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El arzobispo de Santiago reprueba una manifestación de sacerdotes y religiosas

ENVIADO ESPECIALEl arzobispo de Santiago, Juan Francisco Fresno, reprobó en la noche del viernes -madrugada de ayer en España- la actitud de un centenar de sacerdotes y monjas que celebraron el miércoles una manifestación contra la tortura frente a un cuartel de la policía política, Central Nacional de Información (CNI). "Yo he dicho claramente", dijo, "que esas cosas no responden ni a sacerdotes ni a religiosas ni a personal consagrado, cuando tienen aspecto marcadamente político. Esto no es propio", agregó, "de quienes están al servicio de sus hermanos en lo que son casi cosas de Dios y en bien de su espíritu, de su provecho espiritual".

Llegaron caminando bajo la lluvia y, justo a la altura del edificio de ladrillos rojos de la CNI, se sentaron en la calzada mientras dos curas ataban a unas rejas, al pie del cuartel un lienzo en el que se podía leer: "Aquí se tortura un hombre". Apenas les dio tiempo a repartir algunas octavillas, más bien destinadas a los agentes de la policía política -"La tortura les está rebajando a ustedes. Dejen de torturar", rezaba el texto-, a unos transeúntes apresurados y visiblemente asustados por la posibilidad de verse involucrados en un incidente callejero.

Apenas les dio tiempo, porque los carabineros no tardaron en hacer su aparición conminando, primero, a los automovilistas bloqueados a que circulasen, aun a riesgo de atropellar a los religiosos sentados en el suelo. "No puedo avanzar porque los aplastaría", decía el conductor de una furgoneta de marca japonesa, que se sentía atrapado entre dos fuegos. "Ya se levantarán, y si no, peor para ellos" contestaba amenazador el policía militarizado.

Cuando los religiosos se estaban ya levantando, al tiempo que señalaban con el dedo índice la sede de la CNI y gritaban "Aquí se tortura", llegaron más carabineros, provistos esta vez de cascos y porras. En tono firme, pero correcto, les ordenaron que subiesen a un furgón policial que les condujo a la novena comisaría de Santiago.

Mientras entraban en el vehículo, un niño -tendría ocho o nueve años- tiraba de las chaquetas de los carabineros indiferentes, daba saltos hasta la altura de los cristales para tratar de ver a través de las rejas de protección el interior del furgón y, de tanto en tanto, con la voz entrecortada por los sollozos y la cara deformada por el llanto, gritaba: "Papá". Inmovilizada en la acera, sin saber cómo reaccionar, su madre rompió a llorar cuando arrancó el autobús en el que llevaban preso a su marido, e increpó a los periodistas allí presentes: '"Dígales que le bajen. ¿Qué le van a hacer? Nosotros no tenemos nada que ver. Él llevaba los paquetes. Estábamos comprando...".

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