_
_
_
_
Entrevista:

"Nunca he sido un aventurero, como Fidel Castro quiso hacer creer"

«Nunca he dejado de ser revolucionario. Desde que empecé a pensar, en la adolescencia, soy revolucionario. Y moriré siendo revolucionario. El tiempo ha demostrado la falsedad que Fidel Castro quiso divulgar de mí, presentándome como un aventurero, como una persona sin escrúpulos, ambiciosa de poder. Soy un revolucionario, porque me identifico con la libertad, con la justicia, el progreso y la causa de la Humanidad. Y, en mi caso, sentirme revolucionario significa, además, sentirme identificado con la causa de la libertad de todos los pueblos latinoamericanos», afirma Malos.Pregunta. Usted se separó de la revolución cubana, y eso parece que le ha hecho pasar veinte años en la cárcel. ¿Por qué se produjo esa separación?

Respuesta. De entrada, debo decir que mi prisión supuso una gran injusticia. Por varias razones: por el juicio en sí y por el hecho de que se arroje a una celda a un hombre calumniado, difamado, vejado, sin posibilidad de defensa. Las razones que me impulsaron a separarme de la revolución son sencillas: luchamos, llegamos al poder, tras derrotar a la dictadura de Batista. Habíamos prometido al pueblo libertad, y a la nación, soberanía e independencia. Habíamos prometido también algunas otras cosas hermosas, como reforma agraria, industrialización, alfabetización, todo un programa de justicia social y progreso. Pero el desarrollo de la revolución tomó un pulso distinto de lo prometido. Yo me mantenía completamente leal, completamente fiel a los ideales iniciales. Y no estaba, en modo alguno, conforme con que nuestra revolución se desnaturalizase, con que nuestro país se convirtiera en un eco, en una dependencia de la Unión Soviética.

P. ¿Cómo comunicó su decisión a Castro? ¿En qué circunstancias lo detuvieron?

R. Decidí apartarme de las filas revolucionarias antes de que la desviación fuese un hecho visible, real. Había ido viendo determinados signos que me alertaron, hasta que para mí fue claro que no podría seguir defendiendo algo que iba en contra de mis ideales. Así que solicité mi licenciamiento y expliqué a Castro, en una carta privada, las razones que me hablan llevado a mi irrevocable decisión. Después de una terrible madrugada, en la que me acusaron de toda clase de delitos, de vicios, de complots, me arrestaron. Luego, Fidel montó una parodia de juicio, nombrando directamente a los jueces entre sus más directos e inmediatos colaboradores, y actuando personalmente como principal testigo de acusación. Con la sentencia dictada, y ya en prisión, tuve que encarar lo que representaba la injusticia, las ofensas y las perspectivas de arbitrariedad, malos tratos y atropellos que me esperaban.

P. ¿Cómo ha soportado estos años?

R. Puedo decirle categóricamente que mi espíritu no flaqueó en ningún momento, ni mi ánimo se tambaleó nunca. Creo ser un hombre de principios, y que el tiempo ha demostrado que no soy un aventurero, como Castro quiso hacer creer. Cuando el hombre tiene formación, criterios, convicciones, y es capaz de ser leal a principios puede soportar cualquier prueba, por dura que sea. Por eso salgo de la cárcel, después de cumplir, hora tras hora, los veinte años de mi condena, con la satisfacción de saber que el tiempo ha probado que el verdadero traidor de la revolución cubana es Fidel Castro, y que en mi caso no hubo más que lealtad a los principios y a los basamentos doctrinales formulados en los días en que luchábamos en sierra Maestra. Estoy viejo, maltratado física y moralmente, pero entero, con la certeza de haber cumplido con mi deber.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

P. ¿Le presionaron para que abandonara su postura?

R. A los pocos días de estar en prisión hubo un intento de chantaje. Me dijeron que si guardaba silencio y aceptaba los cargos que se me habían hecho, podría irme a casa. Reaccioné de un modo casi violento. Dije a los emisarios que comunicaran a Castro que si quería comprar mi silencio tendría que fusilarme cien veces. Luego usaron el castigo, la incomunicación, como procedimientos para ablandarme. De los veinte años de cárcel he pasado, en total, dieciséis incomunicado. Estuve una vez más de siete años sin recibir una sola visita. Luego pasé otro año aislado y desnudo. En otra ocasión estuve más de doce meses sin ver el sol, encerrado en un pequeño cuarto de cemento. Me golpearon en muchas ocasiones, y me negaron asistencia médica. Tengo un brazo semiinválido por ello. De todas estas vivencias guardo algún material, que pretendo trasladar a un libro. Muchas veces requisaron mis notas, pero lo que no se pudieron llevar fueron mis recuerdos.

P. Hace unos días, en una rueda de prensa, dijo usted que si Camilo Cienfuegos no hubiera muerto su juicio habría sido justo.

R. No fue esa una afirmación categórica. Pienso que, a pesar de sus declaraciones en mi contra, la actitud de Camilo fue una táctica. Cuando fue a arrestarme (y Castro, le envió a él porque sabía que nuestras relaciones eran buenas, y que eso eliminaría conflictos) se disculpó conmigo. «Chico, mira, me mandan a esto», me dijo. Tengo la intuición de que si Camilo hubiera seguido vivo habría hecho algún esfuerzo para que yo tuviera un juicio justo.

