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Atropello histórico y artístico en la catedral de Santiago

Se hormigonaron unos importantes restos arquitectónicos

Profesores de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Santiago y miembros de la sección de Arqueología del Instituto Padre Sarmiento, de Estudios Gallegos, informaron a EL PAÍS sobre la posibilidad de que se haya cometido un atropello histórico y artístico en la catedral compostelana. Sucede que, en la primera semana de enero, el servicio de Monumentos y Conjuntos Arquitectónicos de la Dirección General de Arquitectura encargó a una empresa privada ciertas obras de restauración en la escalinata de la fachada del Obradoiro de dicha catedral. Se trataba de corregir las filtraciones de humedad que calaban hasta la bóveda de la antigua catedral que se encuentra debajo de la escalinata.

Al comenzar el levantamiento de losas que cubrían la plataforma, fueron descubiertos módulos y esculturas a las que inmediatamente se les supuso gran valor artístico e histórico. Podían tratarse de piezas fundamentales para esclarecer la antigua estructura de la catedral románica que existió en Santiago y de la que se conservan restos en los bajos del actual templo. El tema revestía en sí mismo toda la importancia que quisiera atribuírsele, al tratarse precisamente de la posibilidad de que, por primera vez, pudiera llevarse a cabo una reconstrucción científica de como había sido esa antigua catedral.Al cargo de las obras de reconstrucción estuvo el arquitecto Pons Soroya, que, según todos los indicios, no visitó la catedral hasta que ya se habían tomado medidas irreversibles en la escalinata, y después de que algunas fuentes denunciaran públicamente la posibilidad de atropellos.

Un buen día el encargado de las obras se encontró con que una vieja piedra, una lauda con inscripciones antiguas, debía ser levantada del lugar que ocupaba y pensó que podía tener algún valor. Como fuera que, para ser retirada sin especial esfuerzo, se necesitaba romperla, decidió por su cuenta dirigirse a la facultad de Historia de la Universidad para consultar el caso acompañado de fotografías. Allí informó que salvar dicha pieza podría costar unas 40.000 pesetas y le dijeron que debería hacerlo. Gracias a esta intervención en la que intervino el profesor Luzón, agregado de Arqueología, la pieza está hoy entera y en curso de ser estudiada.

El caso salió a la publicidad merced a la carta que dirigió a los periódicos el citado profesor y por una denuncia que hizo Adelpha. Chamoso Damas, subdirector general de Bellas Artes, que no había tomado cartas en el asunto hasta entonces, contestó inmediatamente que la nota de Adelpha era errónea, y el Ministerio de Cultura se pronunció entonces diciendo que el proyecto de las obras había sido sometido a la aprobación de los servicios técnicos de los organismos competentes y que el subdirector general del Patrimonio Artístico había dispuesto el desplazamiento al lugar de los hallazgos del miembro de la comisión de dicho patrimonio y catedrático de Historia del Arte de Santiago, Ramón Otero Túñez, para clasificar y vigilar la recogida de las piezas. El Ministerio se ocupó al mismo tiempo de negar que se tratase de practicar excavaciones arqueológicas «pues mal se puede excavar -afirmaba su nota oficial- donde no existe más que el trasdós de unas bóvedas cuyos senos en la zona más profunda no sobrepasan los noventa centímetros.

Ocasión única

Durante más de quince días, las obras de la catedral estuvieron abiertas y los restos encontrados fueron examinados por algunos especialistas particulares. «Se trataba -declaró a EL PAÍS un profesor de la Universidad que los visitó- de una ocasión única para poder estudiarlos a fondo y establecer diversos puntos que permanecen oscuros para el conocimiento de cómo fue la antigua catedral.»Más tarde, sin que nadie explicara cómo y por qué, la empresa encargada de las obras hormigonó la zona abierta y se acabó así la posibilidad de que se llevara a cabo una investigación a fondo. Es el momento en que el profesor Luzón lanza su carta de denuncia que sería contestada por la Dirección General del Patrimonio Artístico acusando a su autor de afán de protagonismo, y nota curiosa, en dicha contestación se dice que «el profesor Luzón ha demostrado una escasa elegancia al no trasladar la consulta al profesor de Epigrafía de la Universidad con el fin de que leyera la inscripción que constaba en dicha lauda». Se da la circunstancia de que el profesor de Epigrafía es el señor Luzón.

La Dirección General del Patrimonio Artístico se escuda en que encargó la supervisión al decano de dicha facultad, catedrático de Historia del Arte, Otero Túñez, y que éste vigiló las obras. No falta quien ponga en tela de juicio esta afirmación, pero el hecho es que Otero Túñez no ha dado señales de vida en este asunto y no dejó de escurrrir el bulto ante la prensa. Actualmente se encuentra ausente.

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