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Tribuna
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Irakere, sabor cubano en Madrid

Cuando Carlos Averhoff, saxo y presentador de Irakere, daba anteayer las gracias al público de la sala Olimpia por su calor, estaba refiriéndose, sin duda, a una valoración emocional, traducida para ese mismo público en un hecho físico lamentable. Claro que el calor de esta primera presentación de los cubanos en Madrid enmarcaba perfectamente sus ritmos salseros, sus divagaciones africanas, su jazz tórrido a más no poder. Parecía que, estábamos en el trópico, entre manglares y cocoteros, tal era el ambiente y la sofoquina.Irakere, digámoslo ya, son once músicos escogidos entre la flor y nata de los instrumentistas cubanos. Relativamente aislados de las corrientes internacionales después de la revolución (aunque no desinformados), han llegado a elaborar un repertorio sorprendentemente heterogéneo y ecléctico, que lo mismo recrea a Beethoven y a Debussy que convierte un son en pasto de improvisaciones trompeteras.

Por allí pasó todo tipo de música; pero, eso sí, con un factor común: la furia. Tras haber visto a Santana, lo de Irakere no resultaba cálido: era incandescente. Los percusionistas realizaban ritmos complicadísimos y frenéticos apoyados por bellas armonías del piano y una sección de vientos demoledora. Aquí, en los vientos, los agudos corrían el riesgo de convertirse en ultrasonidos, la sección toda funcionaba como un solo instrumento, el ataque parecía reclamar algún acto guerrero; en fin, una salvajada.

Pero una salvajada bella y matizada en ocasiones, una salvajada no molesta (a pesar del altísimo sonido), sino sencillamente intensa.

Frustrado homenaje a Marley

Lastimosamente, en aquel ambiente que invitaba a bailar, tal cual lo hizo un viejo y espontáneo panameño cuando tocaron un guaguancó, también hubo sus puntos débiles. Y éstos se centraron en el vocalista, Dionisio Valdés, cuyo concepto melódico resultaba allí antiguo, fuera de lugar y, lo que es peor, escasamente sabroso. Sólo cuando se metía en ritmos africanos parecía encontrar su centro.

Y también en el seno de tanto gozo hubo su opuesto: la vergüenza ajena. Ocurrió cuando Irakere nos anunció un reggae en homenaje al difundo Bob Marley, realizado sobre la base rítmica de Rastaman Vibration. Aquello fue, como poco, deleznable; pero no es cosa de insistir en ello, sino rogar a los dioses que no vuelvan a interpretar semejante atentado. Por lo demás y a pesar de estas dos lagunas, el concierto de Irakere fue una de las bellísimas sorpresas que el público madrileño ha encontrado tras las vacaciones. Ayer actuaron en Torrejón (pueblo, no base), y luego vuelven a Cuba. Es bueno que partan sabiendo que se les espera de nuevo.

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