P. ¿Tiene usted alguna teoría sobre la muerte de Cienfuegos?

R. En el libro que pienso escribir voy a explicar mi criterio sobre esa muerte. Y anticipo desde ahora que se trata sólo de un criterio.

P. ¿No podría ser un poco más explícito sobre este tema?

R. Lo siento. Sólo puedo añadir que lamenté mucho la muerte de Camilo.

P. Muchas personas sostienen la teoría de que, si Estados Unidos hubiese ayudado a Castro en los primeros días de la revolución, el régimen no se habría desviado hacia la órbita soviética. ¿Qué piensa usted sobre, esto?

R. Esa es una apreciación peregrina, carente de base. Le puedo afirmar con autoridad, por mi conocimiento de Castro y de sus colaboradores, que el Gobierno de Eisenhower fue totalmente ajeno al rumbo que tomó la revolución. Castro planificó su traición, su entrega de la independencia y soberanía cubana con miras a perpetuarse, a eternizarse en el poder. Ni siquiera admito que Castro sea comunista. Fidel es un gran simulador, un gran actor. Engañó, usó la trampa, el juego sucio, para mantenerse en el poder. Nada que hubiesen hecho los americanos habría cambiado el curso traidor que dio Castro a la revolución cubana. El bloqueo, el aislamiento internacional no fueron más que consecuencias de aquella actitud. No se puede justificar, ni dialécticamente ni históricamente, el camino de la revolución cubana por la actitud de los países de América de darle la espalda a Cuba. «Si Castro hubiese nacido unos años antes, cuando el fascismo estaba de moda en muchos países de Europa, le habríamos visto encuadrado en el campo del fascismo. Fidel es un comunista de conveniencia, incapaz de enfrentarse a una estructura democrática, que exigiría alternabilidad en el poder. Castro no es más que un mayoral, que disfruta las posesiones cubanas de los verdaderos dueños que están en Moscú.

P. Usted afirma haber sufrido torturas y persecuciones durante sus veinte años de cárcel ¿Teme usted ahora por su vida?

R. No me gusta el vocablo temer. Lo que sí creo es que del mismo modo que trataron de triturarme en la prisión, y no lo consiguieron, de la misma forma que trataron de retenerme y no lo lograron, Fidel puede ahora abrigar la esperanza de hacerme balear en cualquier ciudad. Pero eso no me va a detener, voy a viajar, voy a decir lo que creo que debo decir. Fui combatiente, y no le tengo miedo al plomo. Y si me atacan, que aseguren el tiro, porque estoy dispuesto a responder.

P. En Centroamérica, en América Latina hay pueblos que viven en la explotación, la miseria y el atraso. ¿Cree usted que estos problemas pueden resolverse mediante la democracia parlamentaria como fórmula política?

R. Cada pueblo tiene sus condiciones específicas, y no se puede hablar en abstracto de fórmulas generales válidas para todos. Hay valores que sí son comunes, como la justicia, la libertad, el progreso. Lo que sirve en Estados Unidos no vale en Paraguay, Argentina no se parece a Haití. Hay que tener en cuenta, pues, las peculiaridades de cada pueblo. En España, por ejemplo, estamos asistiendo a un hecho que aquí no se podría haber repetido: después de una larga dictadura, después de una noche negra, una monarquía constitucional consigue encaminar al país por las vías de la democracia. Esa evolución habría sido imposible en América Latina.

P. Usted se considera un luchador. ¿Cómo planea ayudar a su pueblo?

R. Mi primer deber es conseguir, con la ayuda de todo el mundo, la libertad de muchos compañeros que han quedado presos. Ese es un compromiso moral insoslayable. Permítame que le hable de un caso muy particular. Hay un preso, llamado Silvino Rodríguez Barrientos, por cuya vida estamos temiendo muchos de nosotros. Este compañero ha mantenido siempre una frontal posición contra Castro. Cuando estaba a punto de cumplir su sentencia de doce años de cárcel, le condenaron a estar en prisión otros nueve más. Le acusaron de «conspirar»; es, además, un activista católico. Y eso es un grave delito en Cuba. Mantener la fe, la convicción religiosa, celebrar alguna fiesta católica, poner un arbolito de Navidad, aunque sea con el palo de una escoba, se castiga. En una ocasión le dieron una enorme paliza por no querer desprenderse de un crucifijo. Ahora le han amenazado con matarle. Hace algún tiempo trataron de hacerlo en mi presencia, pero pudimos evitarlo. Debo pedir que, el hecho de señalar la especialísima situación de un compañero en peligro, no diluya el esfuerzo que corresponde hacer por todos los presos políticos cubanos. Quedan muchos con doce, trece, dieciséis años de condena. Si su situación no se resuelve pronto, puede haber muchos muertos, muchos locos. Son muchos los que no soportan las condiciones de vida de las cárceles cubanas y pierden la razón.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_