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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El Ballet de la Opera de París, un prestigio vigente

Marius Petipa es figura fundamental en la historia del «ballet» romántico; en el contemporáneo se prolonga la influencia de este hombre nacido en 1822 y muerto al finalizar la primera década del siglo XX. Precisamente del encuentro de Petipa y Tschaikowsky nace el primer gran capítulo en la historia del «ballet ruso»: La bella durmiente del bosque. Ahora, la Opera de París ha presentado en Madrid la pieza, según coreografía de Petipa, o sea, la original, modificada y revisada por la gran Alicia Alonso.Con Petipa, el mundo del «ballet» se libera de no pocos convencionalismos y servidumbres. Para empezar, la música recupera el puesto importante que había tenido en la Francia de Rameau y de Lully, pero con nuevos modos de expresión romántica. Si se piensa que obras absolutamente geniales en su género, como las de Tschaikowsky, vinieron a reemplazar músicas pobres, tal las de un Minku o un Pugni, puede medirse el papel desempeñado por el autor de Eugenio Onieguin en el campo de la danza. Esta se torna visión rítmica y géstica, expresión corporal de la música cuando anteriormente los pentagramas venían siendo algo así como la humilde sirvienta de la coreografía. Brillan las personalidades individuales, se acrecienta el papel del bailarín, se tiende hacia una continuidad orgánica y narrativa, buen reflejo de la ópera. De todo ello es gran ejemplo La bella durmiente, que, en su versión completa, en un prólogo y tres actos, París no conoce hasta 1974, cuando fue presentada en el Palacio Garnier, con los mismos protagonistas que acabamos de aplaudir en Madrid: Nöella Pontois y Cyril Atanassoff. Para aumentar la significación de La bella durmiente en la historia «balletística» recordaremos que fue presenciando esta obra cuando nacen en el espíritu de Serge Diaghilew unas inquietudes que acabarían convirtiéndolo en el gran promotor del «ballet ruso» y, también, arruinándolo después del triunfo artístico y quebranto económico de La bella durmiente, en el Alhabra londinense, el año 1921.

Palacio de los Deportes

Ballet de la Opera de París. Directora: Violette Verdy. La bella durmiente del bosque, de Vsevolojsli, sobre Perrault, música de Tschaikowsky. Intérpretes principales: Claude Vulpian, Georges Piletta, Noella Pontois, Ciril Atanassoff, Florence Clerc y Patrice Bart. 15 a 19 dejunio.

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Datos humanos, técnicos y administrativos
Un espectáculo antiguo para una mirada nueva

Nöel Pontois se sitúa, por derecho propio, en la línea de las grandes Auroras, entre las que se recuerdan, con Karsavina, la Fonteyn, Ivette Chauviré, Rosella Hightower o Alicia Alonso. La Pontois posee, además de una seguridad asombrosa, una agilidad aérea, una suspensión admirable y una armonía en pasos y gestos fuera de lo común, el espíritu reposado, sereno, de los intérpretes egregios. Es una danzarina melódica, yo diría que incluso lírica, en la que expresividad y contención, libertad y control, se equilibran en una línea de continuidad enormemente bella. En cuanto a Atanassoff, es mucho más que un simple partenaire, ya que, aun haciendo de su juego algo perfectamente unitario con la Pontois, brilla con acentos propios, plenos de sobriedad y elegante estilización, amén de una técnica que, por dominada, no precisa de tentaciones supervirtuosísticas. La pareja Fronce lerc y Patrice Bart (Florisa y Pájaro Azul) se hicieron aplaudir por los matices que añaden a sus valores de auténticas estrellas. Todos, en solos, grupos y conjuntos, evidencian la calidad de la escuela parisiense, tantas veces elogiada como prodigio de humanidad en cuanto la disciplina se alcanza sin rigidez; en tanto la unidad no es uniformidad y lo colectivo no anula lo individual.

La música nos llegó, bien interpretada, a través de grabaciones de la Orquesta de la Opera de París, dirigida por Ashley Lawrence. Se echaba en falta la presencia de la formación sinfónica, aunque el uso de los registros previos se haya universalizado, sobre todo cuando se trata de compañías en gira y se actúa en locales tan multitudinarios como el Palacio de los Deportes. De cualquier modo, al margen de cuestiones laborales, que tienen gran importancia, yo diría que un espectáculo de ballet de tan alta jerarquía como el de la troupe francesa, pierde algo de su alma al faltar la orquesta viva. El triunfo fue total y clamoroso. Varios miles de asistentes aplaudieron sin cesar la actuación de la legendaria Opera de París.

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