Un Lerroux financiero y la sabiduría de la sencillez
Con la proyección de La banquera, película de Francis Girod, interpretada por Roiny Schneider, Jean-Louis Trintignant, Jacques Fabri y Jean-Claude Brialy, se inauguró el pasado sábado la 28ª edición del Festival de Cine de San Sebastián, una edición que inicialmente parecía difícil de llevarse a cabo, por la retirada de la calificación «A» por parte de la Federación Internacional de Productores Cinematográficos y que, sin embargo, no parece desmerecer las ediciones anteriores. Quizá la diferencia más notable con respecto al año pasado sea la ausencia de reuniones, coloquios o conferencias teóricas sobre el cine, mejorando, en cambio, la selección de largometrajes.La banquera, de Francis Girod, es, en primer lugar, una película francesa que se soporta en su totalidad, matiz importante si se recuerdan las desbandadas de cinéfilos en las proyecciones del pasado Festival de Cannes, en donde películas como Loulou o el último Godar -por no citar al Tavernier- convertían la gran sala en un campo de tránsfugas. Película de importantes costes económicos, con una ambientación del París de los años treinta muy cuidada y una realización más digna, narra la irresistible ascensión de madame Eckhertn, hija de sombrereros, que consigue crear una banca con el apoyo incondicional de la pequeña burguesía. Su éxito se basó en algo elemental: ofrecer el 8% de interés en lugar del 1% ó 1,5% que ofrecía la banca tradicional, banca que, en definitiva, conseguirá su destrucción. La pequeña burguesía se quedará sin su Lerroux femenino y financiero, pero ya nada seguirá, igual en el mundo de los intereses oligárquicos.
A ello hay que añadir una estupenda interpretación de sus protagonistas y la crudeza con que se muestra la supeditación de la justicia a los intereses de los poderosos. En La banquera interviene como entidad coproductora la televisión francesa. Una vez más, se muestra y demuestra cómo la televisión y el cine pueden aunar esfuerzos, salvo en España, en donde todo parece más difícil, por no decir mezquino.
El domingo se proyectaron dos películas en la sección oficial: Con el culo al aire, de Carles Mira -filme que se exhibe en la - actualidad en Madrid-, y la canadiense Fobia, realizada por John Huston y presentada en el último festival de Venecia.
En Con el culo al aire, segundo largometraje de su director en el que vuelve a trabajar Ovidi Montllor como protagonista, se da una particular visión de España y su historia a través de un selecto grupo de miembros de un manicomio y con el esperpento como método estético y conceptual. Película que intenta integrarse en lo que se suele llamar cultura popular, sólo el tiempo -y los espectadores- dirán si consigue sus objetivos.
Fobia, del veterano Huston, realizada a los 73 años de edad y convertida en la película número 32 de su realizador, nos muestra a un director que rebosa vitalidad. Realizada impecablemente, no acabamos de entender el porqué de su fría acogida en Venecia, salvo que el talento para narrar una historia negra sea algo despreciado en la actualidad. El cine canadiense parece más que dispuesto a captar para sus producciones a lo más interesante del cine norteamericano. A la película de Huston hay que unir el último largometraje de Dennis Hooper, Out of the blue, producido y realizado también en dicho país. La historia de un psiquiatra que experimenta un nuevo método de curación con cinco presidiarios contiene todos los elementos clásicos de las historias negras: ambigüedad moral, rechazo de lo establecido, acción y violencia. En cada fotograma de esta película hay más acción que en muchos largometrajes completos. Si el cine es contar historias, Huston cuenta cinco en una sola película y con una naturalidad y sencillez a la que sólo consiguen llegar quienes dominan el medio expresivo con el que suelen trabajar.
