_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La mediocridad y la cultura

En este país vivimos la cultura de los mediocres, hasta el punto que en Europa -como se sabe- el individuo español ocupa uno de los lugares más bajos en el orden de la formación intelectual y de lectura. No sólo se lee poco, sino que se desprecia toda cultura.La rémora viene de lejos, aunque ahora tampoco se arregla. En el régimen anterior -evidentemente criticado- se programaba al individuo que ya aparecía, en su más tierna infancia, como borrego consentidor. Se le infundía el espíritu gregario para que asintiese en la escuela. El lavado del cerebro era total; así que pasaba a mayor sin enterarse de otra cosa que de los resultados de fútbol en la Liga y en la Copa, cumpliendo con esquemas y convenciones; lo que se acrecentaba si en vez de haber ido a centros laicos se le había llevado a los de formación clerical.

Ciudadanos programados

Ahora los tiempos han cambiado: el ciudadano crece, como planta, en el campo de cultivo que le corresponde. Se desarrolla al mismo tiempo que se convierte en telespectador (abandonando la lectura) y, en ese plano, se le programa hasta las horas de siesta; ve lo que le echan y pierde el espíritu crítico. De seguir esto ¡así va a empezar la etapa inconfundible -e irreversible- que conduce a la castración absoluta, a la muerte espiritual, olvidando lo que dice Gabriel Celaya y es esto de que da miedo de que los muertos caminen por las calles.

¿Es que no se aprecia ya el fenómeno? Se nos ve -se les ve a todos- preparándonos para el Mundial y a los niños coleccionando cromos en los álbumes futboleros, repitiendo el nombre de las selecciones con los mayores imbuídos en su propia personalidad de miseria. Somos sólo técnicos o burócratas, patolera de cuartel o zaracatralla.

Se dirá que el panorama es sombrío y hasta exagerado, que nadie se revuelca tanto en el fango como el que habla de él tan a menudo. Que ahora vivimos en la democracia, ¡pues bendita sea mil veces en el terreno político!, pero, ¿y en el cultural?.

Basta leer los periódicos de mayor tirada en el territorio patrio: en la cuestión de opinión el paso hacia arriba es de gigante, el ciudadano corriente sabe esto a la perfección, otra cosa sucede con las páginas dedicadas al pensamiento y a la cultura, que sólo muy pocos pueden discernir y juzgar, ¡Dios mío, qué ramplonería!, a lo que se une la ambigüedad, el espíritu falsamente progresista que consiste en prescindir de perfeccionamientos y de elites.

Exigencia de mediocridad

Se habla de cultura popular y se promociona la novela del Coyote (por cierto, que esto último lo ha hecho últimamente Marsé), se dice que nadie puede vivir el privilegio, que la creación es siempre colectiva y nunca individual (que es de mayorías). Entonces, si es colectiva, ¿que pasa con la canción popular o con el baile? ¿es que todo el pueblo de Madrid, por ejemplo, se ha puesto a bailar de una sola vez y casi de pronto el chotis?, ¿y es que Darwin recogió los fundamentos de su Teoría del origen de las especies del propio pueblo?, ¿por qué esa exigencia de mediocridad?.

Se olvida que el concepto de amenidad depende sólo de la formación del lector, que la creación es inmoral por excelencia, es decir, que rompe con las normas generales colectivas, con el sentir general al que antecede, ¡mala cosa esta la de convertir al ciudadano en individuo gris y: poco personal! Orwell explicaba que todo el mundo era igual, "aunque hay algunos más iguales que otros".

Además hay también colectividades y colectividades, hay manipulaciones y multinacionales, hay un vacío de cultura, seudointelectuales y pedantes, y gentes que bostezan sin saber qué hacer en un medio de incultura (promocionada y responsable) en el que no puede existir progreso desde el momento que no se da libertad posible sin el bagaje obligado de los conocimientos necesarios. Incluso tampoco hay posible militancia en los partidos políticos. No vamos a descalabrar la sociedad para formar alcornoques o recitadores de poemas del no por eso menos respetable José María Pemán.

En otro caso va a ser mejor dimitir de este cochino mundo, jubilarse o irse a paseo, involucionar (no en el sentido político, sino en el biológico, esto que se entienda bien), transformarse en jabalí, en lagarto, en piedra simple o en árbol.

Gabriel García-Badell es novelista.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_