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Festival de Eurovision, penitencia continental

Si algo tiene el Festival de Eurovisión es su necesidad. Fatalmente, y esta noche en Dublín, el festival es desde hace años una de las formas más seguras para comprobar el paso del tiempo y para estudiar, paradójicamente, cómo el tiempo no pasa. En el festival se confunden pasado, presente y futuro, como si su devenir no estuviera sujeto a las contingencias que nos asaltan al común de los mortales.El asunto comenzó hortera y se ha mantenido así con un empecinamiento digno de una mula charra. Como si tuviera miedo a lograr alguna vez cotas de calidad mínima, pero seguramente irrepetibles, el Festival de Eurovisión une a los europeos (y asimilados) por el lado más casposo de nuestra cultura. Es una especie de penitencia continental que nos proponemos todos los años para exorcizar lo peor que llevamos dentro, lo más cutre, lo más ramplón. Este ejercicio de humildad nos viene bien cuando tanto hablamos de cultura milenaria, cuando despreciamos a otros pueblos y comunidades por su falta de buen gusto: nosotros no estamos, a la vista está, libres de pecado.

Sólo que nuestro pecado, el hispano, es mortal. Un tal Bacchelli, joven tan desconocido que su casa discográfica se ve obligada a otorgarle graciosos éxitos suramericanos (fácil recurso que suele ser lamentable mentira), nos va a representar. El chico, con su aspecto definitivamente blando y su estilo semejante a Camilo Sesto, consigue que en este país nos vayamos de viaje al pasado. Por poco dinero, los españoles observaremos complacidos o irritados cómo para nosotros la vida sigue igual. Un planteamiento ambiguo y, políticamente, de preocupar. Porque esta presencia infamante ¿significa que no hemos cambiado y, por tanto, la democracia nada implica? o, más bien, ¿quiere decir que no hemos cambiado y seguimos conservando nuestros más caros valores? Demócratas e involucionistas estarán contentos: hay interpretaciones para todos los gustos.

Lo cierto es que, si bien lo de Bacchelli no tiene nombre pronuncIable, se dan en su persona algunas características notables. "Véase si no el télex que nos llega desde Dublín y en el cual nuestro representante (seamos solidarios) manifiesta a Efe cosas de tanta enjundia como: «Muchos intérpretes y delegados extranjeros se asombran de mi estatura. Creo que soy uno de los cantantes más altos del festival y está bien para demostrar que los españoles no tienen por qué ser necesariamente más bajos y gruesos que los demás y, desde luego, procuraré dejar a mi país a la misma altura»

Esto es, que la próxima vez hemos de llevar a Rullán o a Santillana: el asombro será enorme porque, a cambio, la canción Y sólo tú es un bodrio de tal calibre que uno de los jurados que participó en su selección (creo recordar que el director, de una emisora gallega de Radio Popular) lanzó a los aires su repudio, ante lo que él calificaba como lamentable e indigno de representar nuestro país. Plagio o no plagio, Y sólo tú es un canto a la vulgaridad sentimental, pero esto es algo que todo el mundo habrá pensado nada más ver al chico en esa discoteca tan moderna rodeado de gente que a duras penas intenta bailar lo imbailable.

Esta noche, Joyce se revolverá en su tumba, pero no de asco, como podría pensarse, sino por haber perdido la ocasión de integrar en Ulyses la visión surreal de veinte países de variada dignidad haciendo el oso a través de unas canciones que chocarán con una previsible huelga de periodistas y presentadores irlandeses. La huelga es por motivos laborales, pero, qué duda cabe, nuestros compañeros del arpa y el trébol tratan, además, de hacernos un favor: evitarnos el bochorno.

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