o simposio de especialistas de todo en mundo en la obra de estos artistas, tanto historiadores como restauradores con experiencia on problemas semejantes, que en el próximo noviembre, a modo de consulta de médicos, analizarán el estado real de las obras y fijarán los criterios de la intervención. Esto quiere decir que las obras en cuestión habrán de retirarse de la exposición por un período cuya duración ahora mismo es prematuro fijar.
A la vez, prepararnos una exposición de carácter didáctico que muestre la realidad de los hechos en el taller durante los últimos años, que, incluso con todas las reservas que la prudencia y el recelo puedan establecer, ha sido enormemente positiva.
Junto a la conservación de las piezas queda la forma de su exhibición. Aquí; el gusto personal y el afán polémico pueden -y lo han hecho- desatarse a placer. La museología no es una ciencia exacta y, como los usos todos de la vida ootidiana, no está tampoco exenta de modas. El Prado ha seguido siempre una política de mesura prudente, que le ha permitido, sin esforzarse en estar a la última, ir muy bien al, hilo de los tiempos, e incluso proporcionar modelos e inspiración a otros grandes museos.
Las reformas de los años veinte fueron modélicas en su tiempo. La elegante disposición y tapizado de sus salas fue imitado en Washington a la inauguración de su National Gallery, y un cierto tono de dignidad palaciega fue siempre atributo de un museo, que en gran parte era -no se olvide- la colección real.
Babelia
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