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Reportaje:La cultura española y los cambios políticos/ 2

El papel de la Generalitat

El papel cultural de la Generalitat provisional de Cataluña ha sido decepcionante desde su implantación. No ha contribuido a que la restauración de la democracia fuera un cauce para que la vida intelectual catalana floreciera. En la segunda parte de su informe, que comenzamos a publicar ayer, detalla las frustraciones que a lo largo de este tiempo ha padecido la cultura de aquella zona de España. Según él, estas frustraciones proceden, sobre todo, del escaso interés que el presidente Tárradellas muestra por los referidos temas.

El tema de la lengua y la cultura ha sido aquel en el que la política de la Generalitat provisional de Cataluña ha batido sus propios récords de decepción y frustración, con relación a lo que de ella esperaban los medios culturales catalanes. Bajo la dirección nominal de un consejero sin especial conocimiento de la cuestión y con casi nula experiencia en este campo, el presidente de la Generalitat ha podido obrar, respecto a este tema, sin que nadie pudiese contrarrestar sus sorprendentes actitudes.Dos notas genéricas permiten centrar la postura de Tarradellas con relación a1a lengua y cultura catalanas. En primer lugar, la utilización de ambas como contrapartida para sus deseos de preeminencia personal, con el consiguiente beneficio para la lengua y cultura castellanas. En segundo lugar, su radical falta de aprecio -por decirlo en palabra moderadas- por la, labor realizada, con grandes dificultades, por Omnium Cultural y el Instituto d'Estudis Catalans, bajo el franquismo.

Respecto al primer punto, la nota más destacada fue la postura de Tarradellas -explicitada muy pocos meses después de su regreso del exilio- en favor de la mera opcionalidad de la enseñanza de la lengua catalana. Fueron los parlamentarios catalanes, como informó entonces detalladamente EL PAIS, quienes en negociación, directa con Adolfo Suárez lograron que el decreto sobre la enseñanza del catalán partiera de la oficialidad de ésta, y no de su simple opcionalidad como proponía Tarradellas.

Aquella ley fue, pues, para la lengua catalana, extremadamente positiva, gracias a Adolfo Suárez y a los parlamentarios catalanes, y pese a Tarradellas. Pero su desarrollo reglamentario y su aplicación práctica han sido y son deficientes en grado sumo. Lo que haga o deje de hacer a este respecto la Generalitat será la auténtica piedra de toque que permita ver si el actual retroceso cultural y lingüistico es o no definitivo.

Para detallar el segundo punto de interés antes indicado, es preciso remontarse a las duras acusaciones formuladas contra Omnium Cultural por Tarradellas desde el exilio, en la década de los sesenta. Las acusaciones eran unas veces de comunismo y otras de franquismo. «¿Hemos de continuar, por tanto, aceptando con silencio», escribía Tarradellas el 3 de septiembre de 1969 en una carta divulgada entre cientos de personas, «la política contraria a la unidad y de provocación de Omnium Cultural? ¿Nos tenemos que someter a los propósitos del Partido Comunista de España? Por mi parte, sabed que, sin ninguna vacilación, digo no. » Poco después, en otra carta de 6 de diciembre del mismo año, Tarradellas acusa a los dirigentes de dicha entidad de nada menos que de «difamación contra el presidente Companys», agregando que presentará una querella criminal, cosa que, desde luego, no hizo.

Omnium Cultural era entonces y continúa siendo, ahora una simple asociación privada, con más de 20.000 socios, que, gracias a las aportaciones de éstos, financiaba bajo el franquismo la enseñanza de la lengua catalana, así Como el citado Institut, y continúa financiando, junto con las editoriales catalanas, los principales premios literarios en lengua vernácula. También financia agrupaciones de carácter folklórico: su carácter es marcadamente conservador -sus dirigentes son grandes y medianos industriales- y su temor a la política es evidente. Pese a todo ello, y además de los ataques de Tarradellas -que veía cómo el dinero utilizado en esta labor no pasaba por sus manos-, Omnium Cultural fue clausurada por el franquismo durante varios meses, en la década de los sesenta.

Referencia específica merece el Institut d'Estudis Catalans, creado en 1907 sobre el modelo del Institut Francés, es decir, como culminación de las diferentes academias. Su principal misión es la de normalizar la lengua catalana, mediante la puesta al día del Diccionario general de la lengua catalana que redactara Pompeu Fabra.

Bajo el franquismo el Institut quedó en la más pura ilegalidad. Omnium Cultural, al nacer bajo el franquismo tardío, pudo ayudarlo económicamente. Juan Antonio Samaranch, a principios de los setenta, encargó a su directo colaborador y actual diputado de UCD, Marcelino Moreta, la entonces difícil labor de volver a poner el Institut bajo los auspicios de la Diputación de Barcelona, desde donde lo había creado Prat de la Riba.

La labor de Samaranch fue un éxito, uno de los más encomiables de su presidencia de la Diputación. Pero Tarradellas no ha continuado por el mismo camino y, pese al largo tiempo transcurrido, aún está pendiente de solución la integración en la Diputación o, la Generalitat del escaso personal del Institut, así como incluso la situación personal del propio secretario perpetuo. Este punto es uno de los más escandalosos del mundo cultural oficial. Es, además, algo que circula de boca en boca, pero que nadie se atreve a denunciar.

No menos escandalosa es la sistemática ausencia de Tarradellas de las principales -y únicas- fiestas literarias que anualmente organiza Omnium Cultural. Ausencia que contrasta con su asistencia al Premio Planeta y a los demás premios destinados a galardonar obras en lengua castellana.

Ante estos hechos, los hombres de la cultura catalana, que ingenuamente y durante años habían soñado en que autonomía política y florecimiento cultural irían parejos, están ausolutamente desconcertados. Su próximo paso será el pasotismo, el abandono de su vocación, o bien hacer como Sísifo y volver a subir la piedra, con la esperanza de que la próxima vez ésta no caerá o, por lo menos, no será empujada por quien debería sostenerla.

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