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Estados Unidos no tolerará por más tiempo las dudas de sus aliados sobre cuestiones de defensa

Soledad Gallego-Díaz

Estados Unidos y sus aliados europeos no se ponen de acuerdo sobre la oportunidad y urgencia de las conversaciones con la Unión Soviética para el control de armamento nuclear de alcance medio, es decir, los famosos euromisiles y sus oponentes los SS-20. Los ministros de Defensa de los trece países miembros del grupo de planes nucleares de la Alianza Atlántica -todos, excepto Francia e Islandia- iniciaron ayer en Bonn una reunión de dos días para discutir estas diferencias. En su primera intervención ante sus colegas de este lado del Atlántico, el secretario de Defensa norteamericano, Caspar Weinberger, advirtió que «la opinión pública estadounidense no está dispuesta a tolerar por más tiempo las dudas de sus aliados en cuestiones de defensa».

Weinberger lanzó la teoría de que durante el período de la guerra fría ( 1950) el equilibrio de fuerza Este-Oeste había sido más satisfactorio que en la llamada era de la distensión. Por su parte, el canciller federal alemán, Helmut Schmidt, replicó duramente al representante norteamericano.Weinberger -primer algo funcionario de la Administración Reagan que asiste a una reunión en el seno de la OTAN- dijo que desde 1963, cuando empezaron las negociaciones con Moscú sobre armamento estratégico, la Unión Soviética ha aumentado su presupuesto militar de 40.000 millones de dólares a 70.000 millones (es decir, de casi 3,5 billones de pesetas a seis billones). «Si esto es progresar, nosotros no queremos el progreso», advirtió.

La dura posición del responsable de Defensa estadounidense preocupa a sus aliados, y muy fundamentalmente a la República Federal de Alemania, Holanda y Bélgica, los tres países en los que existe un movimiento popular de contestación pacifista más fuerte. Ayer mismo, por ejemplo, los ministros de Defensa tuvieron dificultades para acceder a la sede de su reunión, porque un grupo de mujeres, con niños, había conseguido realizar una sentada frente a la puerta principal.

Las tropas que vigilan, con perros, el Ministerio Federal de Defensa no intervinieron, pero la policía tuvo que llevarse, una a una, a las más de trescientas mujeres que gritaban «¡Desarme, desarme!», arrojaban bolsas de arena y exhibían pancartas contra la «planificación del genocidio europeo».

La noche anterior, otro numeroso grupo de manifestantes abucheó frente al Ayuntamiento viejo a los responsables de la defensa occidental. Weinberger, blanco de todos los gritos, se limitó a decir: «Me alegro de verles aquí. Si no reforzamos nuestro armamento nuclear, no podrán disfrutar de ese privilegio durante mucho tiempo».

Los europeos intentan arrancar a Washington un compromiso, firme de continuar las negociaciones con Moscú este mismo año. El propio canciller Helmut Schmidt señaló ayer, en unas declaraciones a la Prensa, que si la conversaciones de Ginebra no se reanudaban en otoño lo más tarde, existirían problemas con la opinión pública de la RFA y en las relaciones con Estados Unidos.

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El secretario de Defensa estadounidense no parece haberse dejado impresionar, ni por esta afirmación ni por el anuncio de la próxima visita de Breznev a Bonn. Bien al contrario, aprovechó su llegada a la capital federal para insinuar que no tiene sentido hablar de diálogo o de control de armamento mientras la URSS continúe su política de intimidación en Polonia.

Posteriormente, frente a sus colegas europeos, Weinberger advirtió muy seriamente que Washington está harto de las dudas europeas. «Si nuestro esfuerzo no es seguido por nuestros aliados, frente a un peligro que es común -amenazó suavemente-, perderemos el apoyo de la opinión pública de mi país, que tanto nos ha costado ganar». El secretario de Defensa pidió a los europeos que lancen una campaña de educación del pueblo que ayude a sensibilizarlo frente a los problemas de defensa. Y apostilló que hacían falta para ello «políticos con visión y valentía».

Ante todas las preguntas planteadas por sus colegas sobre la nueva línea de Washington en cuanto a las relaciones Este-Oeste, Caspar Weinberger parece haberse limitado a señalar que continúan a favor de las negociaciones con Moscú, pero con una agenda concreta, sin precisar en absoluto cuáles son sus intenciones inmediatas al respecto. Weinberger afirma que la Administración Reagan está todavía estudiando cuál será su posición frente a determinadas cuestiones de desarme.

Problema de tiempo

Tiempo es, precisamente, lo que no quiere dar el canciller Schmidt, para quien el acuerdo aliado de diciembre de 1979 tenía dos caras: la instalación de los euromisiles y la apertura de negociaciones con la URSS. Sobre esta base consiguió que su partido y el Parlamento dieran luz verde al proyecto Cruise y Pershing 2, pero ahora los aliados comprueban que Washington, que sigue presionando para lograr que en 1983 estén desplegados los 575 euromisiles, no tiene la misma prisa para discutir con la Unión Soviética. Hace falta antes, parece mantener Reagan, que la relación de fuerzas nucleares entre ambos bloques haya mejorado.

El canciller Schmidt aprovechó el almuerzo ofrecido a los trece ministros de Defensa para lanzar dos claras advertencias a Estados Unidos y a la Unión Soviética. A los primeros les recordó que «quien cuestione la decisión dual del pasado mes de diciembre de 1979, o cualquiera de sus elementos, en la presente situación internacional, cuestiona la alianza atlántica en su conjunto». Schmidt se alegró ante la decisión de Washington de reasumir el liderazgo de Occidente, pero precisó que ese liderazgo era sólo posible con la cooperación de Canadá y de los países aliados europeos, y que la presencia norteamericana en Europa era esencial «no sólo para Europa occidental, sino también para ese papel de poder mundial que desempeña Estados Unidos».

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