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Tribuna:LOS CONCIERTOS DEL AÑO
Tribuna
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Sergiu Celibidache y la Sinfónica de Londres

Siempre he pensado y escrito que la solución de los problemas musicales -y de los no musicales- no es asunto privativo del Estado. sino compromiso de la sociedad. Es más: una sociedad sana no debe dar lugar a que el Estado se encargue de todo. sufrague todo y todo lo organice. Por esta vez estamos ante un ejemplo fecundo que debe ser imitado: una empresa privada -Ibermúsica- apoyada por una casa comercial -Loewe- abordan un Festival de Primavera en el que se programan dos grandes orquestas sinfónicas -Londres y Filarmónica de Moscú-, una de cámara con su coro -St. Martin in the Fields- y el pianista Alexis Weissenberg. No es menos de elogiar que, una vez en Madrid la London Simphony con Celebidache, el Ministerio de Cultura, a través de su Dirección General de Música, haya contratado la repetición de los dos programas de dicha entidad para ofrecerlos a un público universitario: el que mueve una nueva sociedad juvenil, Concierto en la Universidad. Si añadimos el coloquio con el gran director, celebrado en el Colegio Mayor Santa María del Espíritu Santo, y la transmisión directa por radio de uno de los conciertos, nos encontramos con algo no frecuente entre nosotros: una labor coordinada. Pero el esfuerzo inicial y más comprometido se debe a dos firmas privadas.Deliberadamente he esperado a escribir sobre los que sin duda han sido los mejores conciertos del año hasta ver la reacción del auditorio juvenil: reacción de clamor y ambiente enormemente sugestivo que justifican la «extensión» y que, en ocasiones futuras. ha de llegar a sectores no universitarios, si no queremos caer en alguna suerte de «clasismo». La experiencia de Semana Santa ha demostrado que ese público -ni habitual ni universitario por definición- existe. Atendámosle.

Celibidache "el Grande"

¿Qué decir de Sergiu Celibidache? Lo que he escrito tantas veces. No hace música, es la música. No interpreta, sirve a la verdad, la busca con sereno afán. Si en sus manos está un instrumento como la London Simphony (ejemplar organizacion en regimen cooperativo), los resultados son más que asombrosos: definitivos. Si Prokofiev pensó al crear «Romeo y Julieta» en una realización superlativa de su obra -y todos los autores lo piensan-, esa versión es la de Sergiu Celibidache. Y si Hindemith sabía que en su «Matías el pintor» había mucho más que ciencia artesanal, Celibidache se encarga de demostrarlo. Claudio Debussy habló de la música que está entre las notas y no sólo en las notas. Es una imagen. si se quiere. pero Celibidache. en «Iberia» la convierte en principio realizado. Este gran Celibidache gobierna desde la razón. diríase que inconmovible. pues la emoción es mala consejera a la hora de mandar. el fenómeno musical para dárnoslo tan vivo y exacto que la conmoción se alcanza por vías de arte superior. Sobra el segundo término: por caminos artísticos. Quela música no es esa especie de afrodisiaco o estimulante de los jugos gástricos en que pretenden convertirla, para su uso individual, algunos melómanos erótico-culinarios.

Celibidache sorprende porque posee la originalidad de la verdad. Su aparición en un mundo tan dominado por la mentira (o la convención, que es lo mismo) sorprende a muchos. Así, por ejemplo, el segundo tiempo de la «Iberia». Pero ¿qué pide Debussy para Los perfumes de la noche? Simplemente esto: «lent el réveur. No es el director quien tiene que ponerse soñador, desde la inteligencia y la razón ha de conseguir, por muy complejos caminos de perfección técnica, ese resultado. ¿Y la tierna frescura popular que consigue en «Petruchka». cuando en la danza de las amas Strawinsky utiliza un canto de bodas de Novogorod? O la plasticidad -color, gesto, movimiento- de la «Danza de los cocheros». En cuanto a Brahms, la fidelidad no es menor, y el servicio a cuanto la música, en su suceder, demanda se cumple con exacta lógica. ¿Quién ha dicho que la emoción sea asunto de capricho. de grito, de excitación fisiológica? No. La emoción estética es algo de mayor porte, experiencia no por sensi ble y, afectiva menos intelectual, en el recto sentido de la palabra. Hay, sí, algo personal en todo gran director, y Celibidache lo posee en grado sumo: el ideal sonoro. Si analizamos las versiones de los muy grandes (tan pocos) de la dirección se diferencian, fundamentalmente, en esto: cada cual tiende a un «ideal sonoro» que escucha previarnente en su interior. El de Celibidache busca lo luminoso; que no en vano es, por ascendencia, varias veces latino.

De la Sinfónica de Londres es casi estúpido decir algo. Y menos, algo nuevo. Su calidad procede de la que poseen, uno a uno, sus componentes. No estoy diciendo una perogrullada. Hay orquestas de nota cuya calidad depende, sobre todo, de la batuta que los rige. Por lo mismo pueden sorprendernos con muy diversos niveles a distancia de unas horas. La calidad sinfónica de los londinenses es admirable, tanto como puede serio la pianística de un gran Stenwey o la violinística de un Stradivarius. Lo que. a fin de cuentas, exige el gobierno de manos no superiores, sino magistrales. Esto es Celibidache: uno de los más grandes maestros de la dirección en este y en cualquier tiempo.

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