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La extraña invalidez de los Miura

Plaza de Valencia. 31 de julio. Octava y última corrida de feria.Cinco toros de Eduardo Miura, discretos de presencia, inválidos, con nobleza excepcional Sexto, de Guardiola, manejable.

José Mari Manzanares. Pinchazo y estocada (algunos pitos y palmas). Pinchazo y estocada corta (oreja). José Antonio Campuzano, estocada baja. (Vuelta). Buena estocada (dos orejas y dos clamorosas vueltas al ruedo). El Soro. Bajonazo (aplausos y saludos). Estocada caída (ovación y saludos).

Ni los Miura son como ayer salieron en Valencia, ni tiene lógica la absoluta invalidez que mostraban los tres primeros. Algo les hacen a los toros. Aparecían los Miura encampanados, desafiantes, galopando con un brío espectacular, y a los tres minutos, se venían abajo.

Cuando saltaban a la arena eran la imagen del toro de lidia fuerte, sano, bien criado y con casta. Remataban en tablas con gran aparato y en las primeras embestidas seguían los engaños con feroz codicia. Y, de repente, claudicaban, doblaban los brazuelos, sacaban un palmo de lengua y se quedaban hechos un trapo.

El tiempo que tardaban en cambiar de toro bravo a bovina piltrafa podía anticiparse casi con exactitud matemática: unos tres minutines o así. Los Miuras son según la plaza donde se lidien.

Para mayor infortunio ganadero, el que abrió plaza se rompió el cuerno izquierdo al derrotar contra un burladero. Arrucita, con su capote siniestro, provocó el desaguisado. Santito era el toro, pues, a pesar del trauma derrochaba bondades por el pitón sano. Lo probó Manzanares, pero el público no le daba importancia y optó por abreviar.

El cuarto aún era mejor, un Miura de embestida excepcional, tan entregadito y noble, que ni Miura parecía. En ningún momento sacó a relucir ese sentido característico de la divisa, esa agilidad de cuello y derrote pronto que tanto temen los toreros.

Manzanares lo muleteó a placablemente construida e instrumentada con gusto. Quizá le sobró ese típico alivio del pico de la muleta, pero como contrapartida depuró el estilo, interpretó las o suertes con sentimiento y temple. Hubo, principalmente, unos redondos de alta escuela, erguida la figura, y al final se adornó con manoletinas, molinetes y ayudados. Al cabo de tantos años, Manazanares volvía a ser el "fino torero alicantino" y con Miuras; de dulce, pero Miuras al fin y al cabo.

El toreo al natural aún lo hizo mejor José Antonio Campuzano en el quinto, que también tenía nobleza y apenas se cayó. Adelantaba el engaño -"tome usted golosina"-, embarcaba con la panza de la muleta retardando el viaje -"cójala, si puede"-, remataba limpiamente detrás de la cadera -"lo siento, pero otra vez será"-.

Se está convirtiendo José Antonio Campuzano en un serio y fino mihurista, cuando los toros de leyenda salen nobles. La faena, aunque excesivamente larga, resultó hermosísima. El diestro de Gerena desgranaba naturales con arte y los ligaba al pase de pecho echándose todo el toro por delante. Ya había exprimido hasta la última embestida que tenía el Miura por el pitón izquierdo y entonces lo pasó en redondo, con suavidad, se adornó, hizo un desplante rodilla en tierra y, a volapié neto, hundió todo el acero por el hoyo de las agujas. En jerga taurina, diríamos que "armó el taco". Campuzano, lo mismo que ocurrió en Pamplona, se erige con esta faena en triunfador absoluto de la feria valenciana.

Su otro Miura había sido una ruina, que se pegaba costaladas a poco que le obligara a humillar el matador. También le toreó al natural con hondura y estilo, mas como no había enemigo, la faena apenas tuvo importancia.

El tercero saltó a la arena como un tren lanzado a toda marcha a la salida de un túnel. El Soro le dio dos emocionantes largas de rodillas y cuando se puso en pie la fiera le correspondió dándole un pitonazo terrible, en el que se llevó toda la bragueta por delante. Lo de dentro no, según pudo apreciarse con meridiana claridad, y su bamboleo daba fe de que allí permanecía. Luego, el mozo de espadas se lo volvió a poner a buen recaudo, cubriéndolo con esparadrapo.

Entonces fue cuando al Miura le entraron ansias de muerte, y no podía dar ni un paso. De manera que El S oro, aunque pendulaba el percal con la mejor intención del mundo, se quedó sin torear Miuras, pues ese estaba para el arrastre y al sexto lo habían cambiado por un Guardiola.

El diestro de Poyos aprovechó la feliz circunstancia para lucirse con las banderillas en un tercio tremendamente espectacular que puso al público en pie.

Sin embargo, no aprovechó el potable pitón izquierdo del toro. Vicente El Soro, que siempre bulle en los dos primeros tercios, en el último se suele venir abajo. Quizá con la muleta se siente inseguro y le sobrevienen crisis de confianza. Ayer no estaban justificadas, pues el Guardiola no le había dado motivos para tantas precauciones; ni siquiera con su presencia, ya que no la tenía excesiva. Tampoco la tuvieron los Miura, teniendo en cuenta la estampa habitual de esta ganadería. Estaba claro que venían preparados para figuras y salió bien la combinación, pero no del todo, pues José Antonio Campuzano, que estaba en el cartel como puesto por el ayuntamiento, fue el triunfador indiscutible.

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